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Alzate: caudillo y estilista

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Con pulso firme ha estruc­turado Héctor Ocampo Marín la semblanza del héroe caldease que marcó un hito de grandeza en la historia de Colombia. A Gilberto Alzate Avendaño, con su porte de guerrero y los des­tellos de su inteligencia su­perior, hay que considerarlo como uno de los caudillos de más raigambre en el afecto de las masas, a la par que figura procera en el dominio de las estrategias parlamentarias y en el cultivo de las letras como polemista y escritor público.

Temible en la tribuna, un día desafía el poder de Laureano Gómez, otro monstruo de la oratoria, y cual un ciclón hace estremecer con su verbo enardecido la epidermis de un país que es esencialmente político y que gusta sentir inflamadas las pasiones con las arremetidas de sus héroes. Alzate Avendaño fue un coloso del Parlamento y la barriada, que empujó detrás de sus ban­deras grandes masas de opinión y se convirtió en líder de un momento convulso del país.

Respetado y admirado como pocos hombres públicos, contó con la amistad de los más des­tacados políticos conservadores y liberales e impuso en el país, alrededor de su figura vigorosa y magnética, el sello personalísimo del combatiente que nunca retrocedió en la contien­da y les enseñó a sus contemporáneos a luchar con garra y con cerebro.

Héctor Ocampo Marín, cin­celador de la palabra, conca­tena en el afortunado ensayo que fabrica sobre Alzate, a quien admira y sabe inter­pretar, momentos estelares de la historia colombiana en uno de los tramos más febriles y más auténticos de nuestra idiosincrasia. Es la República de los grandes oradores y los asombrosos conductores de masas, hoy venida a menos. Una pléyade de estrategas de la escaramuza política hace ful­gurar el horizonte con el ímpetu de la elocuencia y el vigor de las ideas.

Desde diferentes ángulos de la opinión ciudadana se disputan el favor del pueblo tribunos a cual más calificados para la lucha y la proeza, sa­lidos a la escena con el gesto er­guido y la inteligencia fecunda. Gaitán, como Laureano Gómez y Alzate Avendaño, defienden sus doctrinas con bríos de es­partanos. Tempestuosos los tres en la plaza pública, sus ideas sacuden la vida nacional y fijan rumbos certeros. Dueños, además, de aplastantes ade­manes y de recias personali­dades, tienen el poder de la per­suasión y el misterio del mito.

Esta clase de hombres de­dicados a cultivar el espíritu con sólidas  disciplinas huma­nísticas y que no ignora la vi­gencia de los clásicos —sus mentores de cabecera— está formada para destinos cimeros. Sus luchas no solo son contra los vaivenes de la plaza pública, sino que aguzan la mente en el rigor de lecturas vivificantes y en la producción de densos es­critos.

Alzate, maestro de la retórica y la elocuencia, lleva en las venas el contagio de una ge­neración de escritores y poetas. A Manizales la invade la fiebre de la cultura grecolatina y de allí emerge, con caracteres inequívocos, una academia de buceadores intelectuales que comparten el privilegio de sen­tirse escogidos por los dioses. Esta generación de humanistas forma una conciencia de va­lores morales y estéticos que imprimen consistencia y do­nosura a una Colombia de gen­te culta y disciplinada, con garra para el mando. Los vibrantes editoriales que desde el Diario de Colombia es­cribe Alzate son profundos ensayos políticos y piezas magis­trales del mejor periodismo.

Gilberto Alzate Avendaño en­carna el prototipo del hombre colombiano que tanto echamos de menos en nuestros días. Es­tructurado para epopeyas, su salto al vacío, en los momentos más fulgurantes de su vida pública, cierra inmensas po­sibilidades para su tiempo. La historia, implacable para juz­gar a los hombres, nos traslada las virtudes del caudillo y del literato que escribió con su es­tilo magnánimo una de las mejores páginas de Colombia. Y es Héctor Ocampo Marín, el exigente investigador de esta extraña personalidad, quien aporta amplios enfoques sobre una vida que debe admirarse.

El Espectador, Bogotá, 3-V-1978.  

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