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Paraíso de usureros

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Insistir sobre el flagelo de la usura en este país donde dicha actividad se ha convertido en otra mafia, es casi llover sobre mojado. No sobra, con todo, repudiar una vez más tan monstruoso atentado contra la seguridad de la familia y esperar que acaso nuestros legisladores consigan al fin mecanismos para erradicar este delito que desafía la ley penal y que sin embargo parece protegido por ella.

El agiotista, que se esconde de las más diversas maneras para exprimir al prójimo, siempre logra salir airoso de sus fechorías. Un día se presenta como el cambiador de cheques que bajo el pretexto del cierre bancario facilita el dinero, con deducción de un alto porcentaje que no se discute ante la premura del momento. Estos tales servidores del público caminan sobre seguro en el negocio de cheques oficiales o de reconocida solvencia, que dominan con su desarrollado instinto de sabuesos. Otro día es el dispensador del pequeño crédito para solventar el apremio doméstico que no da espera, con intereses tan exagerados como la codicia del explotador.

En apuros de extrema urgencia, cuando la persona no está para reparar en desventajas, siempre aparecerá el prestamista comprándole la quincena o la cesantía, y nunca, desde luego, con intereses corrientes. Por los pasillos de las empresas circulan en los días de pagos, provistos de la indefectible libranza, estas aves de mal agüero que nacieron con apetito de sanguijuela. El pobre em­pleado, exprimido por su mar de calamidades, no se fija que entrega al usurero parte de su sudor, hasta que terminará triturado como cualquier Simeón Torrente.

La mejor representación que tengo sobre el a agiotista es la del  rubicundo demonio encaramado sobre su víctima, con la nariz encurvada, la respiración jadeante, el colmillo afilado y los ojos sanguinolentos. Como quien dice, un elemento sanguinario.

Las compraventas, verdaderos latrocinios públicos donde el artículo que se deja en prenda se pierde en el común do los casos, son un azote social. Electrodomésticos, joyas, vestuarios y un sinnúmero de objetos que representan medios de trabajo y símbolos de afecto, deben sacrificarse ante afanes que no tienen otra salida. Con la disfrazada fórmula de la rotroventa, el dueño de la prendería, que ya ha cobrado su consabida tarifa, dispondrá del artículo en corto tiempo, al no regresar el usuario.

Son artimañas que se cometen implacablemente ante el estupor de un público indefenso. Si el interés razonable es una protección del capital que todos tienen derecho de trabajar honestamente, el usurero representa la ruina moral y física para numerosos despro­tegidos por la suerte. Los agiotistas se enriquecen a sus anchas ante la ineficacia de leyes que no logran desbaratar la conspiración.

Es inexplicable cómo, a pesar de saber las autoridades que se trata de ejercicios deshonestos, pululan las prenderías, solo por tener apariencias de negocios lícitos. Este cáncer que ataca la paz de los hogares debe extirparse para que no termine destru­yendo las propias raíces de la sociedad.

Aparte de medidas fuertes se necesitan instituciones de gran sentido humanitario, como los montepíos de Méjico y otros sitios del mundo, manejadas por personas de sensibilidad social y por sistemas flexibles que hagan segura su eficacia. El Banco Popular alivia en parte, con su sección prendaria, esta dolencia pública, aunque la órbita de sus servicios no alcanza a conjurar el mal general.

La usura es explotación tan arraigada en el medio, que para combatirla se requieren poderosas herramientas. De lo contrario, como se dijo al principio, será llover sobre mojado. Los traficantes del agio, con su fisonomía funesta y el alma depravada, bien ganado se tienen el repudio de la sociedad. Viven en olor de maldad y se solazan con el infortunio ajeno.

Repito aquí lo comentado en otro artículo sobre el rey que en la Edad Media hizo prisionero a un opíparo prestamista y para castigarle sus fechorías ordenó que le sacaran un diente por día. ¿No será posible extraerles a las sanguijuelas nuestras los dientes y algo más? Si usted es víctima de algún usurero, le aconsejo entregarle los intereses envueltos en esta nota.

El Espectador, Bogotá, 10-IX-1977.

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Comentario:

En El Espectador aprendí a leer, ya que no tuve el privilegio de conocer la puerta de un plantel educativo, y siendo sordo de nacimiento, ni lo uno ni lo otro me ha acobardado para que Dios me haya sacado al otro lado. Puedo considerarme  lector asiduo del periódico desde hace ya 30 años. En El Es­pectador encuentra uno siempre los más serios y concisos comentarios escritos en la mayoría de las veces por los mejores columnistas. Hoy he visto con gran placer el magnífico comentario es­crito por el columnista Gustavo Páez Escobar, de Armenia —mi ciudad natal— y actual gerente del Banco Popular de esa ciudad, bajo el título Paraíso de usureros.  Sirvan estas modestas pero sinceras líneas para hacerle llegar el señor Páez mi humilde voz de felicitación.  Jaime Ramírez Gómez («El Sordito»), Palmira.

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