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Javier Huérfano, poeta del dolor

lunes, 23 de noviembre de 2009

Por: Gustavo Páez Escobar

En 1984, a los 25 años de edad, Javier Huérfano publica su primer libro, Visiones, con prólogo de Luis Vidales, donde éste manifiesta que el nuevo poeta es “huérfano, pero no de poesía”. Refiriéndose a la brevedad elocuente de sus poemas, hace este vaticinio: “Si persiste en esta modalidad de su ahorro poético, no es aventurado el pronóstico de que alcanzará las excelsas rutas del canto”. Veinte años después, la obra de Javier Huérfano sobrepasa la docena de libros, varios de ellos inéditos. Además, escribe en silencio una prosa bien estructurada, con vuelo poético, que pocos conocen. Su nombre ha conquistado notoriedad en el mundo de las letras. El presagio está cumplido.

Huérfano elabora sus primeros poemas a los 11 años de edad, en medio de la burla de sus ocho hermanos. En 1981 conoce a Luis Vidales, su maestro, de quien se convierte en secretario. En 1990 conduce las cenizas de Vidales a la casa de cultura de Calarcá. Allí reposan en la paz de la comarca quindiana, como testimonio de perennidad lírica. En 1994 funda en el barrio Ciudad Bolívar de Bogotá, donde con gran esfuerzo ha construido su vivienda, la biblioteca pública Luis Vidales. Esta unión de los dos poetas calarqueños establece nexos indisolubles entre ellos, más allá de la muerte: Huérfano se ha encargado de salvaguardar la memoria de su maestro y protector, a través de escritos, recitales, talleres literarios y de su imitación en el arte poético.

El discípulo no heredó la vena de humor que exhibe Luis Vidales en sus versos, pero sí la fibra social, con la cual canta al dolor, la injusticia, el desequilibrio de la sociedad, la tristeza y el abandono. Ambas poesías llevan tinte de protesta, rebeldía y clamor ante el mundo, pero la de Huérfano está marcada por el pesimismo, el tedio vivencial, la desesperanza y la obsesión de la muerte, sin duda bajo el influjo de su vida atormentada. Se diferencian, además, en que la de Huérfano es más reiterativa en el plano romántico (siempre bajo la inspiración de Yolanda, su compañera ideal), tal vez como una necesidad de oxigenar el espíritu conturbado por el peso de sus cotidianos agobios.

Javier Huérfano nace en humilde casa de Calarcá, en 1959. A los tres años le diagnostican asma, y cuando asiste a la escuela pública debe retirarse por problemas de salud. Abandonado por su madre a corta edad,  en un inquilinato, inicia el recorrido por las sendas del desamparo. En Bogotá se emplea como ayudante de zapatería y comienza a estudiar de noche, hasta conseguir una mediana formación. Y se vuelve autodidacta, disciplina con la que supera todos los escollos del aprendizaje.

Aparecida su primera obra con el impulso de Luis Vidales, se le abren muchos horizontes y siente que su destino irrevocable es el de ser poeta. Más tarde funda Narka, revista de poesía. Ha nacido poeta, y poeta morirá. Al lado de esta vocación surge la de pintor, oficios que alterna como regalos del cielo y recursos de ingrata subsistencia, siempre en lucha denodada contra las mezquindades de la gente y la adversidad del medio colombiano. Algunos títulos de sus libros denuncian su calvario: Presencia de las sombras, Uno está en el día como dormido, El olvido no tiene palabra.

Este último (1998) es editado con auspicio de la Cámara de Representantes, y en él Íngrid Betancourt, la prologuista, expresa estas bellas palabras: “Dios ha querido, para fortuna mía, que conozca al poeta. De su mano he caminado por el túnel sin luz de la injusticia, a ciegas pero mordiendo siempre el tallo amargo de la rosa”. Maruja Vieira traza este perfil perfecto del poeta abrumado por sus horas desoladas: “Muchas puertas que se abren para otros, están cerradas para Javier Huérfano. Pero él serenamente se retira en la noche y se va para su mundo, despojado de bienes terrenales pero pleno de estrellas. En la semioscuridad de la madrugada, cuando van los obreros al trabajo en las fábricas, sería difícil distinguir entre ellos al obrero del verso”.

Acabo de leer un nuevo libro del amigo quindiano: La noche como pájaro viudo, publicado con el generoso apoyo de la editorial Códice y el sentido prólogo de la poetisa Inés Blanco, que anota: “Javier se ha enfrentado a sus molinos de viento, reales e imaginarios, con la espada de su pluma, teñida con su propia sangre”. Libro desgarrador el suyo, como lo fue Tempestad tras la salida de Germán Pardo García de las fauces de la muerte, luego del intento de suicidio. Sé que el poeta calarqueño ha tenido que librar duras batallas contra inclemente enfermedad. Esta circunstancia le hace lanzar, recordando sus noches de terror en una clínica yerta, las exclamaciones más vehementes y patéticas sobre la realidad de la muerte, que él parece esperar con la ansiedad de los poetas predestinados para el dolor. Y exclama: “Soy apenas un solo dolor que atraviesa el día con su sombra de negra compañía”.

Los cantos de Javier Huérfano, transidos de goces sensoriales en medio de las tristezas de su destino, le permitirán, sin duda, apurar con placer las copas amargas preparadas por los dioses del Olimpo. ¡Oh, bendita poesía!

El Espectador, Bogotá, 16 de diciembre de 2004.

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