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Faltan 836.000 viviendas

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

No sé de dónde nuestros magos de la estadística sa­can  el dato de que en Colombia faltan 836.000 vivien­das. Yo diría, a vuelo de profano, que la cifra es superior. Me baso en el hecho de que los vagos, los menesterosos y los desempleados suman varios millones. O si no, cuéntelos usted.

En cualquier forma, 836.000 es cantidad respeta­ble. Tiene Colombia, por lo tanto, un programa inmen­so. Suponiendo que no creciera la población, de todas maneras se gastarían muchos años para dejar al día la vivienda de los colombianos.

Se dice que poseer vivienda no demuestra ser ricos; pero no tenerla significa mucha pobreza. Es quizá la necesidad primaria más apremiante del hombre. La gente que deambula por las calles y duerme a la intem­perie o en condiciones precarias sabe lo que duele la carencia de techo. Por eso, la vivienda es uno de los ma­yores signos de prosperidad o atraso de un pueblo. To­dos los gobiernos luchan contra este flagelo social y comprometen ingentes esfuerzos para remediarlo.

El Instituto de Crédito Territorial, institución po­sitiva como pocas, ve menguados sus recursos para acometer tanto plan urgente que reclaman de todo el país. De todas maneras, su contribución es altamente benéfica. El Banco Central Hipotecario, otra entidad sensible, escasamente alcanza a satisfacer las innume­rables solicitudes que le llegan de todas partes.

El déficit habitacional crece en la medida en que el sector rural invade los perímetros urbanos. Así mismo, aumentan los demás problemas. Los campos, en poco tiempo, quedarán desocupados, y las ciudades, atiborra­das como verdaderas colmenas humanas, más de lo que ya están. El hombre, en otras palabras, no encuentra dónde vivir. Se sale de los campos por insatisfacción y aventura, e ingresa a la ciudad donde quedará más de­samparado. Traslada su angustia al Gobierno, como si éste tuviera el poder de conjurar todas las estrecheces

La vivienda propia, prohibitiva para un inmenso nú­mero de ciudadanos, y el simple arriendo, también gravoso, son goces lejanos y torturadores.

Para alcanzar una vivienda decorosa e incluso rudi­mentaria, las clases trabajadoras se desgastan física y emocionalmente, muchas veces más allá de las fuerzas normales. La vivienda así opcionada es una utopía, y como tal, un engaño de la sociedad. Cuando se encuen­tra uno con esos datos refundidos en los periódicos que hablan de un déficit de 836.000 viviendas, se da cuenta de que las desproporciones humanas son desconcertantes.

El Estado no conseguirá darle libertad al individuo mientras no ponga a su alcance soluciones dignas para subsistir, sin los apremios y las angustias que rodean hoy al común de los colombianos.

La Patria, Manizales, 9-X-1980.

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