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Reina por una noche

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Gabriela Brum, la esbelta rubia alemana que acaba de conquistar entre 67 candidatas igualmente despam­panantes el codiciado título de Miss Mundo, terminó riéndose del concurso al renunciar, pocas horas después, a la corona. Esto de abandonar el cetro y los jugosos contratos comerciales resulta insólito, si la corona es la meta de la mujer hermosa que se somete a los mercados de la exhibición.

Gabriela, que atrajo la atención del mundo por pocas horas, tiene, sin duda, sentido del humor. Tal vez lo importante para ella era demostrar que poseía sufi­cientes encantos físicos para llegar a la cúspide de la admiración mundana. Logrado esto, prefirió volver al encuentro con su novio, el fotógrafo profesional que la triplica en edad y representa para ella mejor partido que los tediosos pretendientes que la acosarían por todas partes

Si desnuda había posado para el fotógrafo profesio­nal, es lógico pensar que sus atractivos de mujer de­ben ser para su hombre, que ella prefiere a la cáfila de glotones que la iban a perseguir, ceñida la corona. No sería por pudor que abandonó el trono, si conscientemente y sin ocultar su experiencia de modelo privada, se había presentado a desafiar los atributos de sus rivales. Ganó ella, en franca lid, y se dio el lujo de decirles a las mujeres del mundo entero que para ser hermosa no necesita en adelante, ni había necesitado, pasearse en hombros de la publicidad.

Pero hay quienes sostienen, entre ellos el cronista, que lo buscado por ella era el acto publicitario que se saliera de lo común. La publicidad es más efectiva y más rentable cuando va acompañada de escándalo. La rubia beldad de 18 años y 1.85 de estatura deslumbró a la nutrida concurren­cia del Teatro Albert Hall, de Londres, y luego logró impresionar a los públicos de todo el mundo que se encontraron con el hallazgo poco común, pero muy de la época, de la reina con pasado picante. Ella había posado viringa ante la mirada ávida de su novio, o su amante, y ahora hacía estallar esa bomba con indudable intención.

Esto quizás no es tan escandaloso en estos momentos donde el desnudismo es una de las expresiones naturales de esta época desenvuelta. Sin embargo, se hizo explosiva la noticia por tratarse de la reina mundial, cuyos patrocinadores debían protestar en nombre de las sanas costumbres. En estos sucesos, rodeados de cánones más o menos mojigatos, debe rechazarse todavía la impudicia, aunque la tendencia del mundo sea esa.

Condenar la falta de pudor de la reina es despertar el impudor de las mentes ansiosas que se entretienen con esta clase de pasatiempos. La mejor manera de asegurar un futuro de cifras generosas es provocando la murmuración mundana. Así lo buscó esta reina de una sola noche y de muchos contratos a la vista.

El mundo no se escandaliza con nada. El propio novio, o el amante, que como se ve son la misma persona, es el protagonista picaresco que se reirá a sus anchas con su máquina fotográfica. Su lente obtendrá mejores rendimientos económicos al salir del anonimato a las cimas del escándalo, llevado por su magnética beldad, la miss desnuda que estará haciendo babear a los viejos verdes de todas las latitudes.

Este impacto de lo insólito, y no un simple reinado de belleza, por más universal que sea, ha sido el motor para poner a funcionar los  mecanismos que fabrican billetes abundantes sin demasiado esfuerzo. Sólo se necesitaba una pose mundial, y ya se ve que un experto la logró valiéndose de su anatómica modelo que muchos se quisieran para dejar de ser tan insignificantes.

La Patria, Manizales, 26-XI-1980.

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