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¡Buen tiempo y buena mar!

lunes, 17 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El capitán de corbeta Jorge Alberto Páez Escobar, actual comandante del Batallón de Cadetes de la Escuela Naval —cuyo parentesco con el articulista es evidente—, así define una pauta de su carrera: «Ser marino verdadero es algo que muchos am­bicionan y pocos logran, con un ideal tan noble y desinteresado como pocos tienen».

No es norma periodística ha­blar con vanidad sobre uno mismo o sobre sus familiares, y ella no se quebranta en el presente caso, sino que la mención resulta oportuna, a más de enaltecedora del credo marinero, ahora que el país celebra con júbilo los cincuenta años de fundación de la Escuela Naval de Cadetes Almirante Padilla.

Mucha agua ha corrido por los mares de la patria desde que la organización naval se consolidó como fuerza de soberanía nacional. Con razón el capitán de navío Julio César Reyes Canal, cadete fundador de la Escuela, anota en su libro Contra viento y marea: «La fundación de la Armada y de sus escuelas es uno de los hechos positivos fundamentales que se desta­can en los primeros 85 años de historia colombiana de este siglo».

Reyes Canal, que ha seguido de cerca los vaivenes de la institución, conoce como pocos sus orígenes y desarrollo. Siempre que se trata de defender un principio de la Marina o atacar una sinrazón, su pluma de comentarista nacional ha mostrado, desde estas páginas de El Espectador, el filo acerado de sus ideas vigorosas. Hace algún tiempo le pregunté en Cartagena por qué no había vuelto a aparecer su columna, y él me contestó que su tiempo estaba destinado con exclusi­vidad a escribir la historia de la Escuela Naval de Cadetes.

Es una historia que me llega ahora hecha libro, y que tan bien documen­tada se encuentra que será guía indispensable de este proceso institucional. Colombia sabe que en sus hombres de mar reposa buena parte de la seguridad territorial y por eso recibo con agrado, gratitud y admiración la noticia de este cincuentenario.

El honor, el valor, la ética, he ahí los principios funda­mentales que aprendió hace 50 años el cadete Reyes Canal, y que hoy, retirado del servicio activo, los sigue practicando como hombre íntegro y ciudadano ejemplar. En su vida se con­funde la historia de la Armada.

La pulcritud del marino es otra de sus virtudes cardinales. El capitán de navío Ralph Douglas Binney, organizador de la entidad en el gobierno de Alfonso López Pumarejo, escribió «al oído del nuevo cadete» el siguiente man­damiento entre 16 preceptos más que constituyen las reglas de oro para la digna conducta:

«No hay que echar en el olvido dos cosas: primera, el comando no se hace sino a base de respeto y jamás inspiran respeto el desaseo, el desaliño y, en general, el mal vestir. Segunda, la carta de presentación que llevamos para las personas que no nos conocen es el porte individual».

Así se comprende por qué el marino es impecable en su vestir y modales. Son condiciones incrustadas en la personalidad y de ahí se desprenden otros códigos de compor­tamiento social y moral, de hondo calado, como el espíritu de lucha, la lealtad, el compañerismo, el manejo del dinero, el sentido de la dignidad, la noble ambición, el estudio permanente, el entusiasmo y la alegría, la fortaleza física, la prudencia, la responsabili­dad… La formación del marino colom­biano es sólida y por eso éste sobresale entre las instituciones militares.

Año tras año aplaudimos el espectá­culo con que la Armada, hecha un cuerpo marcial y artístico, desfila por las calles bogotanas en los aniversarios de las gestas patrióticas. En ese océano de uniformes blancos y conciencias rectas parece que ondearan las virtudes nacionales. Es como un ritmo de los mares que hace sentir el sabor de la patria.

*

«De Boyacá en los mares…» sería el rótulo apropiado para este espíritu de disciplina y ensueños. En efecto, la gran mayoría de la oficialidad, comen­zando por el comandante de la Armada, almirante Tito García Motta; el director de la Escuela Naval de Cadetes, con­tralmirante Germán Rodríguez Quiroga, y pasando por el capitán de corbeta Páez Escobar —otrora bastonero mayor en los desfi­les marciales por las calles bogotanas y edecán de reinas en las fiestas cartageneras—, son boyacenses o des­cendientes de boyacenses. Marinos de Colombia: ¡Buen tiempo y buena mar…!

El Espectador, 12-VI-1985.

 

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