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¡Dejen gobernar!

domingo, 9 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Pasó la época en que el gobernador realmente gobernaba. El país, cada día más politizado, está convertido en el gran dispensador de cuotas buro­cráticas, y estas deben repartirse sin excluir a ningún grupo político, y además en forma milimétrica, según la fórmula del ex presidente Valencia, para que todos estén a gusto en el festín presupuestal.

Si el gobernador logra pasar la prueba de elegir su gabinete sin protestas, o por lo menos sin rompimientos, apenas habrá conseguido silenciar por dos o tres días a las casas de los partidos, ya que de ahí en adelante nace la batahola de los mandos medios, ejército voraz que nunca estará satisfecho y acudirá a cuanto truco sea posible para apode­rarse de la nómina.

No tiene gracia, en efecto, ser jefe electoral del barrio si después no se es jefe de rentas. Esto de no dejar títere con cabeza de la anterior administración es solo una regla simple del llamado clientelismo. A estas casillas, las más importantes del engranaje gubernamental, por ser decisivas para la suerte de los ne­gocios, llegan las personas menos indicadas, las más incompetentes y las más conflictivas. También podría decirse que las más deshonestas, patrimonio común de todos los parti­dos.

Los presidentes de la República se quejan siempre de los mandos medios al descubrir que son ellos los que entraban y asfixian la vida del país, volviendo inoperante la acción del Estado. Algunos suponen que esas zonas del poder son dominadas por la oposición, cuando se encuentran con el buey cansado de que habla el doctor Lleras Restrepo. Pero todos, al darse cuenta de que es inútil luchar contra este morbo de la burocracia, se resignan a la triste realidad y hasta terminan declarándose presos del poder, como el actual Mandatario, que así lo divulgó en su correría internacional.

En la reciente reunión cumbre del Gobierno en la ciudad de Cali varios gobernadores se lamentaron de que los políticos no los dejan gobernar. Más del noventa por ciento de su tiempo deben dedicarlo, según concepto uná­nime, a resolver cuestiones de índole burocrática, como quien dice, a de­senredar el ovillo que los caciques y sus lugartenientes mantienen ciego. El actual ministro de Gobierno deploraba el hecho de tener que nombrar gobernadores por simples referencias, o sea, por presiones regionales, y más exactamente, políticas, sin poder examinar muy bien las condiciones morales del candidato, su identidad con la comarca y su vo­cación para el servicio público.

Sin duda el señor Presidente, quien también se queja pero no logra reme­diar estos males crónicos de una democracia arrolladora e incompe­tente, termina también designando a sus agentes directos más por con­veniencia, o por simpatías políticas, que por convicción.

La nación, convertida en una baraja de empleos donde los políticos se pelean hasta el puesto de inspector de policía, de matarife o de portero, no llegará nunca a ser una organización eficaz. Si para ingresar a la administración pública solo se requiere una credencial política, no debemos ex­trañar los desastres. Para recomponer este tremendo deterioro del país se requieren titanes, y a los titanes tampoco los dejan gobernar. Un gobernador amigo me confesó que iba a desempeñarse como verda­dero gerente. Y es que si algo se necesita y se echa de menos en la administración es el gerente. Así lo hizo, y al poco tiempo lo tumbaron.

Si el diez por ciento del tiempo restante que permiten los políticos queda para resolver los grandes pro­blemas de la comunidad, ¿cómo aspi­rar a que el país marche bien? Ya se ve que para complacer los pedidos de la burocracia insaciable y no dejarse caer como el «gerente» de marras, los gobernantes carecen de tiempo, de personas y de capacidad para re­mediar las apremiantes necesidades de la salud, de la educación, de la vivienda, de las obras públicas.

Mientras Colombia pasa por an­gustiosos conflictos que re­claman mentes maduras y producti­vas, una tropa de burócratas, como quien dice, de gente impreparada, le echa diente a la nómina. Son los trashumantes de todos los presupues­tos, hábiles en exprimir la botija de la victoria y listos a cambiar de tolda cuando la buena estrella deje de alumbrarle a su jefe de turno.

El país está convertido en un enorme ovillo de donde todos tiran y nadie quiere aflojar. Los gobernadores pro­testan porque los políticos no los dejan gobernar. Las nóminas del ministerio y de las gobernaciones acaban de ser integradas con políticos profesionales. ¿Serán ellos capaces de no dejarse gobernar por los demás políticos?

El Espectador, Bogotá, 19-VI-1980.

 

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