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El auge del ferrocarril

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Gracias al empeño que se viene dispen­sando a la recuperación del ferrocarril, los hierros viejos están perdiendo el óxido de los años. Este sistema de transporte, que había caído en desuso y representaba fuerte lastre económico para el país, adquiere su real dimensión en momentos azotados por la escasez de gasolina, que hasta hace poco se creía inagotable.

Mientras el precioso elemento, uno de los mayores dictadores de la época, nos voltea la espalda, convierte en nuevos ricos a países postrados financieramente. No obstante el sorpresivo viraje cafetero, Colombia se ve en apuros cuando las entrañas de la tierra se niegan a mantener el necesario soplo petrolífero.

El Gobierno acude a la importación de petróleo por un volumen con­siderable y se enfrenta a afanosas circunstancias cuando los pozos comienzan a disminuir y la naturaleza, esquiva para nuevas fuentes de abastecimiento, desoye nuestros clamores.

El encarecimiento de la gasolina provoca brusco remezón económico. Como todo se vale de la gasolina en forma directa o indirecta, el costo de la vida enfrenta uno de los retos más difíciles. El reajuste de las tarifas del transporte intermunicipal y el aumento del subsidio a los buses urbanos son medidas justas e inevitables, pero de poderosos efectos sobre el nivel de precios.

La inteligencia del hombre, que también es pródiga para buscar soluciones, tiene previsto en nuestro medio el uso del ferrocarril para sortear, por lo menos en parte, los estragos de la crisis ener­gética. Hay obras calladas sobre las que no se repara con cuidado.

La administración de los Ferrocarriles Nacionales, hoy bajo las expertas manos de Marco Tulio Lora Borrero, ha entendido como misión de grandes alcances la de enlazar al país por sus vías ferroviarias, que habían caído en deplorable decadencia y vuelven no solo a unirse sino que se dan al servicio con un equipo cada día más eficaz.

Volver al imperio de la locomotora no es tarea de poca monta. Carrileras deterioradas por el desuso, tramos interrumpidos, maquina­rias abandonadas y todo un patrimonio nacional devorado por los años y la desidia, son el luctuoso inventario de lo que en otros tiempos fue uno de los orgullos del país.

La valerosa denuncia de Marco Tulio Lora ha destapado un fraude monstruoso cometido por firmas extranjeras al vender a Colombia locomoto­ras que al poco tiempo quedaron descontinuadas por fallas mecánicas.

Ha nacido el sano propósito de reconquistar el ferrocarril. Entusiasma hallar las estaciones colmadas de pasajeros que buscan el servicio y lo encuen­tran, como en viejos tiempos, con holgura y beneplácito. Existe esmerada atención tanto en el expendio de tiquetes como en la permanencia a bordo, que hacen grato el viaje. La capacidad de la empresa permite, por otra parte, que cada vez se desplace más carga pesada. Es una fórmula para abaratar costos, descongestionar las vías carreteables y economizar combusti­ble.

Se nota inquietud en diferentes sitios para conectar tramos vitales de nuestra arisca geografía. Vimos en días pasados a Otto Morales Benítez por sus predios caldeases, acompañado por los go­bernadores de Caldas y Antioquia y otros personajes, paseando al dinámico gerente de los Ferrocarriles por la estación de La Felisa, en busca de la reconexión de la vía a Medellín.

La comitiva no alcanzó a inspeccionar el proyecto de la vía Armenia-Ibagué, obra que algún día se convertirá en una hazaña cuando consiga dominar la cordillera. Sabemos que Marco Tulio Lora es capaz de perforar esa y otras montañas. Por lo pronto, las gentes del Quindío disfruta­mos las comodidades del Expreso Calima a la ciudad de Cali.

Estos entusiasmos regionales con demostración evidente de que el ferrocarril ha regresado a Colombia.

El Espectador, Bogotá, 19-II-1977.

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