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La imagen presidencial

jueves, 11 de noviembre de 2010

Por: Gustavo Páez Escobar

Pretendiendo el senador Gustavo Petro demostrar una serie de irregularidades del presidente Uribe en el manejo de las Convivir cuando fue gobernador de Antioquia, le causó serio daño a la imagen de Colombia ante la comunidad internacional. Y sobre todo ante Estados Unidos, país con el cual mantenemos relaciones fundamentales.

Si las acusaciones que formuló el señor Petro estuvieran basadas en hechos de absoluta certeza, su triunfo como opositor del gobierno sería inobjetable. Pero no sucede así. La mayoría de los cargos esgrimidos en su habilidosa intervención parlamentaria, que se prolongó por espacio de dos horas y media, hacen parte de sucesos de presunta gravedad que una y otra vez, a través de más de diez años, se han imputado al antiguo gobernador, sin establecerse prueba valedera en su contra.

La denuncia sobre nexos del Presidente y de su hermano con paramilitares, reiterada por el senador con la elocuencia y la serenidad que lo caracterizan, desató en Estados Unidos una tormenta de imprevisibles consecuencias para Colombia. El primero en reaccionar fue el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore, persona muy influyente en la vida pública de su país, quien anunció su retiro de un foro en Miami sobre temas ambientales, por no desear estar al lado del presidente Uribe. Y canceló la visita a Colombia que estaba programada para el mes de septiembre, cuando vendría a pronunciar una conferencia.

Desde luego, la actitud de Al Gore significa un desplante para el presidente de Colombia, que encarna la majestad de la patria. En este caso pudieron más las denuncias sin confirmar, y tal vez la explosión de rumores negativos atizados por una corriente política empeñada en desacreditar al adversario, que la presunción de inocencia que debe proteger a todo inculpado mientras no se demuestre lo contrario.

Es extraño que esto suceda con un personaje como Al Gore, de tan alta calificación en la administración pública, cuando la conducta sensata sería la de esperar el fallo de la justicia, si a ello hubiere lugar. Su postura inadecuada hace pensar que, en su condición de demócrata,  buscaba desacreditar a Bush como gran aliado del mandatario colombiano.

Fue en este terreno de los sucesos que el presidente Uribe resolvió convocar en Bogotá a una rueda de prensa para someterse a las preguntas que quisieran hacerle  las agencias internacionales, y trasladarse al día siguiente a Estados Unidos para el mismo efecto. En uno y otro caso rechazó las falsas imputaciones de manera rotunda y con argumentos contundentes, aclaró puntos oscuros o polémicos y defendió el honor suyo y el de su familia. Al hacerlo, luchaba por mantener en alto el buen nombre de Colombia. Y lo consiguió.

Al presentarse Uribe al foro donde se iban a debatir asuntos ecológicos, y del cual estaba ausente Al Gore por la razón que le pareció oportuno argumentar, los asistentes brindaron a nuestro mandatario una aclamación unánime. De esta manera, le expresaron –y de paso expresaron a Colombia– una sentida constancia de desagravio. Es la misma constancia que se advierte en los registros de opinión ciudadana al día siguiente de ocurridos estos lamentables hechos.

El país vio en las pantallas de televisión a un Presidente preocupado por el giro de los acontecimientos, y acongojado por el maltrato que le daban sus enemigos políticos. Y sobre todo, a un Presidente que, pensando en los superiores intereses de la patria, no dudó en enfrentar la adversidad en la forma franca y valiente como lo hizo, para salvar el prestigio del país. Lo demás lo dirá el tiempo.

El Espectador, Bogotá, 23 de abril de 2007.

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