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Concurso de periodismo

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Difícil tarea esta de juzgar la calidad periodística de los demás, cuando sobre la propia caben inquietos temores. Periodista a secas puede serlo cualquiera, y en general lo es quien garrapatea en un medio de comunicación. De ahí a ser buen periodista hay enorme distancia. Pero como el compromiso está ya adquirido con la Nacional de Seguros, habrá que entrar a reflexionar sobre cada uno de los trabajos que el periodismo de Manizales ha presentado a consideración del jurado.

No sé por qué la palabra «jurado» siempre me ha parecido antipática. Me suena a algo solemne, con pretensiones pedantes y aire doctoral. Dejarse uno juzgar por los demás no es, por cierto, postura cómoda. Lo primero que se piensa es si el otro tiene ca­pacidad para medirnos. En el juego de las vanidades el juicio ajeno no es lo más estimulante para descubrir nuestras fuerzas. Hay muchos que no reconocen inferioridad ante nada ni nadie y entran, por eso, equipados a los concursos. Si pierden, de todas maneras se consideran ganadores, y si ganan, confirman que son invictos. En el primer caso, el «honorable jurado» no pasará de ser un lánguido mamarracho.

No creo en los jurados, lo que vale decir que creo menos en mí mismo cuando la generosidad de José Jara­millo Mejía, el inquieto y brillante gerente de la Nacional de Seguros en Manizales, me puso en los palos al llevarme al solio de los juzgones. Tampoco creo en los concursos, por más sobresalientes que sean los jura­dos.

Esto no supone que exista nada pre­concebido, como en ocasiones suele sospecharse u ocurrir. En el presente ca­so entramos con la mente limpia y el ánimo inquisidor. Aquí estarán pre­guntando muchos que, si dudo de los concursos, por qué los acepto. Valga una aclaración. Nunca he pensado que quienes ganan son los mejores, ni quienes pierden, los peores. Todo es asunto de oportunidades, de suerte. Algunas cosas son evidentes, y otras, relativas. Los conceptos, ade­más, son cambiantes y a veces encon­trados, sobre todo en literatura y en general en las bellas artes. Lo que hoy parece mediocre, mañana puede ser muy bueno, y viceversa.

¿Recuerdan ustedes que a García Márquez lo des­calificó un crítico argentino como escritor y le aconsejó rasgar su obra? Lejos estaba aquella «autoridad» de imaginarse que el pretendido novelis­ta llegaría a ser un genio, como lo ca­lifican muchos, aunque otros no lo juzgan así. ¿No han visto que obras ganadoras en concursos, no todas, nunca más volvieron a tener resonancia? «En este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira», dijo Campoamor.

Estas dudas no me impiden, sin em­bargo, examinar con mente abierta los trabajos recibidos de la Asociación de Periodistas de Manizales, porque ante todo sé que colaboro con una buena empresa. Por tanto, no voy a tirar el aprieto por la borda. Los con­cursos son buenos por significar un estímulo. Su fallo puede ser discutible pero generalmente es honrado.

Decidir en los concurso es un riesgo. Si tres personas no siempre coinciden, menos coincidirán con la opinión de los demás. El gusto es personal. Por lo mismo, un jurado no dice nunca la última palabra. Así, quienes quedan disgustados tienen razón, aunque más la tienen los gana­dores.

Frente al reto no queda otro camino que leer y escuchar bien para aplicar la personal preferencia. Con papel y lápiz a la mano, cada artículo merece­rá especial atención. Será preciso agu­zar el cerebro para medir, en cada caso, el estilo, la redacción, el impac­to de la nota, su contenido, su origi­nalidad. Es decir, hay que encontrar el nervio periodístico y procurar atra­par al «duende», ese espíritu que sal­ta cuando menos se espera y es el que da consistencia y perdurabili­dad. Mucha suerte para todos, y prin­cipalmente para el valiente jurado que ya se metió en la grande.

La Patria, Manizales, 19-VIII-1980.

Pormenores del concurso

Por: Gustavo Páez Escobar

Los tres jurados del concurso de periodismo La Nacional de Seguros, Adel López Gómez, Humberto Jaramillo Ángel y el suscrito, somos lectores asiduos de periódicos y además escri­bimos en periódicos, disciplinas que forman la mente para poder distinguir mejor la calidad. En cualquier elección de esta naturaleza prevalece el gusto personal y se busca, obviamente, que el es­tilo ajeno tenga algo de nuestro propio esti­lo. No siempre el concepto del vecino, por respetable que sea, logra convencernos; y lo mis­mo sucede en sentido contrario, creo yo, aunque hay quienes se dejan sugestionar.

Los tres jurados coincidimos, en líneas genera­les, en los juicios sobre cada uno de los 29 trabajos. De pronto se notaba alguna faceta inte­resante que no se había observado en el propio escrutinio. Tuvimos una larga sesión inicial donde los conceptos se fueron ampliando.

Los dos jurados del Quindío no habíamos tenido la oportunidad de intercambiar puntos de vista. Ha­bíamos leído, sí, con mucha atención todos los trabajos, y llegamos provistos de detalladas anota­ciones, como también lo estaba el jurado de Manizales. Esta fusión de opiniones nos fue permi­tiendo formar un concepto general.

Después de descartar varios artículos que por unanimidad no se encontraron opcionales, se con­formó un abanico con los siguientes 15 trabajos: “Los Gutiérrez en la vida de Caldas”, “Manizales per­dió su imagen arquitectónica”, “El Solferino, barrio de invasores”, “Campesinos que riegan la tierra con sudor de sangre”; “Cerro Bravo”; “El volcán más antiguo en 10.000 años”; “Historia de un médico de aldea”; “Los departamentos cafeteros son los más pobres de Colombia”; “Mugre y miseria en la Casa del Gamín”; “Caldas…. Nota musical para Co­lombia”; “Indios sin mitos y sin tierra”; “Último ji­rón del folclor caldense”; “Radiografía empresarial de Caldas”; “Robo de carros”; “Clímaco Agudelo: una imagen olvidada del arte religioso criollo” y “Síntesis de los 130 años de fundación de Manizales”.

El paso siguiente consistió en elimi­nar seis trabajos para dejar solamente nueve finalistas. Es importante anotar que la votación se hacía en papeleta secreta, o sea, que no había posibilidad de que la decisión fuera influenciable.

Fueron eliminados: “El Solferino, barrio de inva­sores”, “Mugre y miseria en la Casa del Gamín”; “Caldas…. Nota musical para Colombia”; “Radiografía empresarial de Caldas”; “Robo de ca­rros” y “Clímaco Agudelo: una imagen olvidada del arte religioso criollo”.

Definidos los nueve finalistas, se hizo nueva eliminatoria de cinco. Para los cinco eliminados, todos de calidad, habíamos con­venido previamente solicitar «menciones», lo que el gerente de la entidad, José Jaramillo Mejía, miró con gusto.  Y se comprometió a editar un libro con los textos ganadores.

En nuevas rondas dejamos así resuelto el orden de los cuatro premios vencedores: 1- “Historia de un médico de aldea”. 2- “Síntesis de los 130 años de fundación de Manizales”. 3- “La Chirimía de Su­pía. Ultimo jirón del folclor caldense”. 4- “Los Gu­tiérrez en la vida de Caldas”.

Las «menciones», sin que el orden signifi­que jerarquía, correspondieron a los siguientes trabajos: “Manizales perdió su imagen arquitec­tónica”, “Campesinos que riegan la tierra con su­dor de sangre”,  “Cerro Bravo: el volcán más acti­vo en 10.000 años”, “Los departamentos cafeteros son los más pobres de Colombia” e “Indios sin mitos y sin tierra”.

Fallar en un concurso es cosa seria. Mu­chos trabajos importantes quedan excluidos sólo porque no alcanzan los puestos. Pero las elimina­torias, en tandas sucesivas y en voto secreto, van imponiendo una decisión limpia. Es un sistema democrático. En el presente caso vemos que sa­lieron ganadores trabajos de indiscutible calidad, y cuyos autores son además periodistas de renom­bre.

En cuanto al llamado «premio especial» se acudió al sistema de la suerte por haber hallado equivalente el mérito de los tres trabajos, y ganó el titulado “Los colombianos no sabemos nada de seguros”.

La Patria, Manizales, 24-IX-1980.

El periodismo de Manizales

Por: Gustavo Páez Escobar

Como jurado que fui del concurso de periodismo que desde hace varios años promueve en Manizales La Nacional de Seguros, me correspondió ver más de cer­ca la calidad de los periodistas de aquella ciudad. Si bien soy asiduo lector de La Patria, donde ade­más escribo hace diez años, no siempre se aprecia en la lectura rápida de los artículos toda su profundidad. Esto no se opone a que se vaya formando, por ese contacto con el pensamiento y el estilo de los escritores, conciencia sobre lo que ellos representan como incitadores de ideas. Que también puede ser lo contra­rio, cuando no las tienen.

Ya cuando hay que reflexionar sobre un texto con el análisis que supone la labor de jurado, se descubren facetas no siempre apreciables dentro de la velocidad con que se leen los diarios. No habrá periodismo autén­tico sin ideas. El periodista pierde a veces la oportuni­dad de sacar un pensamiento del suceso prosaico, como lo hacía Luis Tejada, y no porque su labor vaya de carrera, sino por no acostumbrar la mente al racio­cinio.

Diferente es el periodismo que rastrea la noticia y ha de darla sin comentarios propios, del que opina y escri­be los editoriales. Este último, que debe tomar posi­ciones, está llamado a ser el nervio del periódico. A ve­ces, por desgracia, es sólo un escenario de rusticidades. Se reclama bagaje intelectual para conseguir llegar al gran público con amenidad y esa difícil sustancia que conquista al lector poniéndolo a pensar.

El periodismo debe ser social. Si su objetivo es el hombre, no debe perderlo de vista. Se distingue muy bien el escrito de relleno, del penetrante y aleccionador que orienta y educa la conciencia colectiva. La gran masa de los lectores no necesita cátedras eruditas sino sencillos motivos de reflexión.

El periodismo de Manizales, vigilante de su ciudad y pendiente de la evolución social, mantiene temas permanentes de preocupación por la suerte de la comunidad. Cuenta con una tribuna abierta a todos los afanes y todas las ideologías, y por eso se han formado allí escritores de renombre que no dejan declinar la fama de ciudad culta. La Patria es una guía de la conciencia, y también un estandarte que se levanta proclamando las excelencias de su clima espiritual.

Si en el pasado tuvo Caldas plumas aguerridas y brillantes, su ejemplo sirve de acicate para empujar otras generaciones. No en vano exhibe Caldas su prerrogativa como centro cultural. Y lo seguirá siendo sin desfallecimientos porque es un pueblo con derroteros fijos y que no pierde su sentido de dignidad y elegancia.

Después de la experiencia de jurado, oficio difícil cuando abunda la calidad, se siente uno fortalecido al hallar una escuela que no se conforma con la  mediocridad, sino que, al contrario, hace del afán cotidiano un ejemplo de batalladora supervivencia.

La Patria, Manizales, 26-IX-1980.

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