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Tierra de Caín

viernes, 26 de noviembre de 2010 Comments off

Por: Gustavo Páez Escobar

Medio siglo después de su primera edición (1954), vuelve a aparecer la novela Sin tierra para morir, de Eduardo Santa, la que obtuvo entonces grandes comentarios que la calificaron como certero documento sobre la violencia que vivió Colombia en aquellos días. Entre esos enfoques se destacan los de Jaime Mejía Duque, Próspero Morales Pradilla y Carlos Medellín, analistas de la vida intelectual del país, y a ellos se suma el de Sulejman Redzepagic, que tradujo la novela al serbio para una edición en dicho idioma, y en 1959 la comentó en la página literaria de El Tiempo. Más tarde la obra fue publicada en esloveno.

Eduardo Santa tenía veinticinco años cuando escribió esta novela-testimonio. En su tierra natal -Líbano-, uno de los lugares más azotados por la violencia partidista, el escritor fue testigo de lo que significaba el imperio del gamonalismo en la vida colombiana. Los odios desatados bajo el fragor de la pasión sectaria teñían de sangre la tierra tolimense, y eso mismo acontecía en la inmensa mayoría del territorio nacional. En aquellos días turbulentos los colombianos no se peleaban por las ideas, en franca lid, sino por los colores banderizos, con tiros asesinos.

La implacable ola de atrocidades de mitad del siglo pasado, cuando el partido de gobierno era el conservador, cobró infinidad de víctimas en el liberalismo. Las masacres continuas impusieron una era de ferocidad sanguinaria. Se señala al caciquismo pueblerino de ser el mayor impulsor de la violencia, porque era bajo el rescoldo de rencores incurables que se prendían en campos y aldeas las grandes hogueras de la destrucción fratricida, que luego saltaban al país como chispas incendiarias que nadie apagaba.

Leyendo el libro de Santa revivimos los cuadros nefastos de la maldad heredada de Caín, la misma barbarie que motivó a Eduardo Caballero Calderón para escribir sus novelas y crónicas sobre la violencia en el norte de Boyacá, que él vivió en carne propia y luego llevó a su obra como muestra de la peor brutalidad del ser irracional. Uno y otro escritor, y varios más que se ocuparon del mismo tema, dibujan la Colombia sangrante que se destrozaba bajo los instintos sórdidos del hombre-fiera.

En Sin tierra para morir el novelista rescata para los días actuales, con maravilloso poder narrativo, la estampa olvidada de los odios políticos que hace medio siglo ensombrecían el panorama nacional con episodios espeluznantes. Se trata de un documento sociológico de gran realismo, que interpreta la historia cruel del país de matones. Se vivía bajo el clima de las retaliaciones atizadas por el ciego sectarismo político. Situación que poco se diferencia del momento actual, convulsionado por otros móviles rastreros. La sangre, el odio, la crueldad, la sinrazón, y siempre el exterminio del hombre, son las pasiones ancestrales que nos impiden convivir entre hermanos.

Unas veces eran los conservadores los que mataban a los liberales, y otras los liberales a los conservadores. Había regiones donde unos días amanecían tres liberales asesinados en la plaza del pueblo, y al siguiente la cifra se superaba con cuatro conservadores, y así sucesivamente. En esa forma los odios profundos se fueron inoculando en las familias. Colombia ha sido país de fieras. País de cafres lo llamó Echandía.

Baste recordar las cuarenta y nueve guerras civiles que tuvieron lugar en el siglo XIX, después del grito de la Independencia, donde los dos partidos se alternaban en el predominio del poder sectario, del poder homicida. ¿Hubo algún cambio sustantivo en el siglo XX? Tal vez se aplacaron las venganzas con la llegada del Frente Nacional, después de la dictadura militar, y del ‘sinpartidismo’ de los últimos años, pero el país siguió sufriendo el poder de las clases dominantes contra los marginados.

La novela de Santa se sitúa en la violencia conservadora que torturó a su pueblo en los funestos años cincuenta. Sin embargo, en otras partes o en otros tiempos los hechos fueron al revés: eran los liberales los que arremetían contra los conservadores. En fin: hijos de Caín. Ya los colombianos no se matan a cuchillo o a tiros por ninguno de los partidos, sino con bombas y metralletas modernas,  por la ambición del dinero o el negocio de la droga. O se matan por nada. El país sólo ha cambiado en los métodos de sevicia.

La novela de Santa es retrato exacto sobre un tramo conflictivo del gamonalismo que nos dejó el pasado. Tramo horroroso, de ingrata recordación. Guerra a muerte entre dos bandos irreconciliables -que hace recordar la guerra decretada por Bolívar contra los españoles-, épocas que quisiéramos no se repitieran, si bien el horizonte de nuestros días es mucho más tétrico que el de hace medio siglo, y tan sangriento como el de toda la bárbara historia colombiana.

El Espectador, Bogotá, 6 de marzo de 2003.

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