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Un poeta en la cárcel

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Román Medina Bedoya, Juan Castillo Muñoz y Carlos Osorio Pineda, periodistas de la Presidencia de la República, acaban de salir de la cárcel, comprome­tidos en el episodio de la valija diplo­mática, o la narcovalija, como ha dado en llamarse por haberse transportado en ella, con destino a España, una remesa de cocaína. Después de varios meses de arresto como presuntos cómplices de un falso periodista español que fue el autor del disfrazado correo diplomático, nuestros funcionarios son puestos en libertad incondicional y se reconoce con ello que la justicia, una vez más, se ha equivocado.

Se les confundió con delincuentes comunes infiltrados en las altas esferas gubernamentales, y como además son periodistas de carrera, se prestaban para la especulación. El suceso sonó a escándalo oficial y se aprovechó para disminuir el  menguado pres­tigio del Gobierno.

Funcionarios de la justicia demasiado acuciosos, con ansias de nombradía, quisieron apuntarse un éxito dentro de la desacreditada justicia colombiana y se dejaron llevar más por el ánimo sensacionalista, tan común en nuestro trópico, que por un juicioso razonamiento. En lugar de los peces gordos van a dar a las cárceles invo­luntarios protagonistas que distraen la opinión pública. La justicia debe tomar medidas preventivas, porque ese es uno de los resortes más importantes de la investigación, pero también ser idónea para no mezclar justos con pecadores.

Se admite que en determinados momentos surgen dudas incluso alre­dedor de ciudadanos del mayor respeto, pero no se justifica que éstas se dejen prosperar hasta el límite de que el público termine condenando a los ino­centes. Y como contrasentido, los grandes capos de la droga –Pablo Escobar, Carlos Lehder, El Mejicano…– andan sueltos y se ríen de la incapacidad de nuestras leyes.

Me resisto a creer que Juan Castillo Muñoz, por ejemplo, que exhibe larga trayectoria en función de poesía, pueda volverse delincuente de la noche a la mañana. Son los suyos 56 años de vida honrada, y sobre todo de vida estética. A un poeta romántico, como lo es, la cárcel significa una negación. Resulta inconcebible en la sensibilidad del ar­tista. El delito repugna a los cultores de la belleza.

Juan Castillo Muñoz, que ha publi­cado poesía, cuento y novela y es periodista sin mácula, conoce ahora el castigo de los justos. La cárcel, con todo, le dará otra dimensión de la ruda existencia y le hará comprender mejor la ferocidad del hombre. Algo queda debiendo a sus jueces. De pronto esa es la poesía que le faltaba encontrar. Por ironía, uno de sus libros inéditos, que debe ampliar, se titula Solitario en la sombra.

El único delito de Castillo Muñoz es hacer poesía. Los tiempos actuales parece que rechazan a los poetas. Motivos de Eros es un pequeño volu­men que me envió el bardo en agosto de 1978. Lo he repasado ahora tratando de descubrir algún signo delincuente. Y sólo he hallado una fina inspiración amorosa, como ésta que puede citarse a su salida de la cárcel:

 Regreso a tu silencio poseído de anhelos…

Busco en tus tempestades mi huracán desatado

y en cada movimiento de las manos te acecho

para hacerte más mía. Más piel de mis ensueños.

El Espectador, Bogotá, 25-III-1985.

 

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