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Un ministro positivo

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Con actitud serena pero enérgica el doctor Hernando Durán Dussán, ministro de Educación, le dio al país ejemplo de autoridad. La ciudadanía, alarmada en los últimos días con los desbordes que vienen suscitándose y que señalan un inequívoco síntoma subversivo, aplaude la ac­tuación gubernamental en el nuevo conflicto que Fecode se proponía promover para perturbar el orden legal.

Colombia es país de Derecho. Las instituciones, que se han visto atacadas por grupos irres­ponsables, en abierto reto a la paz pública y dentro de un frenético afán por sembrar el caos, deben defenderse a como dé lugar. No es posible que grupos sediciosos pretendan apoderarse del mando para imponer la anarquía. Con el pretexto de las reivin­dicaciones sociales algunos líderes desafían la estabilidad democrática con inocultable propósito de alterar la tranquilidad.

Las gentes de bien, que son la inmensa mayoría de los colombianos, rechazan los actos extremistas y si en momentos confusos extrañan la efectividad de medidas que restablezcan la normalidad en otros campos afectados y que merecen mejor suerte, elogian gestos como este del ministro de Educación que rescatan la confianza como buen augurio de mejores días.

Nadie discute que los maestros, uno de los más respetables conglomerados de la sociedad, como todos los núcleos del trabajo, están en su justo derecho de buscar me­jores condiciones de vida. Pero hay solicitudes que por exageradas desconocen el sentido de las proporciones y se convierten en acicate para enfrentar pretensiones que encierran más ánimo de pelea que verdadero espíritu de progreso laboral.

No es cuerdo empujar a los maestros a la lucha irreflexiva. Es insensato, y también antipatriótico, que por no hallarse el Estado en con­diciones de atender alzas desorbitadas en los salarios, se amenace con un paro nacional. Y no solo se amenaza, sino que se ordena cumplirlo en pugnaz desafío al Gobierno. Es un estilo, por desgracia imperan­te, que ojalá se erradique con la necesaria severidad.

El   país   entero, señor Ministro, escuchó su interven­ción y le brindó amplio apoyo por la forma inteligente como usted encaró el reto. Se enteró, de paso, de positivas realizaciones que no siempre se difunden con la precisión y la elocuencia como usted lo hizo, y que ilus­traron a la opinión pú­blica sobre los avances que en materia educativa se vienen cumpliendo. Los cuadros, las cifras, los planteamientos serios, hablan mejor lenguaje que las intenciones aviesas de quienes solo persiguen entra­bar las instituciones y frenar al país sin mirar el bien común.

En su disertación, señor Ministro, hubo mesura, cordialidad y buenos deseos. Pero sobre todo firmeza, que tanta falta nos hace. Es posible que se le endilgue el título de «esquirol», palabra tan en boga, aunque desgastada por el abuso, y que en su caso resulta un honor para la salud de la República.

Lo importante es que el pue­blo pondera su actuación. Hubo carácter para rechazar la pro­vocación y la categórica advertencia de que no se permitirá el desorden. Se esta­ba jugando una carta definitiva para la vida institucional.

Y se apuntó usted un «hit», como tan expresivamente se dice en el lenguaje popular. El país está cansado de los desafueros y del irrespeto a la autoridad. Vendrán luego, como usted lo ofrece y como todos lo anhelamos, el diálogo constructivo y la búsqueda de soluciones posi­bles, sin indebidas presiones y dentro del necesario clima de cordura.

El paro tenía que fracasar por irrazonable. El país gana con este acto de gobierno. Y también los maestros, que no secundaron un intento desca­bellado y que conseguirán mayores ventajas con el raciocinio que con el atropello.

El Espectador, Bogotá, 6-IV-1976.

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