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Revista Vivencias

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Una gentilísima carta de doña Mar­tha Uribe de Lloreda, directora de la revista Vivencias, me recuerda que la suscripción quedó vencida desde el año pasado. Tal recordatorio me pro­duce desazón. Y para tratar de endere­zar el descuido, imperdonable para quien siente la cultura y a veces tiene sus humos de escritor, permítame usted, doña Martha, que me apene en público por su tirón de orejas.

Valga la ocasión para amonestar, ya por mi cuenta, a los suscriptores de la extraordinaria revista caleña que de pronto siguen pensando que, a pesar de morosos, van a continuar recibien­do números de cortesía. Si nos metimos a la cultura es para ser perseveran­tes. Es una manera de anticiparme a otras cartas, doña Martha, y le anoto de paso que, como gerente de banco, sé conseguir clientes y cobrar cartera.

Vivencias, fuera de ser un órgano de gran calidad literaria, es una de las mayores demostraciones de creativi­dad. Sus realizaciones son elocuentes. No solo se ha sostenido durante varios años como esfuerzo inquebrantable que empuja la inquietud intelectual del país con dos concursos de novela, hoy por hoy el mayor evento con que cuenta el escritor, sino que estimula otras expresiones culturales. Conseguir que la revista salga con regularidad es de por sí una afirmación.

En un principio se dispensó poca cre­dibilidad a este grupo de damas que lanzaban ideas medio bulliciosas en un medio que, como el caleño, no parecía el más propicio para parcelar un programa de largo vuelo en manos de unas señoras hasta ese momento desconocidas en el mundo de las letras. Cali, ciudad industriosa, con temporadas tauri­nas y mujeres hermosas, acaso no favo­recía la imagen de tales proyecciones.

Se pensó en unas damas tocadas de burguesía que se asociaban para dis­traer el tiempo. Sus apellidos no ha­cían presagiar nada diferente. No se su­ponía que estos elementos de la alta sociedad, tertulias de clubes y de cos­tureros, fueran capaces de mezclarse en aventuras que generalmente tienen más sabor a bohemia que visos de cosa seria.

Pero nos despistaron al coger altura. Han explotado, en alguna forma, sus apellidos tan bien enraizados para ha­cer cultura, y de la buena. Atrajeron el interés de la Fábrica de Licores y de otros organismos públicos y privados, los sostenedores de los concursos lite­rarios. Y pusieron en Cali, en medio de las corridas de toros y del jolgorio del pueblo entusiasta, una cuna de la cultura.

A la revista se vincularon egre­gias figuras de la intelectualidad. Se de­baten ideas, se plantean tesis, se escri­ben cosas novedosas… Cada dos años lanzan un nuevo novelista. Estos pro­gramas suponen fuertes erogaciones. Y detrás del engranaje, el consorcio de intrépidas damas, hábiles no solo como promotoras de relacio­nes públicas sino como intelectuales y polemistas, luchan contra viento y ma­rea por no dejar sucumbir la empresa.

Han demostrado, para reto y ver­güenza de muchos falsos apóstoles de las letras, que no se trata de las señoronas que supusimos zurciendo cuartillas en los salones sociales, sino de autén­ticas trabajadoras de la cultura que es­criben poesía y editoriales, que susci­tan controversias, que se untan de tin­tas y galeradas.

Por eso y por mucho más he corrido a despacharle a doña Martha el cheque de $300.00 que estaba refundido en mi cabeza olvidadiza. Escribo la cifra para que otros se matriculen o se pon­gan al día, antes de que llegue el tirón de orejas. La cultura se hace con ti­rones de oreja, con intrepidez y tam­bién con dinero.

Y una revista, sobre todo de la calidad de Vivencias, no vive de milagro. La propaganda, si algo tiene esta nota de ella, es espontánea, a manera de «mea culta», y que no se piense que aspiro a ganarme ningún con­curso de novela, pues la cabeza no da para tanto.

La Patria, Manizales, 20-III-1976.

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