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La lección de las urnas

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Lo que acaba de suceder en la elección presidencial estaba previsto por la lógica. Se impuso la razón. La democracia, esta imperfecta democracia a la colombiana donde el voto es materia de comercio y donde una buena parte del electorado se desentiende de la suerte del país, sabe dar, con todo, lecciones de madurez política.

Fue un torneo ordenado y limpio, celebrado con alegría y con rechazo de los métodos coactivos con que trató de impedirse la libre expre­sión de la voluntad.  Es un suceso digno de los pueblos civilizados, para mostrarlo con orgullo a la faz del universo y sobre todo del continente americano.

Continuando con nuestra costumbre abstencionista, esta vez hubo un avance para comprometer a más colombianos con los temas del momento. Se ha puesto la cifra más alta de votación de los últimos tiempos, y si todavía la inmensa masa continúa silenciosa y escéptica, hay otro electorado vigilante y activo que se preocupa por cerrarle el paso a la sinrazón.

Colombia iba a decidir entre el sometimiento a los vicios y las maquinaciones de la politiquería, o el freno a la corrupción y el rechazo al clientelismo. Se trataba de dar un viraje en las costumbres, y se ha dado. El país no puede ser insensible al abuso de los caciques y a la voluntad de los poderosos que manipulan, para su provecho personal, la hacienda pública.

Otra lección de las urnas fue la derrota del sectarismo. Las royas, los gallos colorados, el color del café no son de esta época. Los chulavitas sólo existen en fantasías acaloradas. El ánimo continuista, que trató de desconcertar a la opinión pública con los fantasmas de la violencia ya superada, queda notificado de que no puede jugarse impunemente con en­sayos peligrosos.

Tanto fue el desmán, que escritores públicos de renombre, y otros poseedores  de sensatez y prestigio, fueron co­rifeos del melodrama. Se llegó a extremos ridículos y hasta repugnantes. No se utilizaron medios limpios, y en cambio hubo triquiñuelas y golpes bajos. Si ahora se recuerdan, cuando es preciso cicatrizar las heridas, es para que no se repitan.

Los colombianos votaron por tesis, pero sobre todo contra malas propuestas. Ya, por fortuna, se ha conseguido el raciocinio político que distingue entre el bien y el mal por encima de los partidos. El pueblo quiere el cambio. Buscó entre varias cartas la que más le convenía. Confía que bajo una recta dirección y una sabia interpretación de los males sociales, haya soluciones de fondo. Los problemas que nos agobian exigen medidas audaces.

Llega el doctor Belisario Betancur al Gobierno en la cumbre de su madu­rez intelectual. Hombre de duros combates, de limpios antece­dentes, tenaz en sus empeños y fiel a sus ideas, mucho se espera de su vocación democráti­ca. Recto y bien intencionado, y con buen olfato para escoger asesores idóneos, hará buena administración si traduce en hechos sus ofertas. Se siente entusiasmo general, no de triunfalismo conservador, sino de nacionalismo auténtico, que rodea y respalda a la nueva admi­nistración.

No hay razón para el pesimismo. Menos para fricciones partidistas. Hay que pensar en grande. Primero que todo está Colombia. Son sanos y estimulantes los propósitos del nuevo Presidente, y a la gente hay que creerle. Con estos ingredientes, bue­nos vientos acompañen al doctor Be­lisario Betancur y buenas fórmulas consiga para superar las grandes di­ficultades con que se enfrenta al futuro.

El Espectador, Bogotá, 5-VI-1982.

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