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Rebaja de precios

sábado, 1 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El experimento de algunas agencias de automóviles de los Estados Unidos de rebajar los precios para mover el merca­do, hizo reaccionar este renglón que viene registrando un apa­bullante receso. El mayor índice de desempleo en los Estados Unidos lo soporta hoy la industria automoviliaria en razón de la superproducción de vehículos frente a una demanda en decadencia.

Esta disminución de precios es un reto para los com­petidores. Uno de los resortes del comercio reside en las estrategias que monta el vendedor para sugestionar al cliente, que es en definitiva el que impone la supervivencia de los negocios. En el caso comentado, cuando una fuerte cadena se pone de acuerdo para disminuir precios, obliga de hecho a que los demás hagan lo mismo. Mal puede una casa entrar en el juego de la oferta y la demanda si no es situándose a tono con las circunstancias.

Tal parece que el ensayo de los Estados Unidos comienza a ser imitado en otras partes. En Colombia el fenómeno de la venta de automóviles es igualmente preocupante. En las bodegas de las ensambladoras existen miles de vehículos inactivos por falta de demanda. No se trata, en nuestro medio, de escasez de combustible, sino de falta de poder adquisitivo frente a la espiral de los precios que se muestra incontenible y que, en el renglón de los automotores, ha creado cifras prohibitivas para el común de la gente, inclusive en los mal llamados carros populares que nunca han estado al alcance de los po­bres.

 El precio de la marca Zastava acaba de ser rebajado en un 25 por ciento. Esto determinará que aumenten los pedidos con beneficios lógicos: se descongelará la enorme existencia que permanece improductiva y habrá mayores utilidades que con una mercancía lenta, aparte de que se incrementará, o por lo menos se defenderá, el empleo. Entra aquí la regla de la competencia y bien pronto veremos que otras marcas, que no permitirán que queden marginadas del favor del consumidor, adoptarán políticas semejantes, de seguro más agresivas.

De extenderse el experimen­to a otros campos, como lo analiza el doctor Lleras Camargo en la revista Visión, lograríamos el milagro colombiano. La idea puede resultar contagiosa. Confiemos en que la estrategia abra la mente a otras personas deseosas de aumentar el nivel de ventas abaratando los precios.

La fórmula no es tan utópica, como puede parecer, por más que estemos en el país de las alzas irreversibles. Para no ir tan lejos, los comisariatos, cooperativas y organismos similares, que venden con nota­bles diferencias en com­paración con el comercio corriente, hacen sus utilidades a base de volumen. Falta que un consorcio de comerciantes acuerde disminuir precios, y veremos llenos sus esta­blecimientos.

El ejemplo lo seguirán el panadero, el droguista, el tendero, la placera, el médico, el acaparador, el usurero, y hasta el diablo, que es el mayor comerciante. Quedará solucionada, entonces, la emergencia económica, sin tanta elucubración. Habrá quienes imiten a los geniales vendedores de automóviles que se están llenando de billetes. Quizás el tendero y la placera, que son los magos para crear precios artificiales, y los mayores causantes de la vida cara, entren en la carrera de los precios bajos. Soñar no cuesta nada.

 El Espectador, Bogotá, 20-V-1975.

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