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Alirio o la cultura

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Cuando la página literaria del periódico El Espectador publicó mi primer cuento,  El Sapo Burlón, de la primera persona que recibí una ancha felici­tación fue de Alirio Gallego Valencia. Ese detalle lo llevo grabado tanto por el gesto de quien así empujaba mi entusiasmo inicial, como por el estímulo que me prodigaba un maestro de la literatura.

Días después, Euclides Jaramillo Arango, que no regatea la generosidad, escribía reconfortante no­ta periodística en la que se sorprendía, tanto como yo, de la aparición de un banquero en las lides intelectuales. Debo decir que tanto Alirio como Euclides fueron los maestros de ceremonia en mi incierto bautizo como escritor. Y como desquite –porque los escritores no deben na­cer huérfanos–, les pasé el engorroso encargo de prologar mis dos primeras obras.

De entonces a hoy mucha agua ha corrido. Distante yo de pretensiones, han ido brotando al paso de los días líneas constantes que, para bien o para mal, me engancharon definitivamente al quehacer literario. Y he sentido siempre,  muy cerca, la solidaridad de este par de amigos, de cuya amistad me enorgullezco.

Estos dos hombres, hermanados durante toda una vida, son pioneros de la cultura y protagonistas además de no pocos sucesos regionales que tocan con el avance intelectual del Quindío.

Ha sido Alirio Gallego Valencia denodado promotor del desarrollo educacional, más de lo que la gente sa­be. Cuando en días pasados un políti­co proclamaba por la radio su liderazgo en la fundación de la Universidad del Quindío, pensé que realmente la cultura es quijotesca. Unos son los que la hacen y la luchan, y otros los que a la hora de nona quieren apadrinarla. Conozco, por testimonios muy autorizados, las ejecutorias de Alirio en la creación del centro universitario, y las gentes que lo acompañaron saben que gracias a su entusiasmo, a su mística y a su quijotismo –sin el cual el mundo habría ya desaparecido– fue posible sacar adelante la utópica idea de crear esta universidad por fuera de capital de departamento.

Alirio, que no nació para ser tímido, y que había sido encar­gado por el Ministerio de Educación Nacional para organizar la Universidad, era quien viajaba en pos del auxilio bogotano, presionaba la personería jurídica,  levantaba el primer papel con membrete, rebuscaba el pupitre y hasta reclutaba en la puerta del establecimiento a quien tuviera cara de bachiller para lle­nar el primer cupo en esta ciudad que miraba de reojo el curioso aviso que, pegado a la madera rasa, anunciaba la tal Universidad como pregonando un artículo que nadie quiere comprar.

La vida de Alirio Gallego Valencia ha girado siempre alrededor de la cul­tura. Estudioso de tiempo completo, devora libros y conocimientos con in­creíble digestión para los alimentos del espíritu. Sabe el campo que pisa, y si su personalidad es para mu­chos controvertida y suscita envidias y sorpresas, ignora la apeten­cia ajena y se mantiene fiel a su voca­ción.

Se graduó de farmacéutico, pero se casó con la literatura. Es ambidextro para esas y otras faenas, porque ade­más incursiona en la filosofía, ejerce la cátedra y no se le corre a ningún compromiso de oratoria. Como direc­tor de Educación del Quindío cumplió ponderable labor docente que se tradujo en el avance de esta región que entiende su destino cultural, pero que requiere el impulso de hombres de mística.

Toda una gama de facetas se com­bina en su inquieta personalidad. No se ha conformado con honores posti­zos, sino que ha sido, ante todo, perseverante impulsor de las disciplinas humanísticas. Hombre afanoso de su­peración, vive siempre con sed de co­nocimientos y no se descuida con la evolución de los tiempos. Habría que reclamarle, empero, que se mantenga retardado en publicar su primer libro. En su biblioteca y en su mente hay suficiente material. Si él me empujó a que siguiera escribiendo, cuando con Euclides me lanzó al agua, le reclamo la mojada. Y yo sé que él no se deja retar.

La Patria, Manizales, 23-XI-1975.

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Comentario:

Suscribiría con todo gusto y devoción la sumaria pero excelente biografía que hace Páez Escobar en su artículo. Sin los esfuerzos tesoneros e inteligentes de Alirio Gallego Valencia no hubiera podido fundarse la Universidad del Quindío y ponerse tan felizmente en marcha como ocurrió en su tiempo. Para mí personalmente constituirá siempre un honroso e imborrable recuerdo haber tratado de colaborar en la extraordinaria empresa en que se embarcaron Alirio y mi antiguo y admirado amigo Bernardo Ramírez Granada. Estimo muy útil para la historia cultural de Armenia y del Quindío el artículo de Páez Escobar, que entre otras cosas, pone la verdad en su sitio. Carlos Echeverri Herrera, Bogotá.

 

 

 

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