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Periodistas falsificados

lunes, 3 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Respetables árganos de opinión, entre ellos El Espectador, expresaron dudas acerca de los peligros que podrían derivarse del estatuto del periodista que fue reglamentado por una ley de la República. A solo poco tiempo de su vigencia, ya han aparecido notorias fallas que ponen al descubierto lo que en su tiempo se discutió y se criticó con razones que no tuvieron acogida.

Pretender que una ley por sí sola sea capaz de distinguir al verdadero periodista, es empeño inútil. Debe saberse, ante todo, que los grandes periodistas no se hicieron como consecuencia de ninguna ley. Tampoco tuvieron título universitario ni exhibieron los oropeles de la época actual, más dada a crear cosas inútiles que a reconocer el talento. Fueron periodistas a secas, sin tarjeta profesional, y sin embargo, muchos son insuperables.

Al periodista se le pueden y deben exigir normas de comportamiento y bases de cultura general, pero no es lícito negarle el derecho a opinar, a criticar los errores de la sociedad y de las autoridades, solo por no poseer la tarjeta que entrega el mismo Gobierno.

Si la misión del periodista es ser crítico del momento que le corresponde vivir, no parece afortunado que se le impongan trabas exageradas para expresarse con libertad. Hoy se da demasiada importancia al estudio de la comunicación social, lo que no es ningún desatino. Pero de eso a esperar que solo los graduados por una universidad sean aptos para ejercer este oficio que no es fácil delimitar, resulta equivocado.

El verdadero periodista se forma en el terreno práctico de la labor que se suda todos los días entre tintas y afanes. Rastrear la noticia, aproximarla, saberla expresar, no es cometido sencillo. Solo el profesional de lo cotidiano, el que se ha quemado las pestañas en el rigor del aprendizaje práctico, el que lleva en las venas la vocación que ignora la fría letra del estatuto, es quien logra hacer buen periodismo. Si a eso se agrega el conocimiento profundo, tanto mejor. Pero que no se desconozca el empirismo.

El estatuto dispone que el cartón universitario será indispensable para ejercer el periodismo, así su titular esté lejos de poseer las condiciones necesarias para esta profesión, que es más idealista que académica. En cambio, los que llevan varios años trabajando en el periodismo, sin título universitario pero con muestras de capacidad, se ven expuestos a quedar descalificados si no pasan las pruebas de aptitud. La época moderna quiere resolver el mundo con un «test» y se olvida de que el conocimiento es algo intrínseco, demasiado complejo para cernirlo con el apresuramiento de las preguntas capciosas que por lo general nada prueban ni refutan.

Según denuncia que es ya general, muchos vivos han conseguido que el Ministerio de Educación les expida la tarjeta profesional con base en certificados expedidos por dudosos periódicos. Estos periodistas de última hora y los egresados de las universi­dades están tocando a la puerta de los periódicos con el título vistoso debajo del brazo. Pero los directores veteranos de los periódicos, que no se dejan sorprender por las ficciones del momento, descubren, sin necesidad de estatutos, dónde hay capacidad y dónde falsificación.

El Gobierno se propone llevar a cabo una revisión de la ley del periodista. Ojalá exista criterio para corregir las fallas que se dejaron pasar y para establecer normas eficaces que permitan acertar en materia tan delicada.

El Espectador, Bogotá, 8-VIII-1977.

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