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Capacitación campesina

sábado, 1 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El gerente general del Sena anuncia­ba, en su reciente visita al Quindío, el programa de capacitar al campesino ca­fetero en una forma productiva: enseñándolo a ser gerente de la tierra. Esto, a simple vista, suena como idea ilusa, acaso como un aliciente que lle­van muchos altos funcionarios en su maleta de viaje.

 En el presente caso, tanto por la se­riedad del personero del Gobierno, co­mo por la filosofía de la entidad que ha demostrado grandes realizaciones en la capacitación del hombre a todos los niveles, la factibilidad del programa no puede caer en terreno mejor abona­do. El Quindío, al igual que todo el Viejo Caldas, ya que se trata del café, son tierras de minifundios donde las gentes nacieron para ser profesionales del agro.

Hablaba el doctor Eduardo Gaitán Durán sobre la creación de una finca piloto para rehabilitar al campesino de su simple condición de obrero que re­coge cosechas espontáneas, a la de ver­dadero administrador de su propio fundo. Aprenderá en dicho centro principios de economía agrícola y téc­nicas de plantíos, y se le despertará el sentido de la responsabilidad. El cam­pesino cafetero —e igual cosa sucede con el campesino en general—, por más ligado que se encuentre a la tradición de donde deriva su subsistencia, care­ce de iniciativa. Y aunque la tierra es su razón de ser, convierte esta activi­dad en algo rutinario que no requiere más miramiento que el propio que le depara la naturaleza.

Cuando este labriego asuma una concepción mejor dirigida y aprenda que el beneficio será mayor conforme aumenten su independencia y la capa­cidad de pensar por sí solo, con el ries­go que implica el hecho de ser gerente de la tierra, de su propia tierra, se sentirá más hombre. Se le in­culcará la conciencia del auténtico ge­rente, formado no solo para mandar, sino también para producir.

Será una pacífica revolución del campo. Se requiere, en efecto, para que Colombia explote con provecho sus inmensas riquezas naturales, que la tierra sea removida hacia fines progre­sistas como este de hacer líderes a quienes, por lo general, no pasan de ser los capataces o los tradicionales reco­gedores de cosechas.

El campesino debe aprender a que­rer más la tierra. Es preciso que se sien­ta firme en su ambiente, al lado de la mata de plátano o de la siembra de caturra, como el marinero lo está en su barco, al que no abandona ni aun en los peores momentos de la adversidad, porque lo lleva en la sangre.

Y que no sea víctima fácil del transistor que le repica una confusa invitación, que al propio tiempo suena en sus oídos como algo atractivo, al éxodo hacia la ciu­dad, a engrosar esa frustrada y frus­trante población rural que cree encon­trar paraísos en los infiernos del con­creto y termina ensanchando los abo­minables cuellos de miseria que no so­lo están creando grandes problemas so­ciales a las ciudades, sino asfixiando al campesino con dificultades de todo or­den.

 La Patria, Manizales, 3-V-1975.

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