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Carolina vuelve a casa

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La princesa Carolina de Mónaco, cuyo matrimonio con Philippe Junot atrajo la atención mundial y causó revuelo en la realeza europea, está de nuevo en el hogar paterno. Reiniero, el mayor opositor de esta boda con visos de fracaso, ha reci­bido jubiloso a su hija, si bien ella vuelve con el corazón entristecido.

Era un matrimonio que más parecía montado sobre la irrealidad de un sueño que calculado para prolongarse eternamente, como es el juramento de los enamorados. Carolina, la linda y sensual princesa que apenas comenzaba a despertar a la vida, admirada por el mundo y perseguida por los señoritos de las decadentes monarquías que todavía, en pleno siglo veinte, pretenden ser de sangre azul, rechazó todos los halagos de su rango y prefirió al play boy de los casinos parisienses, el exhibicionista y audaz banquero que no se detuvo en prohibiciones para apoderarse de este corazón asombrado y ardiente.

Junot, el plebeyo, no podía ser recibido en matrimonio por la aristocrática pareja que manda en el principado de Mónaco, pero su talante conquistador, que lo había conducido por los sinuosos caminos de la aventura y el romance, venció todas las barreras. La princesa, que jugaba a ser rebelde y no desconocía los señuelos de las salas a media luz, encontró mayor encanto en la figura apuesta del intrépido hombre de negocios que en la esperanzada insinuación de sus pretendientes reales.

No le preocupó que el plebeyo le llevara bue­na diferencia de años, si para el corazón no existe edad y sólo importa la felicidad, así haya que lu­char, como ella lo hizo, contra cualquier lógica y los más sensatos consejos. Carolina se fue a la guerra y quiso demostrarle al mundo que podía ser feliz saliéndose de las normas de su abolengo. La vimos risueña y exuberante, como la diosa imperial que iba a romper los moldes de su tradición.

Su felicidad, empero, no lograba convencer por completo, porque la fórmula había sido aliñada con disímiles ingredientes que un día harían fraca­sar la dudosa unión del atrevido aventurero y la  romántica y frágil criatura que desconocía las veleidades y las falsas promesas. Al poco tiempo el marido, que no podía detenerse en consideraciones para continuar su carrera de teno­rio impenitente, había sucumbido a las tentacio­nes de otra provocadora exponente de la carne y la lozanía.

Poco a poco se fue alejando, sin miedo al escán­dalo, y prefirió el amor profano a la fidelidad imposible para él. Ya habían sucedido no pocos desacuerdos, que eran previsibles cuando entre ellos existían abismos de incompatibilidades.

Carolina vuelve a casa. Su expresión dice que llega liberada. Sus padres se sienten contentos con el rompimiento y creen haber reconquistado a la hija descarriada. Pero no será así, porque es un corazón juvenil que pronto saldrá de su ofuscación para tratar de desquitarse del torpe destino.

Trae experiencias y cicatrices. De ahora en adelante será más cauta y también más mujer, menos ingenua. Acaso ha quedado rota la enternecida niña de dos años atrás. La vida comienza mañana, se repetirá en sus intimidades.

La Patria, Manizales, 3-I-1981.

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