Inicio > Periodismo > El “Mono” Salgar

El “Mono” Salgar

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Si Guillermo Cano no nos hubiera informado de los cincuenta años de periodismo de José Salgar, exclusivos de El Espectador –escaso privi­legio en cualquier actividad y para cualquier empresa–, la fecha habría pasado inadvertida. Ya se ve que entre las virtudes de este infatigable trabajador está la modestia, con la que se esconde, a pesar de ser tan visible, del asedio de ese mundo intrigante y lisonjero que busca a diario el favor de una publicación. Pero una cosa es la adulación y otra el reconocimiento.

Esta hazaña nada común de cum­plir cincuenta años de labor en la casa de los Cano, que para él es su propia casa, representa, además de un ré­cord de resistencia pocas veces al­canzado, lección elocuente y casi increíble de periodismo integral.

La técnica y la vocación de dirigir periódicos han variado, de ayer a hoy, en forma tan revolucionaria y deslumbrante, que la metamorfosis podría trastornar y hasta sacrificar al antiguo profesio­nal. Pero Salgar logró pasar la prueba de las armadas elementales y rudimentarias de la época en que sin embargo se ejercía el perio­dismo más puro y emotivo, al momento actual de la propulsión y los sistemas desconcertantes de tecno­logías maravillosas.

Hoy el periodismo ya no se escribe “a uña”, como a comienzos del siglo, sino en pantallas electrónicas y en endiablados aparatos que, de no ser por los expertos que fue creando la necesidad, nadie haría mover. Y menos hablar. Cambiar métodos es más fácil que cambiar hombres. Salgar, que no podía quedarse reza­gado entre los viejos moldes del periodismo un tanto sentimental y un mucho primitivo –si hemos de guiarnos únicamente por sus formas exteriores–, trasladó de una edad a la otra el cerebro que otros se dejaron atrofiar.

Y hoy, superado el reto de las innovaciones y frente a un mundo todos los días cambiante y cada vez más exigente, de colores y tecnicis­mos inalcanzables, José Salgar es el profesional moderno que da cátedras de viejo periodismo. Si las máquinas evolucionan, el estilo, en cambio, es imperecedero, y para eso está este Mono de los ágiles reportajes y las crónicas eruditas enseñándonos a manejar el alma de los sucesos y el alma de los hombres, algo que no enseña y no enseñará nunca el computador.

El auténtico periodismo es el que corre por las venas y se anida en el alma. Las universidades pueden idear pautas novedosas sobre este complejo oficio, pero éstas no bastan para formar profesionales. Esto degraduar periodistas en serie, solo para dotarlos de una tarjeta de presentación, es craso error.

Si alguna actividad requiere apti­tudes especiales e ingredientes mis­teriosos es ésta. Tampoco las univer­sidades graduarán poetas y escrito­res, por más títulos que se inventa­ran.

Salgar le muestra hoy al país el resultado de su perseverancia. Maestro de un oficio duro, pero enal­tecedor, su ejemplo, en lo ético y en lo técnico, resalta como el prodigio de su consagración. Dice nuestro Director, en su diáfana y justiciera Libreta dominical, que es el periodista más completo que tiene y ha tenido el país. No lo dudemos, si lo dice otro periodista completo, de los pocos que todavía nos quedan.

Qué difícil es reconocer hoy que alguien se hizo a sí mismo. El autodidacta, por este enredo de nuestra era super­ficial, está proscrito social y laboralmente. Lástima grande que en este momento de diplomas esplendorosos y mentes vacías no se destaque el mérito del empirismo, la mayor fuente universal del conocimiento.

Ahora recuerdo, y no olvidaré, que el primer y espontáneo estímulo que me llegó en mis iniciales incursiones periodísticas fue de este señor de la cátedra invisible. Después de la publicación de una de mis inciertas pero sudadas crónicas, Salgar me animó con las siguientes palabras a no colgar la pluma: «Ese estilo de lecturas es el que quisiéra­mos siempre ofrecer en nuestras páginas y en adelante estaremos atentos a prestar la mayor acogida a las colaboraciones que usted nos en­víe». Han transcurrido once años y la invitación no fue perdida, ni la respuesta estéril.

El Espectador, Bogotá, 11-VIII-1983.

 

Categories: Periodismo Tags:
Comentarios cerrados.