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Ese era Tulio Bayer

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Fue una vida ardiente, combativa y sin reposo. Llevaba 18 años en París, donde gozaba de un estatuto de refugiado político, y desde allí seguía con interés la suerte de Colombia. Se hizo guerrillero por necesidad, cuando se vio cercado y perseguido. Un día, en sus luchas intensas por las desigualdades sociales, se levantó en armas al no quedarle otro camino.

Se había ido contra el establecimiento al descubrir en Manizales, como secre­tario de Salud Pública, a los en­cumbrados adulteradores de la leche y traficantes de lotes oficiales, y más tarde al destapar en los Laboratorios Cup el negociado de las drogas. En estas andanzas se iba haciendo a enemigos cada vez más poderosos que terminaron acorralándolo y negán­dole las posibilidades de subsistir decorosamente.

Sufrió hambres, cárceles, afrentas. Pero no desistía de su denuncia social. «Yo he sido toda mi vida un luchador contra el abuso y la explo­tación, y además contra el absurdo», lo ratifica categóricamente al final de sus días. Con esa convicción libró sus tenaces y desproporcionadas ba­tallas. Lo afligía la suerte de los humildes. Lo sublevaba la arrogancia de los poderosos.

Pocos lo entendie­ron o lo perdonaron, porque lo creían un loco. Era rebelde con causa. No se doblegaba ante el halago ni la adver­sidad. No lo convenció el esplendor ni se dejó tentar por la fama. Hubiera podido ser brillante político o eminente hombre de ciencia, que para ambas cosas tenía madera.

Prefirió ser ideólogo. Devorador de libros y dueño de vasta cultu­ra, así entendía mejor la condición humana. Conocedor de la miseria que él mismo había padecido y que quería redimir en los demás, buscaba que el hombre fuera más digno o siquiera menos explotado. Y como su voz se perdía en el vacío, escribió su verdad. Iba por el cuarto libro, y la muerte le truncó otros importantes proyectos.

Respirando el denso ambiente de la cultura parisiense, su inteligencia se enriquecía de conocimientos y experiencias vitales. Allí se le admi­raba y se le respetaba. «Dejo mis libros como testimonio de un hombre que morirá como ha vivido: como territorio libre del cosmos», me dice en una de sus cartas.

Se empeñó en estudiar y difundir los peligros que se ciernen sobre el planeta por la contaminación ambiental. La destrucción progre­siva de los recursos naturales, contra la que se lucha en otros sitios, le preocupaba para Colombia, una nación sin conciencia ecológica.

Tulio Bayer, un día tertulio apete­cido de destacadas figuras de las letras y la política del país, actor de sonados sucesos guerrilleros que es­tán frescos en la memoria de muchos, y esencialmente hombre de com­bates ideológicos y de agudas con­troversias, ha muerto solitario en París. No era un comunista militan­te, ni lo fue nunca. Se había de­cepcionado de Cuba y de la Unión Soviética. Alrededor suyo se formó un gran silencio y pretendió ignorársele.

Yo, que hace mucho tiempo trabé con él una franca tad personal, al margen de ideologías y de identida­des políticas, que generalmente no compartía, solía recordarle que se había equivocado de estrategias. Pero siempre creí en la sinceridad de sus luchas. Su posición en la vida no fue nada cómoda, pero él prefería la inconformidad a la entrega. Era un especialista en bancarrotas y no lo asustaban los fracasos.

Cuando supe que le habían supri­mido el tabaco, el cognac y la sal, tres debilidades que difícilmente se re­nuncian, presentí que estaba próximo su final. Al comienzo del año escribí La Patria ajena, una nota que lo conmovió hondamente. Me dijo que era el primer artículo en la prensa colombiana que «defendía a Tulio Bayer, su obra, su lucha vital».

Y agregó que, acostumbrado a recibir de la barrera opuesta palos y piedras, un ramo de flores lo desconcertaba. «Este Páez está loco», exclamó su mujer entre sorprendida y jubilosa. Se sentía nostálgico de la Patria. Me confesó que se consideraba sin suerte histórica y que las batallas que había librado las había perdido. Pero que aun perdidas, algún día se tomaría conciencia sobre su significado.

No me cabe duda de que Tulio Bayer fue gran patriota. Sentía el dolor de Patria. Se equivocó de ca­minos. Pero no de objetivos. Su vida es un enigma difícil de descifrar. Yo creo poseer algunas claves, sobre las que pienso trabajar, que me expli­carán su rebeldía, su desacomodo en la sociedad. Hombre inquieto, fogoso, tenaz, sentimental, nunca desfalleció en sus principios. Es, por tanto, una vida admirable, aunque infortunada.

Y remata así su despedida: «Yo moriré en París, posiblemente con aguacero, con la satisfacción de ha­ber escuchado en vida, de tu boca, un elogio fúnebre tan bonito, que hasta he tenido ganas de creer que soy tan valiente como tú dices».

El Espectador, Bogotá, 7-VII-1982.

 

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