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La indomable Cacica

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

En su última Carta vallenata, del 28 de septiembre, Consuelo Araújo Noguera se despide de sus lectores por una temporada y anuncia la intención de entrar en retiros espirituales para cumplir con unos compromisos lite­rarios. Por lo tanto, nos privaremos de una de las columnas más amenas y combativas de la prensa colombiana, donde semana a semana la fiera Cacica, que no nació para ser callada, clama a los cielos por el imperio de la moral en este país que parece haberse salido de la mano de Dios.

De paso recuerda su «aporte a este duro pero siempre hermoso oficio de periodista que comencé a ejercer por pura afición y que he estado ejerciendo por puro amor a mi país, a mi tierra, a los valores morales que merecen ser definidos y a las cosas buenas y gratas por las cuales vale la pena luchar y comprometerse y por las cuales me he comprometido y he luchado».

En esta breve definición está pintada, de cuerpo entero, pero sobre todo en la exacta dimensión de su alma luchadora, esta mujer valerosa que no ha temido a las amenazas para decir siempre su verdad y denunciar sin vacilación cuanto atropello se comete en su tierra vallenata y en la nación, hasta donde logran llegar sus disparos mortales.

Iniciada hace dieciséis años con glo­sas ligeras sobre el devenir cotidiano, se iría adentrando, cada vez con mayor intrepidez, en este periodismo de casta que constituye hoy el sello de su columna en El Espectador. Se graduó de periodista sin más arreos que su clara vocación por el oficio y unas normas inalterables de decencia y buen decir.

Demostró así que el verdadero periodismo es el que se lleva en la sangre. Dueña además de estilo ágil y coloquial, que excluye los tonos solemnes y las pedanterías doctorales, ha hecho de su tribuna el recinto a la vez amable y crítico donde las cosas se deslizan con suavidad y producen temas de discusión. Ha llega­do, tal vez sin haberlo advertido en su exacto significado, al periodismo pro­fesional que rara vez aflora en las universidades.

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Hoy se solaza contándonos la pura afición con que comenzó a ser cronista y reportera. Sin vocación es inútil buscar éxito en ninguna actividad. Los gran­des fracasos del país nacen de la falta de vocación y aptitudes para el bien público. Y en el periodismo, que es uno de los campos que menos improvisación admite, no se podrá hacer carrera, como ésta que exhibe la Cacica con gran brillo, sin inducción y sin estructura moral.

Denunciante temeraria, aun a costa de su sosiego, de los desvíos del poder, bien vale la pena recordar que fue ella la primera fiscal de un contralor que dejó de fiscalizar. De ahí en adelante, por más sola que estuviera, no cesó en sus críticas moralizadoras, ni siquiera cuando con bombas y presiones en los juzgados se le quiso silenciar. Las amenazas de cárcel eran estímulos para seguir en sus metas irrenunciables.

Se le vulneró inclusive en su vida privada, con deformaciones que sólo caben en mentes torcidas, y por encima de la maledicencia se afirmaba su verbo demoledor. Aquí se demuestra que la máquina de escribir del periodista recto, que también sea valiente, puede más que toda la maquinaria del Estado.

Como Consuelo maneja la escritura recursiva y de fácil acceso al común de las gentes, se ganó lectores. Sus pe­netraciones en el folclor de la tierra, de gratísimo sabor, la convierten en re­presentante de su  territorio mítico. Los sones folclóricos caminan con Consuelo, la periodista, pero sobre todo con la Cacica, la vallenata. En el Magazín Dominical nos recreó con su chispa e ingenio desenvueltos, y lástima que hubiera renunciado al suplemento literario por no compartir sus moldes actuales. Piensa, y lo sentimos muchos, que las policromías modernas no alcanzan para los viejos colaboradores de nuestro caro Magazín Dominical.

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Esperemos que, en remojo sus dardos moralizantes, salga de su imaginación alguna novela o serie de cuentos sobre la leyenda vallenata. Para eso también tiene garra la periodista audaz y la escritora en reserva, y por ahora démosle tregua al suspenso.

El Espectador, Bogotá, 11-X-1984.

(Nota: La Cacica fue secuestrada por las Farc en Valledupar, y días después, el 29 de septiembre de 2001, fue asesinada. Había sido ministra de Cultura).

 

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