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El humor de John Vélez Uribe

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Nunca había escrito un libro, tai vez porque no le había lle­gado la oportunidad. Había, en cambio, incursionado por las páginas del periodismo regional. Todos en Armenia sabemos de su vena humorística, pero no conocíamos su ha­bilidad para trasladar ese humorismo a un libro. Fue el gober­nador del departamento, doctor Jesús Antonio Niño Díaz, el que propició ese hecho al publicarle la obra El humor de los míos, que acaba aparecer dentro de la Biblioteca de Escritores Quínchanos.

El autor, ausente hace varios años en la capital del país, donde descubrió el mundo de las flores y se volvió experto en aromas y hermosos jardines, regresa a su parcela quindiana de manos del humor que siempre ha cultivado. Cultivar flores con humor debe ser una delicia. El humor de John Vélez Uribe es tan natural como sus viveros, y le corre en las venas como un elemento vitamínico.

Como nació para gozar, conside­ra que la vida debe armonizarse con gracia y simplicidad, alejada de los hechos solemnes y movida por el sutil resorte de la comicidad. A la entrada de su vivero se lee la siguiente pla­ca: «Si quieres ser feliz un día, embriágate; si quieres ser feliz un mes, cásate; y si quieres ser feliz toda la vida, siembra un árbol». Hay, sin embargo, cierta contradicción en la senten­cia, porque John ha sido feliz más de un mes, y se propone seguir siéndolo por muchos años más, con su humor a cuestas, y sobre todo con su Leonor a cuestas.

La ciudad de Armenia lo recuerda como el hombre repentis­ta en el apunte certero y el genial intérprete de personajes lugareños. El humorista, que en esencia es un filósofo de lo cotidiano, también es un historiador cuando capta el gesto de los tiempos. El humor bien ejercido logra trasplantar el am­biente de su pueblo. Y John Vélez Uribe, con su vena chis­peante y su imaginación maliciosa, rescata en este libro sen­cillo y ameno un gran repertorio de Armenia.

Es como poner a hablar, reunidos, a una serie de protagonistas de la picaresca parroquial, que representan el rostro amable de la ciudad. Este espíritu paisa que anda por las calles de Armenia como un viento travieso y que es el sello  auténtico de la idiosincrasia local, queda admirablemente copiado por este genial imitador de costumbres y traductor de semblanzas.

Conoce él muy bien a su gente y además se ha ido por cuanto recoveco se abre y se pierde en los secretos de las ciudades, descubriendo y pregonando los filones ocultos de la gran aventura cómica que es la vida. Atrapa, de pronto, los cuentos y las ocurrencias que se repiten de boca en boca y que termina­rían extinguiéndose si no se recogen por escrito.

John lo nace de manera natural, sin demasiados adornos li­terarios, para que sus historias se transmitan al vivo, como co­rren por calles y cafés. El barniz hubiera desflorado ese sabor popular, auténtico y deleitoso, que es el condimento del chiste y la bufonada. El nuevo escritor es un personaje muy serio pa­ra narrarnos sus anécdotas sin mentiras, entre cosquillas y carcajadas.

La Patria, Manizales, 2-VIII-1982.

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