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“Menos política”: Reyes

domingo, 16 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hubo quienes lo tildaron de dictador. Y es posible que lo haya sido, en el buen sentido de la calificación. Un libro de los últimos años, del que es autor Mario H. Perico Ramírez –excelente guía biográ­fica sobre Reyes–, lleva por subtítulo De cauchero a dictador. Hombres de su temple, de su estrategia y  su acción, son los que se echan de menos en nuestros días.

Este sagaz militar y político boyacense que llegó al poder en medio del fragor de serias contiendas civiles que oscurecían el panorama del país, bien pronto acabó con ellas e inició una etapa de reconstrucción y progreso que definiría un carácter nacional. Las páginas de la historia, todavía lentas para reconocer en todo su significado la presencia de este hombre batalla­dor, debieran ser más elocuentes para encumbrarlo en nuestros días como uno de los forjadores del nacionalismo.

Entendió Reyes, como un imperativo del desarrollo cultural y económico de la patria, la importancia de abrir vías terrestres y fluviales que llevaran bienestar a todos los rincones y redimieran al hombre de su ignorancia y su atraso material y espiritual.

La carretera troncal de Bogotá a Cúcuta, uno de sus sueños y de sus más firmes propósitos, la concebía como el paso lógico de la civilización. Boyacá, su departamento, le debe el avance de la vía de Tunja hacia Soatá, cuando por aquellas épocas aún se transi­taba por caminos de herradura, y se quedó esperando el cumplimiento de un programa que desde entonces permanece sin tutor. A duras penas ha llegado la carretera, rectificada y pavimentada, hasta Santa Rosa de Viterbo, la patria chica del general Reyes, y de ahí a Cúcuta duerme el sueño de los justos.

Las obras públicas, su mayor em­peño, tuvieron el impulso de este «dic­tador» dinámico que lo mismo sabía manejar a los políticos, para allanar dificultades, que perforar montañas e impulsar empresas, para plasmar el desarrollo de la nación. Cuando los políticos trataban de obstaculizar sus planes, se volvía más exigente y me­nos dispuesto a detenerse en menudos pleitos parroquiales. Pedía entonces «menos política y más adminis­tración», frase recogida por la Historia como el rótulo de su voluntad emprendedora.

Se le quería imponer garra sectaria, pero él sólo deseaba ser dictador del trabajo redentor. Lo fue, sin duda, porque tuvo que luchar contra los apetitos de partido para redistribuir a todos los colombianos una empresa que debía ser compartida por el país entero. Los hombres de bien, conscientes de que para ganar benefi­cios era preciso hacer esfuerzos, li­braban a su lado grandes batallas por la rehabilitación del suelo patrio carcomido por los odios políticos.

Reyes, tenaz y de férreo carácter, logró la convivencia de sus com­patriotas, luego de apagar los rescol­dos de la guerra, y fue implacable contra la ociosidad y el sectarismo. Apareció en el panorama como una sorpresa, ya que Colombia venía diri­gida por gobernantes ineptos y sin visión. Fue disciplinado hombre de partido, pero no utilizó el poder para atropellar a sus opositores.

Los liberales reconocen en él al contendor magnánimo y equilibrado, y el país, sesenta años después de su muerte y setenta y dos de haber dejado el mando, sabe que su vida es ejemplo para los gobernantes y lección útil para estos tiempos azarosos, de tan baja productividad y tan desbocados partidismos.

La Patria, Manizales, 19-III-1981.
El Espectador, Bogotá, 7-VII-1981.

 

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