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El doctor Ovidio

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No logro imaginarme a Ovi­dio Rincón disfrutando a gusto de su doctorado honoris cau­sa. Sé que si de él hubiera de­pendido, jamás habría sido po­sible ese título. Y es que el nue­vo doctor en ciencias de la lite­ratura es hombre sencillo en el más amplio sentido del término. Ha huido de los ho­nores y ha hecho de su vida la más elocuente parábola de la modestia. Para ser humilde no se requiere de­cirlo sino demostrarlo. Quizá en eso se distinga el ser supe­rior del mediocre.

Por espíritu superior ha de entenderse aquel que se esconde a los oro­peles de la vanidad y no se deja convencer de nombradías efí­meras. Sólo vive en función de su mundo interno, de sus po­tencias ocultas. Suele dudar de sus capacidades y hace de la sorpresa la mayor interrogación sobre lo que a él se le antoja que son sus propias ignorancias. Dudar es ca­mino seguro que conduce a la sabiduría.

Conocida reticencia para buscar y entender los honores, lejos de alejarlo de la ponderación con que los demás califican su obra, más significación le hace ganar, sin que él lo intente ni logre evitarlo. El reconocimiento público, que con tanto juicio se ha pronunciado acerca de la trayectoria de Ovidio Rincón como escritor y periodista, no consulta, no puede consultar, el querer del elegido para dispensarle o no los títulos que tiene conquistados.

La Universidad de Caldas, vocero respetable de la región, recoge el general beneplácito para honrar la realización de esta vida consagrada al cultivo de la inteligencia. Es justa la decisión, porque el mérito es grande. Lo mismo ocurre con Adel López Gómez, otro ejemplo de superación, como sucedió en el pasado con Jorge Santander Arias, «uno de esos genios que nacen por generación espontánea, uno de esos cultores del espíritu que entran solos en el campo de la inmortalidad, sin ostentaciones ni el apoyo de caducos pergaminos». Con estas palabras puse, en 1974, a recorrer las empinadas calles de Manizales a Santander Arias con su difícil docto­rado a cuestas, como parece que ahora ocurrirá con Ovidio Rincón, que mucho daría por­que no lo hubieran graduado.

Ovidio Rincón, cantor de la aldea colombiana, nació poe­ta para justificar la vida. La pro­vincia, con sus miserias y grandezas, ha sido ensalzada en su prosa galana y recursi­va. El poeta sacude su emotividad cuando ve declinar la tarde y escucha el tránsito del arroyo, ese arroyo que refrescó su ni­ñez con aguas límpidas.

No se resigna al modernismo y la­menta que vientos deteriora­dos se lleven la plaza reverde­cida y atropellen la tupida ve­getación de los campos. Llora con el camino veredal que lan­guidece entre inercias, sin nadie quien lo de­fienda. Sigue con mirada nos­tálgica la extinción de los símbolos que otrora eran faros en su provin­cia lejana, para ser hoy rezagos de algo que se borra de manera implacable. Y es que el poeta nació con la aldea mecién­dole el alma y no puede estar sino allí, entre los suyos, ati­zando los recuerdos para que no se desmoronen al igual que las piedras de sus caminos ya borrosos.

Periodista magistral, se untó de tintas y de prisas reporteri­les desde bien joven. Hurgó aquí y allá para extraer el secre­to del oficio que no puede practicarse sino con tempera­mento. Supo que el periodismo es vocación y sangre, y nun­ca renunció a su destino. La noticia fugaz, el enfoque cívico, el clamor social, nada se ha escapado a su agudo escal­pelo. Desmenuza con igual maestría el acaecer frívolo que la encopetada incidencia eco­nómica o el profundo zarpazo del dolor humano.

Alguna vez le dio por extraviarse en los entresijos de la política, pero solo para buscar la redención del hombre. Fue político honrado. Por fortuna, regresó a sus viejas toldas. Ahora lo sorprende un doctora­do inconsulto. No se le podía pedir permiso, si su tempera­mento es reacio al aplauso. El honor se gana, no se asalta, y bien está que la Univer­sidad de su tierra le entregue, no importa si casi a la fuerza, este  laurel que es mucho más que el simple doctorado.

La Patria, Manizales, 18-III-1980.
Eje 21, Manizales, 19-VII-2015.

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Comentarios:

Conocí y naturalmente leí a Ovidio Rincón. Nunca hablé con él. Estuve muy ligado a La Patria pues Tomás Calderón (Mauricio) era mi tío abuelo y dirigía la Página Universitaria con otros amigos como Mario Calderón Rivera y Rodrigo Marín Bernal, ambos fallecidos. Me gustó mucho tu artículo por ser una semblanza verdadera de Ovidio Rincón. Alberto Gómez Aristizábal, Cali, julio/2015.

Magistral homenaje que rescata la memoria de un hombre íntegro y de gran valor humano e intelectual. Gloria Chávez Vásquez, Nueva York, julio/2015.

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