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Archivo para viernes, 5 de noviembre de 2010

Charla con un nadaísta

viernes, 5 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Varias notas de prensa han recordado el nacimiento del nadaísmo en el país hace 50 años. Una de ellas, la publicada por Augusto León Restrepo en el diario caldense Eje 21, rememora la presencia en Manizales de Gonzalo Arango y su estado mayor por los días en que Luz Marina Zuluaga conquistaba la corona de Miss Universo. No es accidental que belleza y poesía vayan de la mano.

Los nadaístas, a pesar de las muertes notables que se han producido en sus filas, mantienen en alto sus pendones como grupo desafiante de batallas riesgosas, que lejos de sacarlos del campo de combate, les han hecho ganar los trofeos de la inteligencia rebelde y de la libertad ideológica. En los albores del nadaísmo, se dieron cita Gonzalo Arango y Fernando González en la casa del filósofo de Envigado y allí supieron que tenían la misma sangre. “Fernando vio en Gonzalo Arango –dice Eduardo Escobar– la viva estampa de su primera juventud ruidosa”.

Esto de “ruidosa”, para calificar la temperatura alborotada que hacía vibrar al grupo poético, es oportuno situarlo en Manizales (ciudad de nieblas y de fríos eternos) cuando ellos irrumpieron como diablos sueltos que escandalizaron a la comarca conventual y levantaron una llamarada en las conciencias puritanas. Algunos literatos en embrión, y a pesar de ello espabilados dentro del estrecho marco local –como Augusto León Restrepo y su primo William Ramírez Tobón–, avivaron el escándalo y de paso se ganaron unos cuantos anatemas por su manifestación satánica.

En la Universidad de Caldas, los nadaístas leyeron su manifiesto revolucionario, que antes habían proclamado en el Parque Berrío de Medellín, y arremetieron contra los escritores católicos, que eran la flor y nata de la intelectualidad caldense. Esto le valió la destitución al decano que les había prestado el aula máxima. Y cogieron a piedra las instalaciones de La Patria, por alguna nota que los censuraba. Llegó la policía, y los poetas fueron a dar a la cárcel con sus proclamas irreverentes. Con ese motivo, Jotamario escribió su célebre poema sobre los policías de Manizales.

Ahora, al celebrarse los 50 años de aquellos sucesos, he tenido un diálogo veloz con Eduardo Escobar, uno de los sobrevivientes de la barahúnda en Manizales, hoy sereno escritor de El Tiempo y voz cantante del credo nadaísta. Oriundo de Envigado como su filósofo consejero, seminarista en sus mocedades (hubiera podido llegar a ser obispo), hoy un sesentón nostálgico y pleno de vivencias, Escobar ve correr las horas del crepúsculo en su predio rural de San Francisco (Cundinamarca).

De entrada, me dice: “No sé si los cincuenta años de jorobar merezcan felicitaciones o lástima. No es posible enorgullecerse de haber envejecido al amparo de una de las más negativas y la más fructífera de las palabras, y de convertirse poco a poco en la figura de salvedades, de ensayos de vivir y del esfuerzo de pensar, para lograr al cabo de todo no entender”.

Comenta que la última vez que vio a Ebel Botero, entusiasta admirador suyo en las calles de Manizales (ambos jóvenes y con ganas de gozar), fue en Medellín. Así lo describe: “Yo estaba seguro de que moriría de calor, pues rodaba por las ardientes calles de la ciudad de la eterna primavera, de gabardina, con bufanda de seda y sombrero”. Me veo en el caso de contarle que no murió de calor ambiental, sino a consecuencia del veneno que se tomó en el hotel donde residía.

El poeta recuerda a otros escritores de la época, como Mario Escobar Ortiz, que también tuvo final trágico. Y anota que un hijo de Escobar Ortiz, que vive en Pereira y se le perdió de vista, se quedó con algunos papeles de Gonzalo Arango, que ahora quiere publicar un editor inesperado.  “Ojalá no haya hecho lo que hizo Angelita con el archivo de nuestro Gonzalo: echarlo a la candela por estorboso”.

A la Manizales sosegada que los enchiqueró por unas horas le rinde este tributo: “Mis amigos todavía se asustan cuando les digo que en los sesenta la mejor página de opinión del país la tenía La Patria. Un montón de señores mucho más viejos que nosotros, godos, pero algunos proustianos, cultos y con unas prosas muy inteligentes las más de las veces. Recuerdo también esa tristeza del diablo que andaba junto a Fernando Mejía Mejía (poeta de Salamina, muerto en 1986). Y que a Baudilio Montoya (el rapsoda del Quindío) me lo presentaron como diez mil veces, como una figura de museo, que nunca se acordaba de haberme visto”.

Hablamos de Pereira, donde contrajo matrimonio por el rito católico, y luego se separó: “Al fin entendí por qué se dice ‘contraer’ matrimonio, como si fuera igual que ‘contraer’ la gripa, o la hepatitis. Antes de Gaviria, Pereira era más manejable, cuando no se había llenado de traquetos ni tenía viaducto… Viaducto: una palabra cara a Amílcar Osorio”.

Sobre el poeta de la ruana, otra de las figuras literarias que Eduardo Escobar trató durante su estadía en Pereira, le cuento que yo estuve presente en el homenaje que se le tributó al final de su vida y que le ocasionó la muerte. La emoción de ver y de sentir a tanta gente aplaudiéndolo, le produjo un infarto fulminante. Como muestra de aprecio, el Club Rialto le había dispensado el carácter de socio de honor, agrego. “Bueno –interviene Escobar–, pero estoy seguro de que al poeta Luis Carlos González no lo dejaban entrar con ruana en el Rialto…”

Para finalizar esta charla al vuelo que surgió a raíz de la crónica de Augusto León Restrepo, le pregunto cómo se siente hoy en la vida rural de San Francisco, luego de su larga estadía en La Calera y sobre todo de la frenética acción de los manifiestos  y las agitaciones ideológicas (en ese juego arrebatado con la palabra): “San Francisco –afirma– es un lugar de clima medio, cafeterito, que llamamos. Aquí me dedico a tratar de aprender a leer y a mis ejercicios eternos de mecanografía. Una de las cosas buenas de vivir en el campo es que los amigos son siempre bienvenidos. La soledad es un espacio para los amigos”.

El Espectador, Bogotá, 29 de septiembre de 2008.
Eje 21, Manizales, 29 de septiembre de 2008.

Memoria de viejos escritores caldenses

viernes, 5 de noviembre de 2010 Comments off

Carta abierta al poeta de Anserma

Por: Gustavo Páez Escobar

Augusto León: leí la sabrosa crónica que publicas en Eje 21 sobre la irrupción hace 50 años de los poetas nadaístas en Manizales, en los inicios de su organización (o desorganización, dirían ellos) como grupo rebelde dentro de las letras colombianas.

Asimismo, el interesante cruce de correos que has tenido con Eduardo Escobar, de los que me has hecho partícipe. En ambos casos salen a la palestra insignes figuras literarias de tu Manizales del alma, amigos que tuve la suerte de tratar durante mi larga y jugosa estadía en Armenia, en una doble posición, reñida y por lo general incompatible: la de gerente de banco y hombre de letras. Es difícil –casi una proeza– que las letras del espíritu armonicen con las letras de cambio. En mi caso, como te consta, tuve suerte en ambos frentes. Me conoces ahora jubilado de la banca y prendiéndoles luces a los diablejos del espíritu, para manejar una senectud bien iluminada.

Mi vinculación por aquellas calendas como columnista de La Patria, de la que fuiste director eminente, me permitió conocerte de cerca, tomarnos unos buenos alcoholes por los caminos del Gran Caldas, torear a los dioses del parnaso y estrechar –lo más importante– una amistad que se ha mantenido incólume a lo largo de los años.

Recuerdo una grata tertulia contigo y con Hernando Salazar Patiño, por aquellos días director del suplemento literario de La Paria: el irreverente Hernando de siempre, a quien me encontré el año pasado en la Feria del Libro, embestido por una serie de infartos cardíacos, de los que se reía, quisquilloso y rebelde, y por otra parte autor de dos libros críticos y muy bien escritos: Herejías y Manizales bajo el volcán (entre otros). Este último fue presentado en Bogotá, en el Club Caldas, por Fernando Londoño Hoyos. Allí estuve.

Cuando publiqué en Armenia mi primera novela, Destinos cruzados, Iván Cocherín escribió en La Patria una nota elogiosa, que me sorprendió y me asustó. Días después mordió mi vanidad con una halagadora venta del libro. Yo seguí sus instrucciones al pie de la letra: empaqué los primeros 23 ejemplares (no me cupieron más en la caja) a nombre de la persona que él me indicó, residente en Bogotá; formulé una cuenta de cobro con generoso descuento, como me había sugerido para hacer más atractivo el negocio; hice el despacho por Velotax, y quedé a la espera del giro que debía recibir, sin falta, en un par de semanas. Dos meses después, mi vendedor estrella no había vuelto a tomarse su café acostumbrado en mi oficina, ni había vuelto a llamarme, razones suficientes para darme por notificado del ingenioso “robo literario”.

En esos días supe por alguien que ese era el sistema con que Cocherín se hacía presente ante los escritores primíparos, quizá para dejarles un recuerdo imperecedero, como sucedió en mi caso. Ante tamaña realidad, afilé la espuela y le envié a La Patria este telegrama con visos de seriedad: “23 destinos fugitivos punto Apremiado salúdolo, Gustavo Páez”. Su respuesta fue inmediata y contundente: “Semana entrante esa punto Nunca creí banqueros apremiáranse punto Saludos, Cocherín”. Ni a la semana siguiente, ni en semana alguna posterior, el novelista de Barbacoa volvió a asomar su respetable nariz por mi recinto de las cifras ajenas, donde se ofrecía muy buen tinto y se brindaba amplia amistad.

Volví a verlo, tiempo después, cuando me condecoraron en Calarcá con la medalla Eduardo Arias Suárez. Se presentó de repente al escenario y pronunció, por fuera de programa, una solemne oración animada por las copas de aguardiente que llevaba entre pecho y espalda, discurso emotivo –¡para mí, pichón de escritor!– donde me calificó, con mis Destinos cruzados que se cargó el viento, como una “revelación literaria”.

¡Ojalá Dios te hubiera escuchado, Cocherín! Cuando quise llegar hasta ti para darte las gracias por tu proclamación jubilosa y gozar con tu exquisita picardía, ya te habías esfumado, como un fantasma, de la sala cultural. Nunca más volví a verte. Pero siempre te he recordado con simpatía, créeme. Incluso con agradecimiento, por haberme abierto los ojos ante las mentiras de la literatura. Te fuiste debiéndome no unos libros efímeros, sino el aguardiente que me habías prometido para el segundo despacho…

Me produce mucha gracia la descripción que presenta Eduardo Escobar sobre Ebel Botero. Yo conocí a Ebel en Armenia, cuando él era profesor de la Universidad del Quindío. Nos hicimos buenos amigos alrededor de la literatura, por la época en que los escritores de la región teníamos nuestra cosecha de libros en Quingráficas, editorial de gratísima recordación. ¿Te acuerdas, Augusto León?

Ebel Botero, apabullado por su sodomía traumática, me contó que iba a superar su dolorosa condición mediante una novela que había escrito sobre el homosexualismo y que ya había entregado a Javier Londoño, el propietario de Quingráficas. Pensaba que al ventilar su caso por ese medio superaría su trauma, que no lo dejaba vivir en paz. Días después me dijo, más perturbado que antes, que había ido a Quingráficas a recoger la obra, que ya estaba impresa, y allí mismo, luego de pagar el saldo pendiente, la había incinerado sin salvar un solo ejemplar, por considerar que Colombia no estaba preparada en esos momentos para sacar a los homosexuales del clóset. Con su novela, me confesó, crecería su angustia.

Se fue para Medellín y tiempo después publicó Homofilia y homofobia, texto con fondo científico. Y se me perdió de vista. Pregunté por él a mucha gente, y nadie me daba razón. Hace poco descubrí en la internet que se había tomado un veneno en el hotel donde residía. Un amigo que llegó en ese momento lo encontró boqueando y logró prestarle ayuda. No murió de inmediato, sino seis meses después, en Manizales –donde residía el hermano suyo sacerdote–, de una hepatitis causada por el envenenamiento. Una vida desventurada y trágica. Brillante crítico literario que tuvo gran desempeño en el Magazín Dominical de El Espectador durante una época extensa, y que terminó destrozado por las garras de su angustia existencial.

Inyéctale ánimos a Omar Morales Benítez para que publique cuanto antes –y sin esperar el patrocinador que nunca llega– el valioso libro de cuentos que tiene maduro desde hace varios años. Omar tuvo la gentileza de hacérmelo conocer. Yo le expresé mi modesta opinión favorable, y le presenté esta disyuntiva: o lo publicas, o lo dejas inédito para que se lo coman las ratas. ¿Y Beatriz Zuluaga, su esposa? Gran poetisa, que se ha detenido en su producción y que requiere un empujón tuyo. ¿Y tú? ¿Cuántas veces te he dicho que nos has dejado con las ganas de seguir degustando tu fina poesía erótica?

Otras caras amigas de la nómina manizaleña que citas, con las que compartí afanes intelectuales y que han desaparecido de la escena en medio de la adversidad, son: Mario Escobar Ortiz, notable columnista de La Patria, y además pintor, muerto en una madrugada bohemia, aplastado por un vehículo; Jorge Santander Arias, gran pensador y maestro del idioma, consumido por un cáncer; Rodrigo Ramírez Cardona, el famoso “Gaspar”, que “se nos murió de soledad”, según dices. Él me brindó gran estímulo para mis primeros cuentos desde su columna Laberinto, de La Patria. Aquí tengo a la mano su voz ya lejana: “Páez parece confesar, según sus cuentos, el concepto de que el hombre asiste a una realidad trunca, en falencia; una realidad incompleta como un muñón, lo que excluye, de suyo, el final feliz”.

Sobre tu primo William Ramírez Tobón, connotado politólogo, hablamos en nuestra última tertulia con Jorge Mario Eastman. Con él les abriste las puertas de Manizales, hace medio siglo, a Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar y su gente, que escandalizaron a la ortodoxa y sacrosanta escuela de los grecolatinos: Fernando Londoño, Gilberto Alzate Avendaño, Silvio Villegas, Bernardo Arias Trujillo…

Bien está que hagas esta evocación como una constancia de fidelidad al movimiento nadaísta en sus 50 años de vida. Y que recuerdes, además, las entusiastas conferencias pronunciadas en honor del grupo insurgente por el futuro vicepresidente de Colombia, Humberto de la Calle Lombana. ¡Loor para todos!

En fin, poeta ilustre Augusto León Restrepo: tu memoria nadaísta me ha dado ocasión para volver sobre mis pasos por el Gran Caldas, cuando la vida era amable y veíamos sonreír a la luna. Y me has dado motivo para acordarme de los vivos y los muertos. ¿Cuándo almorzamos?

Eje 21, Manizales, 22 de septiembre de 2008.
El Espectador, Bogotá, septiembre de 2008. (Se le cambió el título: Carta abierta al poeta de Anserma).

* * *

Me alegra que el artículo te hubiera dado la oportunidad de añorar esa tierra, que fue y es tuya, y el valioso aporte que le diste en las letras literarias y en las letras de los pagarés y cambiarias. En ambas ramas, fui testigo, contribuiste al reconocimiento cultural y financiero, especialmente del Quindío. Augusto León Restrepo, Bogotá.

Muy bella. Pensaba si en Manizales abundaba tanto la inteligencia, o se notaba mucho en la pequeña aldea de entonces. Mis amigos todavía se asustan cuando les digo que en los sesenta la mejor página de opinión la tenía La Patria. Un montón de señores mucho más viejos que nosotros, godos, pero algunos proustianos, cultos y con unas prosas muy inteligentes las más de las veces. Recuerdo también esa tristeza del diablo que andaba junto a Fernando Mejía y Mejía. Y que a Baudilio Montoya me lo presentaron como diez mil veces, como una figura de museo, que nunca se acordaba de haberme visto. Eduardo Escobar (nadaísta), San Francisco (Cundinamarca).

Tu recordación aparece tan vívida con el ropaje de tu castiza prosa, que hasta yo (¡ay de mí!) siento nostalgia de lo vivido por ti. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

Excelente recordatorio. A muchos de los caldenses los leía yo en La Patria, que compraba en una esquina exclusiva de Bogotá donde llegaba con interrupciones. Haber vivido 38 años en la capital me privó de estar más cerca de la cruzada literaria de los caldenses, que agrupaba a los de Pereira y Armenia. Además, me picaba el gusanillo de la política y aquellos menesteres poéticos estaban lejos, excepto cuando Otto me actualizaba en las tertulias de Oma, en la calle 82, con alguna noticia de la comarca. Jaime Lopera Gutiérrez, Armenia.

Ese era Cocherín, de quien también fui su amigo y su blanco. Carlos Arboleda González, Manizales.

Me hiciste sentir como si te estuviera escuchando en una grata tertulia. ¡Qué interesantes todos tus comentarios! Desde los trágicos hasta los picarescos, como el ingenioso robo de tus 23 ejemplares, como para abrir bien los ojos. Sigue produciendo y participándonos de esa riqueza a tus amigos, no pares nunca porque se acabaría un filón de los que quedan pocos en la literatura. Mercedes Medina, Bogotá.

Neurosis bogotana

viernes, 5 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Daniel Patiño Parra, conocido comerciante de Unicentro, estacionó su camioneta en un costado del parque de Lourdes y descendió de ella en busca de una botella de agua. Se sentía muy enfermo y suponía que le iba a dar un infarto. En medio de su angustia, dejó la camioneta en neutro y esta comenzó a rodar, ante la alarma de algunas personas que pasaban por el sector.

Un transeúnte, previendo una tragedia, se subió al vehículo y activó el freno de emergencia. Desde la tienda donde compraba la botella de agua, Patiño divisó al individuo dentro de la camioneta y, suponiendo que se trataba de un ladrón de carros, desenfundó su pistola y le hizo dos disparos. Uno de ellos hizo blanco en el hombro del transeúnte colaborador, por fortuna sin resultados fatales, y el otro acabó con la vida del ingeniero y profesor universitario Diego Echeverry Campos, que en ese momento pasaba por el lugar conduciendo su vehículo.

El homicida, que se puso en fuga al darse cuenta de la magnitud del desastre, y que  fue detenido por la policía, debe responder ante la justicia por homicidio, lesiones personales y porte ilegal de armas. Dominado por la paranoia colectiva que invade la vida de los bogotanos, no se detuvo a pensar en nada distinto al robo cotidiano de vehículos en las calles de la ciudad, y su instinto de defensa (valiéndose del arma sin salvoconducto que portaba) lo llevó a cometer tres delitos a la vez.

El caso, doloroso y al mismo tiempo aleccionador, es indicativo del clima de inseguridad y de zozobra que se vive en la capital. Hoy, mientras las autoridades distritales se empeñan en afirmar que el delito callejero ha descendido en la actual administración, la percepción ciudadana siente lo contrario. Un debate en el Concejo ha puesto en evidencia que el hampa viene en aumento y cada vez siembra más terror en la ciudad, sobre todo en ciertos barrios y en lugares desprotegidos.

La crónica roja muestra a diario la proliferación de muertes violentas, de robos de residencias y de vehículos, de fraudes en los cajeros automáticos, de atracos callejeros, de violaciones de menores y un sinfín de atropellos contra la integridad de las personas. Los bogotanos se sienten perseguidos a toda hora por el delincuente que ronda en todas las direcciones y miran con desconcierto la poca efectividad de las medidas policivas y la impunidad que ampara a los malhechores.

Se dirá que el delito es propio de las grandes ciudades. Lo que es intolerable es el desborde –como está ocurriendo en Bogotá– de las cifras que tienen que ver con el crimen organizado o la delincuencia común, y la persistencia de conductas rastreras que mantienen al ciudadano con los nervios crispados y lo conducen, como en el caso deplorable que arriba se mencionó, a ejercer la defensa por las propias manos.

Otro caso sintomático de la neurosis capitalina es el de los taxistas que, avisados por un colega que acababa de ser atracado, volaron en persecución de los delincuentes, los acorralaron y luego lincharon a uno de ellos, propinándole varillazos, correazos, puñetazos y puntapiés, hasta ocasionarle la muerte. Esta respuesta –también criminal– a los facinerosos que asaltan a los taxistas, roban sus vehículos e incluso los asesinan, es la manera bárbara de protegerse contra los ataques de que es víctima el gremio.

No es posible que Bogotá viva hoy bajo la ley de la selva, en un infierno inundado de cuchillos y puñaletas, de pistolas, metralletas y revólveres –por supuesto, sin licencia legal–, y a merced del raterismo, de los matones profesionales y los asaltantes desenfrenados de la ciudadanía indefensa.

El Espectador, Bogotá, 27 de agosto de 2008.

* * *

Comentarios:

He preguntado a varios bogotanos que viven fuera del país si esa lejanía ha definido su identidad como bogotanos, y me dicen que la única cosa que permanece y que los resalta es una paranoia enfermiza por la inseguridad. Este caso es una confirmación de eso. Qué tristeza. Ignacio Peña

Vale la pena hacer un análisis estadístico bien serio de la criminalidad en la ciudad durante los últimos diez o veinte años y evaluar por tipo de delitos su crecimiento o disminución. En los últimos meses, parece apreciarse un aumento en crímenes producto de las mafias organizadas; este es un punto bueno para estudiar. Memo (correo a El Espectador).

Preocupante que el presidente Uribe, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, el Congreso y el Fiscal e inclusive el Ministro de Defensa y el Alcalde de Bogotá anden trenzados en una pelea de poderes, mientras el ciudadano de a pie, el común y corriente, está expuesto a situaciones absurdas como esta, y con un alto costo: la vida. Domingos da Guía (correo a El Espectador).

Bienvenido el tema: se requiere cabeza fría para analizar lo que pasa en la ciudad, en nuestra bella ciudad; el asunto no son las engañosas estadísticas sino la realidad, la calidad de vida o la vida citadina. Polista (correo a El Espectador).

Los crímenes que a diario y desde hace muchos años se cometen en nuestra patria a todo nivel dan indignación y vergüenza. Alejandro Rodríguez Martínez.

Te cuento que en Medellín no es muy diferente: bandas enteras, con la anuencia de la Fiscalía y hasta de la Policía, cometen toda clase de crímenes y atropellos, que se esconden bajo la alfombra “ajuste de cuentas”. Es necesaria una gigantesca limpieza del país, que nos permita, aunque más no sea, morir tranquilos. Iván de J. Guzmán López, Medellín.

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