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Ante la tumba del poeta

martes, 24 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

A comienzos de este año me di a la tarea de localizar en Ibagué, en el viejo cementerio de San Bonifacio, la tumba donde reposan las cenizas de Germán Pardo García, fallecido en Méjico el 23 de agosto de 1991, y llegadas a Bogotá el 25 del mes siguiente. Cuando por aquellos días me enteré de que la urna funeraria venía con rumbo a Ibagué, donde el poeta había nacido en 1902 por una circunstancia accidental, adelanté gestiones para que se corrigiera ese destino por el de Choachí, que él siempre consideró su verdadera patria. Y fracasé.

Quien tomó la decisión de enviar las cenizas a Ibagué, sin duda por tratarse de la tierra natal del poeta, y desconocedor de otros hechos que no se le advirtieron, fue el embajador Julio César Sánchez García. A él me dirigí haciéndole notar el destino equivocado de las cenizas, pero la carta no fue recibida a tiempo.Días después, en un homenaje que aquel país le tributó a Pardo García, el embajador anunciaba el proyecto de publicar, por cuenta de Colombia, la obra completa de nuestro ilustre compatriota.

Y en respuesta a mi carta, me manifestaba la intención de interesarse con el gobernador de Cundinamarca para levantar en Choachí un busto que exaltara la memoria del poeta, obra que debería elaborar un artista de prestigio. Ninguna de las dos cosas se ha cumplido. Y han pasado doce años.

En vísperas de la llegada de la urna a Bogotá, hablé con el poeta Cobo Borda, nombrado para llevar la representación del Gobierno en la ceremonia de honores, y él me manifestó que no podía cambiar lo que ya estaba dispuesto, y que por lo tanto se limitaba a cumplir su encargo al pie de la letra. El propio día en que los restos eran recibidos en Bogotá, yo publicaba en El Espectador una columna en que exponía las razones para que se modificara la medida.

Esa nota llamó la atención de la gente de Choachí, y allí se dispuso que una comisión de vecinos, con el alcalde a la cabeza, reclamara sus legítimos derechos. Dicha aspiración tampoco fue atendida. A la postre se designó como árbitra a la directora de la Casa de Poesía Silva, María Mercedes Carranza, que propuso estas fórmulas singulares: ‘prestar’ por unos días las cenizas a Choachí, con la condición de que luego fueran devueltas a Ibagué, o repartirlas entre ambos lugares…

Ahora, mientras mi alma se encontraba con el alma del poeta en el camposanto de Ibagué, recordaba que su última voluntad, expresada al colombiano Aristomeno Porras, había sido la de que se cremara su cadáver y se lanzaran las cenizas al mar. Sin embargo, Porras, obrando de acuerdo con un deber patriótico, consideró que debía ponerlas a disposición de Colombia, como lo hizo a través de la embajada en Méjico.

La predilección de Pardo García ya estaba fijada en su obra y en diferentes manifestaciones, como esta carta al profesor norteamericano James W. Robb: “‘No con quien naces sino con quien paces’, dice el sabio refrán español. Soy, pues, de Choachí. Ibagué es una hermosa ciudad de Colombia, pero para mí nada quiere decir”. O esta otra a una prima hermana suya: “Estoy viendo cómo termino mis pocos asuntos aquí, para volver del todo a Colombia, al seno del pueblecito oscuro que tomé como cuna adoptiva: Choachí”. Estas y otras  razones las expuse al embajador Sánchez García y al escritor Cobo Borda, y luego las dejé consignadas en el libro Biografía de una angustia, que publiqué tres años después.

En el cementerio de Ibagué, en compañía del escritor tolimense José Antonio Vergel, autor de una excelente biografía sobre Martín Pomala, el olvidado poeta de Ataco (caso similar al de Pardo García), hice notar a mi amigo que el personaje de Choachí estaba en sitio inadecuado. Se trata de un panteón construido para sacerdotes y monjas, donde aparece esta inscripción aislada, que desentona en el territorio de religiosos: “Germán Pardo García, poeta”.

Al llevarlo allí, sin duda se desconocían dos episodios sensibles que lo alejaron para siempre de los ministros de la Iglesia. En 1917, cuando estudiaba en el colegio de San Bartolomé, de jesuitas españoles, un sacerdote lo maltrató, a raíz de lo cual se retiró de ese plantel. Y en 1925, en Viernes Santo, el párroco de Choachí hizo prender fuego a la casona y a los graneros que por aquellos días eran de su propiedad, por no pagar diezmos a la Iglesia.

El verdadero homenaje al poeta del cosmos -hijo del páramo- hubiera sido regresarlo al páramo. Ojalá algún día se realice este acto de rectificación y elemental nobleza. Queda claro que, al interponerse designios extraños como los que se presentaron en este suceso, tan similar a una traigicomedia, se ejecutó una acción errónea. Lo que no deja de ser significativo e irónico, ya que la vida del poeta fue una cadena de adversidades, que ni siquiera después de muerto lo han abandonado. Dicho en otra forma, no lo han dejado dormir en paz. Y a Ibagué fui a decirle: descanse en paz, maestro. O en palabras suyas, paz y esperanza.

El Espectador, Bogotá, 11 de marzo de 2004.
Eje 21, Manizales, 6 de marzo de 2022.

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