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Manuelita Sáenz: la pasión inmortalizada

lunes, 30 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Antonio Cacua Prada ha puesto en circulación el libro Manuelita Sáenz, mujer de América, tal vez la biografía más completa y verídica que se haya escrito sobre la amante de Bolívar. Muchas inexactitudes y calumnias se han tejido sobre este mítico personaje, nacidas unas del odio que los malquerientes del Libertador abrigaron contra él -pasión enfermiza que se volcó sobre su fiel y valerosa compañera- y propaladas otras por las memorias ligeras y mendaces del científico francés Juan Bautista Boussingault, aparecidas en 1903, que dieron origen a no pocas falsedades recogidas por libros posteriores.

La obra de Cacua Prada, presentada en la Estancia de Manuelita Sáenz -centro histórico que protege la Universidad de América y que corresponde a la morada de la quiteña en la capital colombiana-, es el resultado de largos años de investigación y ofrece, con amenidad y rigor histórico, los pasos de la “amable loca”, como la llamaba Bolívar, desde su nacimiento refulgente en Quito hasta su ocaso penumbroso en el caserío peruano de Paita.

Hija natural de un comerciante de importaciones, a los 20 años contrae matrimonio con Jaime Thorne, que la dobla en edad y de quien se ha dicho que era médico. Cacua Prada revela que se trataba de un naviero inglés, poseedor en Lima de una sólida posición social y económica. La boda no se realiza por la propia voluntad de la novia, sino por deseo manifiesto de su padre, quien encuentra favorable esa circunstancia para acercarse al mundo de negocios que maneja el acaudalado ciudadano inglés.

La pareja se traslada a Lima al poco tiempo del matrimonio, y ella, por su belleza y especiales atributos femeninos, se convierte en el centro de atracción de aquella brillante sociedad imbuida de puritanismos. Las preclaras señoras quiteñas se escandalizan con las extroversiones de la desenfadada damita, quien se exhibe de continuo cabalgando a horcajadas en brioso corcel. Pero todos la admiran. Manuelita, exquisita amazona que se distingue por la fibra sensual y el carácter fogoso, no concuerda con el temperamento reposado y flemático de su consorte, lo cual comienza a menoscabar la unión mal avenida.

Sin embargo, no es ella la que desestabiliza la vida conyugal, sino él. Hecho evidente: Thorne se ha conseguido una amante, lo que enfurece a su esposa, que se muestra poseída por los celos. Cuando Bolívar entra victorioso a Quito tras las batallas de Bomboná y Pichincha, Manuelita le lanza desde un balcón una corona de laurel. El Libertador se encuentra con la dulce mirada de su admiradora y a partir de ese momento se inicia el profundo romance que los unirá por el resto de sus días.

De ahí en adelante se vuelve su mejor aliada de las gestas libertadoras y el bálsamo amoroso de sus triunfos y desengaños. Es ella la antena infalible que lo pone alerta contra las intrigas y las deslealtades que se urden a su alrededor. Conforme crece la agitación política y se enrarece el ambiente contra el Libertador, más aguza ella los sentidos para descubrir patrañas y mantenerse en guardia contra los traidores. Aquel 25 de septiembre de 1828, cuando los enemigos conspiran en la sombra, la insomne vigilante de las horas peligrosas detecta la llegada de los asesinos y en segundos lo salva de la muerte. Bolívar salta por la ventana prodigiosa y se protege en el puente cercano, mientras la conjuración se deshace como por artes de embrujo. “Tú eres la Libertadora del Libertador”, le expresará más tarde el héroe, y con esta aureola pasa a la historia como la gran heroína del amor y la libertad.

Abandonado por sus amigos y rodeado de tremenda soledad e infinita tristeza, muere el Libertador dos años después. Sus enemigos toman venganza contra la indefensa mujer y la convierten en blanco de los mayores agravios, injusticias y persecuciones. Expulsada de Colombia por Santander, comienza a vagar de pueblo en pueblo y de recuerdo en recuerdo, entre escarnios, humillaciones y miserias, y no logra que su propia patria ecuatoriana le ofrezca protección.

Así llega a Paita, triste caserío perdido en las orillas del mar, que Alberto Miramón, en La vida ardiente de Manuelita Sáenz, define como “melancólico pueblito. Arenal de sequedad y ardor”. En aquel destierro pavoroso, rodeada de soledad, pobreza y melancolía y víctima de terribles dolencias físicas -reumatismo, artritis, hidropesía, parálisis total…-, pero fortalecida con la llama perenne de su amor imperecedero, pasará los 26 años que le restan de vida.

El libro de Cacua Prada es obra valiosa por su seriedad documental, por la exaltación de la “loca divina” -símbolo del heroísmo, la lealtad y la pasión amorosa- y por la rectificación que hace de muchos errores históricos, nacidos de otra pasión: la del odio y el sectarismo. Esta mujer vilipendiada y condenada al olvido tras su dorada época de triunfos y caudillismo patriótico, es la misma amada inmortal a quien su héroe le manifestó un día, en los momentos amargos del crepúsculo de su existencia y de la ingratitud humana: El hielo de mis años se reanima con tus bondades y gracias. Tu amor da una vida que está expirando. Yo no puedo estar sin ti. Ven, ven, ven.

El Espectador, Bogotá, 17 de octubre de 2002.
Boletín de Historia y Antigüedades (órgano de la Academia Colombiana de Historia), No. 819, Bogotá, diciembre de 2002.
Revista Susurros, Lyon (Francia), No. 14, febrero de 2007.

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