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La exposición de Olga Lucía Jordán

miércoles, 5 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La lente fotográfica de Olga Lucía Jordán descubre en esta muestra de su talento artístico el alma del niño en diversas actitudes ante el mundo y la vida. Puede apreciarse, ante todo, la forma espontánea como van apareciendo rostros infantiles donde se captan, en toda su naturalidad y sin artificios, reacciones ante el miedo, la sorpresa, la congoja o la alegría de los pequeños placeres del niño, los más profundamente humanos, por ser auténticos.

Este mundo de Olga Lucía Jordán parece que tuviera algo de fabuloso. Guando el niño se pierde en infinitos gozos al lado de su perro juguetón y solidario, y más tarde la tristeza del pequeño es idéntica a la de su pobre can taciturno y despro­tegido, el mundo todo cabe en esas dos expresiones, las más características del hombre: la alegría y la tragedia.

En los enfoques de la artista se encuentra su alma sensible. La seducen, para tratar de remediarlas, la desnutrición, la vagancia, la ausencia de calor hogareño de la niñez errátil que duerme en intemperies y transita entre peligros. Cuando, desde el ángulo contrario, enfoca su cámara para enmarcar una sonrisa, surge el universo maravilloso donde todo se disipa ante la frescura del alma juvenil.

Lo más sobresaliente de esta exposición es la espontaneidad de los rasgos fotográficos. Las expresiones son categóricas, nunca fingidas ni improvisadas, y describen los sentimientos humanos con admirable belleza, aun en los estados miserables. Para ser artista verdadera, como lo es Olga Lucía, debe tenerse alma infantil.

Armenia, diciembre de 1978.

 

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