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Laura Victoria, en el centenario de su nacimiento

jueves, 26 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Laura Victoria nace el 17 de noviembre de 1904, en Soatá, departamento de Boyacá. Al año de nacida, la familia se traslada a Bucaramanga, donde su padre, Simón Peñuela, se posesiona como magistrado del Tribunal Superior. Tres años después, la familia regresa a Soatá. A los cinco años de edad, la niña inicia en su pueblo el estudio de las primeras letras. Los estudios secundarios los concluye en el Colegio de la Presentación de Tunja.

A los 14 años escribe allí su primer poema amoroso, y esto escandaliza a sus compañeras. El siguiente poema, para sacarlas de la duda, es un acróstico dedicado a la más escéptica. Laura Victoria nace a la vida del verso cuando las mujeres en Colombia no hacían versos. Desde entonces esta alondra de los vientos no deja de volar por los cielos de la poesía.

En Soatá se habla de la selecta biblioteca que su padre ha formado a través del tiempo. Es hombre de leyes y de vasta cultura. Ha militado con pasión en las lides guerreras de la época y se mantiene enterado del desarrollo social del mundo. Lee cuanto texto cae en sus manos, sobre todo los que tienen que ver con el pensamiento político que encarna la Revolución Francesa.

El siglo en Colombia arranca con un pesado ambiente político entre ambos partidos. La guerra ha sido el común denominador del país. Simón Peñuela la induce a leer los tesoros que guarda en su biblioteca. Así, poco a poco, despierta la mente de la poetisa hacia el hallazgo de los grandes maestros de la literatura francesa. Su padre descubre en ella una mente accesible a las ideas progresistas. Le abre las puertas de la inteligencia francesa, y Laura Victoria aprende a pensar. “Esa fue la causa de mi carácter independiente”, confesará años después.

Ya casada, se establece en la capital del país. El primer literato en llegar a la escritora es Nicolás Bayona Posada, que goza de amplio prestigio como poeta, ensayista y crítico, y escribe sugestivo artículo sobre esta poesía encantada. De inmediato el nombre de la autora salta al primer plano de la popularidad. La revista Cromos publica su poema más audaz: En secreto, rebosante de fino erotismo, que sacude el alma de los enamorados y a ella le significa el ingreso a la fama.

Numerosos amigos y simpatizantes surgen en sus días gloriosos. Es un público extasiado que camina en pos de sus huellas, la aclama en calles y teatros, se enardece con el símbolo que representa y sueña con sus poesías incitantes. Todos quieren conocerla, tenerla cerca, obtener algún miramiento suyo. Están maravillados con sus versos de pasión, con su belleza de sílfide, con su audacia y su juventud. Grandes personajes de las letras, la sociedad y la política integran la nómina selecta. Se le denomina la “amada ideal” de la poesía colombiana.

Aún no ha cumplido los treinta años cuando aparece Llamas azules, que Rafael Maya considera “el mejor libro poético publicado por mujer alguna en Colombia”. La poetisa viaja como un meteoro por los escenarios de América, donde recibe calurosos aplausos de los públicos delirantes. Su alta calidad la hace sobresalir entre las grandes líricas latinoamericanas: Gabriela Mistral, Juana de Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini, Rosario Sansores.

Se trata, sin duda, de una fina entonación lírica con acento sensual, que ennoblece el sentimiento humano como nunca antes lo había hecho otra mujer, y de paso provoca una revolución en la literatura colombiana.

Laura Victoria ha descubierto el territorio libre de las emociones. Sabe que por encima de su ilustre apellido y de la censura social o eclesiástica está su derecho a ser escritora. Ese es su destino. Vino al mundo para pulsar en su lira la pasión amorosa, connatural al hombre como lo es el agua a la sed. Su corazón de fuego es receptivo a lo más sagrado que tiene el ser humano: el amor.

Despega en un escenario grande, pero debe luchar contra las críticas de la gente retrógrada, si bien son muchas las personas que aplauden su arte y su independencia. Escandaliza a la pacata sociedad con sus poemas, por expresar el lenguaje ardiente del amor. Ninguna otra mujer se ha atrevido a tanto. Colombia no estaba preparada para una escritora de tal calidad.

Una de las grandes atracciones literarias y orientador insuperable de su carrera es el maestro Guillermo Valencia, que expresa franco reconocimiento hacia el sorprendente suceso que Laura Victoria representa en el mundo poético. “En su manera de escribir -dice- no hay artificio, ni rebuscamiento, ni alarde ni falsía, ni engañoso brillo, ni tortura de formas: es el libre fluir de la vena poética”.

La cadena de triunfos termina en 1938, año que le produce serios reveses. Representa el final de sus giras. Con Cráter sellado, publicado este año, concluye su poesía sensorial. Varios golpes la derrumban por aquellos días: la separación conyugal, la muerte de su madre, la huida a Méjico con el propósito de proteger a sus hijos, que su marido pretende arrebatarle. En este país ocupa por varios años el cargo de agregada cultural de la embajada colombiana, el que también ejercerá en Roma años después.

En Méjico se vincula al periodismo, labor que desempeña por más de veinte años. Allí escribirá el resto de su obra, y su vida dará un viraje al misticismo y a los temas bíblicos, en los que se vuelve erudita. Siete títulos conforman el total de su producción literaria, fuera de numerosos artículos en periódicos y revistas.

Nunca conoce el amor ideal. En las escaramuzas del amor, la dama del erotismo se entretiene con sus admiradores. Los toma y los deja. Los disfruta y los distancia. A veces se enamora del que no es. Los hombres se sienten seducidos por la diosa de la poesía y la asedian con ardor. Muchos se imaginan que lo que dicen sus versos es lo que ella practica en la intimidad de su propia vida. Sobre estos vaivenes de su alma escribe uno de los poemas más bellos de su obra: Otro rumbo. Pasado el tiempo, un periodista le pregunta si ha hallado el amor verdadero, y ella responde: «Desgraciadamente no. Me consagré entonces al estudio bíblico para lograr el conocimiento de Dios. Y ese amor verdadero lo encontré al fin en Cristo”. 

En España, Montaner y Simón le edita en 1960 el libro Cuando florece el llanto. Ahora sus poemas son melancólicos y expresan acentos de soledad y olvido. Con Crepúsculo (1989) finaliza su obra poética. Muere en Ciudad de Méjico el 15 de mayo de 2004, faltándole seis meses para cumplir cien años de vida. La Academia de la Lengua, de la que era miembro desde varios años atrás, dispone rendirle un homenaje con motivo del centenario de su nacimiento, este mes de noviembre, ocasión en  que se presenta la biografía titulada Laura Victoria, sensual y mística, de mi autoría. Obra auspiciada por la Academia Boyacense de Historia.

Olvidada en Colombia en los últimos tiempos debido a su estadía de 65 años en Méjico, la noticia de su muerte ha hecho revaluar su nombre como una de las figuras ilustres de las letras nacionales.

Bogotá, 2-XI-2004

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