Inicio > Periodismo, Personajes singulares > El cafecito de Osuna

El cafecito de Osuna

lunes, 31 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que Cosas del Día del periódi­co El Tiempo encuentra como humor sombrío en algunas de las caricaturas de Osuna, se trata, en realidad, de la fibra más mordaz de su ironía in­vencible. El autor de la nota, que se deja dibujar en ella con calzonarias completas, elemento que ya no se usa pero que distingue a quien lo carga, admira sin embargo a su crí­tico contumaz y alcanzó a lamentar su retiro momentáneo de las páginas de El Espectador.

Osuna dijo que salió a tomarse un tinto para luego regresar. Hay en su disculpa, muy a la bogotana, algo más que una explicación de cortesía. Algo incomoda al maestro, y apenas lo deja deslizar entre líneas. Pienso, y me voy a tomar esa libertad de in­terpretación, que desde la muerte de Guillermo Cano —su oráculo y su álter ego— Osuna quedó partido en dos. Permanece perplejo, como por lo demás ha sido su posición ca­racterística ante el país en banca­rrota.

Creó a Lilín de una costilla suya para que le ayudara a soportar el desencanto, pero el hijo, rastrillado entre luces de bengala y lágrimas decembrinas de estupor, se mantiene ofuscado. Abortado en el fragor de la descarga alevosa, carece de completo equilibrio para estar en pie.

Lo hemos visto merodeando entre escombros, con ojo confuso y paso vacilante, como queriendo zafarse de los pantalones de su papá, pero no se atreve. Algún día será hombre. Ahora es sólo un pichón, y el país, con sus monstruosidades, le queda grande. Lo asusta, y él todavía no está hecho para espantos.

Por eso, Osuna salió a tomarse su taza de café, que en Bogotá llamamos el cafecito, con Lilín de la mano. A él apenas ha comen­zado a enseñarle el lenguaje nacional. A mostrarle cómo es Colombia, país de fantasías infantiles y fan­tasmas nocturnos. Lo llevó hasta la curva del arrebato y entre los dos rezaron un padrenuestro por el abuelo.

Por el abuelo de Lilín, porque la criatura no vino al mundo tan desprotegida, a pesar de haber nacido de una bala. Es posible que en aquella vuelta en U, donde nadie logrará borrar la sangre más igno­miniosa de la libre expresión, el pe­queño se vuelva grande. Abra los ojos a lo insospechado. Por ahora su padre,  compadecido de la pequeñez, tiene temor de que su retoño crezca más de la cuenta. Le duele herir los sueños infantiles.

Tanto el cafecito de los ejecutivos como el de los caricaturistas esconde algo recóndito, a veces de difícil descubrimiento. También los nego­cios se mueven con olor a tinto, y no siempre salimos bien librados de una gerencia comercial. Muchas veces las ilusiones se esfuman entre aromas de cafetal y sorbos calurosos. El cafecito de Osuna ha sido de frustración.

Pero ya regresó a marcar tarjeta en la empresa nacional. Está bien que lo hubiera hecho antes de que ésta, de pronto, se acabara. Hay una protesta egoísta del público cuando el maestro de 25 años de fogueos nutridos se va de descanso: es el temor de que se queme el rancho en su ausencia.

*

Nunca la misión del caricaturista está concluida. La guerra de Marte no terminará jamás en el mundo. Seguimos siendo egoístas. Tal vez por aquello de que Osuna sólo hay uno. Creo que Hersán llegó a sufrir cierta desolación durante la ausencia al alcanzar a presentir que le haría falta aquel cosquilleo entre delicioso y sombrío que le causaban las punzadas ponzoñosas. Y hasta es posible que hubiera pensado colgar, ya por innecesarias, sus calzonarias geniales.

El Espectador, Bogotá, 16-VI-1987.

 

 

Comentarios cerrados.