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Tierra mojada

lunes, 30 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

Manuel Zapata Olivella nació en Lorica (Córdoba) el 17 de marzo de 1920 y murió en Bogotá el 19 de noviembre de 2004. Se graduó de médico, pero encauzó sus energías vitales hacia el cultivo de las letras, en los géneros del cuento, la novela y la dramaturgia, campos en que dejó obras valiosas, varias de ellas ganadoras de destacados galardones. Su pasión fue la antropología, ciencia que le permitió interpretar al hombre en sus más amplios aspectos y proclamar los orígenes de su raza negra.

Fue gran defensor de los negros. El nervio de su obra está movido por los dramas de los seres desamparados que vegetan, en medio de penurias, enfermedades y humillaciones, en las riberas de los ríos que él mismo, como habitante de esas latitudes brutales, vivió con intensidad. Antes de morir, dispuso que sus cenizas fueran tiradas al Sinú, el río tutelar de su tierra, a fin de que las aguas proletarias se encargaran de llevar sus restos hasta el África remota, de donde provienen sus orígenes. Con ese rito, a la vez poético y religioso, volvió a encontrarse con sus ancestros y así reafirmó la perennidad de su linaje.

Una de sus novelas más representativas es Tierra mojada, que he releído en estos días como homenaje silencioso al autor con motivo de su fallecimiento. El libro reposa en mi poder desde 1972, cuando fue publicado por Bedout, y ahora encuentro en esas páginas otra dimensión de la historia narrada y mayor acento de la protesta social lanzada por el novelista como vocero de los hombres oprimidos. Duro territorio el del Sinú, donde una legión de pequeños agricultores lucha por sobrevivir en medio de las enfermedades, la pobreza y el hambre, y por retener un pedazo de tierra bajo la tiranía del gamonal, que cada vez los cerca más entre los garfios de la miseria, los extermina y los hace desaparecer en las aguas borrascosas de los ríos.

Esa tierra poblada de arrozales, caimanes y mosquitos y explotada con el sudor de la raza negra, es un retrato de la América india adonde no ha llegado todavía ningún recurso de liberación y se mantiene, por lo tanto, como zona de esclavitud en pleno auge de las libertades. Hombres famélicos y taciturnos, desposeídos de sus parcelas y trashumantes de cosechas oprobiosas, deambulan por esas riberas con sus pesares y sus familias a cuestas, sin manera de levantar sus propios ranchos ni poseer sus propias siembras, ya que el latifundista despojador no puede admitir competencia en sus dominios. El mismo río nutricio, por donde se deslizan los cadáveres, se convierte en un tirano del desamparo.

Zapata Olivella presenta en Tierra mojada un mundo duro, dramático, movido por personajes fuertes y por situaciones patéticas, acordes con la realidad que el narrador presenció y vivió en aquellos cenagales. Esa es su tierra sufrida, pintada como un rostro del dolor universal que padece la gente desprotegida en la defensa de la vida, imagen que el escritor transplanta a otros de sus libros: Chambacú, corral de negros, Changó, el gran putas, Hotel de vagabundos, El retorno de Caín, Pasión vagabunda, Cuentos de muerte y libertad, Las raíces de la furia negra…

La vagancia es una idea obsesiva en la obra de Zapata Olivella, y nace de su propia juventud menesterosa. Rodeado de pobreza, un día toma una chalupa y se marcha a Cartagena, y de allí a Panamá, donde es detenido por vago y sospechoso. Liberado, continúa su viaje sin brújula hacia países incógnitos: Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Méjico… En esos recorridos azarosos, duerme en los vagones del ferrocarril, en los parques solitarios o en los campos abiertos, donde lo coja la noche y descubra un escondite para ocultar su ruina. Es la senda del caminante de la vida y del futuro novelista que vagabundea por todas partes y en todas encuentra miseria, desolación e injusticia.

Por fortuna, lee las novelas de Gorki y de otros escritores desprotegidos de la suerte, y esas lecturas le dan ánimos para no desfallecer. A medida que recorre mundo, desempeña cuanta ocupación se le presenta: ayudante de mecánica, portero, pintor de brocha gorda, empleado de un manicomio… Cuando a lo largo del tiempo estudia medicina y obtiene el título profesional, ya el mundo ha penetrado en la sensibilidad de este intérprete de la condición humana. Con tal bagaje, estructura su obra literaria. Y se vuelve, al igual que Nicolás Guillén, el gran cantor de la raza negra.

El Espectador, Bogotá, 24 de febrero de 2005.
Libros y letras, boletín No. 1.671, Bogotá, 12 de marzo de 2005.

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