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Los desaparecidos

domingo, 30 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El Magazín Dominical del pasado primero de junio, dedicado al tema de los desaparecidos, acaso podría consi­derarse como una ficción artística. En la carátula aparece una calavera que porta un clavel y un cartel con la siguiente leyenda: «¡No MAS! Pido vacaciones». Y en páginas interiores se recoge el desfile de teatreros que recorren el centro de Bogotá ves­tidos de trajes negros, pintadas las caras de blanco y llevando, además de los claveles rojos de la solidaridad, retratos de personas desaparecidas en Colombia.

Es preciso descender de la comedia para descubrir que se trata de algo verídico, persistente y dramático que no es posible ignorar. Estos ac­tores de la calle muestran en los rostros las dimensiones de la tra­gedia y protestan con lo único que tienen: el arte. Es un denuncio im­presionante que se lanza a la conciencia del país y de las autoridades. Los indefensos teatreros (que aquí representan al pueblo entero) pre­guntan con miradas vacías, caras mustias y expresiones enigmáticas:

«¿A dónde van los desaparecidos? / Busca en el agua y en los matorrales. / ¿Por qué es que se desaparecen? / Porque no todos somos iguales. / ¿Y cuándo vuelve el desaparecido? / Cada vez que lo trae el pensamiento. / ¿Cómo se le habla al desaparecido? / Con la emoción apretando por den­tro» (Rubén Blades, cantante pa­nameño de música afro-caribeña).

El Procurador de la Nación ha denunciado, con casos concretos, este capítulo atroz de violación de los derechos humanos. En las páginas de los periódicos se publican a me­nudo fotografías de personas que no han vuelto a sus hogares, ni volverán.

¿Quién es el desaparecido?, pregunta un artículo del Magazín Dominical. Y responde: «El desapa­recido aún es hombre: hijo, hermano, padre, madre, amigo… El desapa­recido es, ante todo, un ser humano… Es obrero, es campesino, es estu­diante, es profesional, es guerrillero, o es amnistiado…»

Hablan las estadísticas sobre 580 desapariciones com­probadas y más de 900 casos sin documentar entre 1977 y 1986. En lo que va corrido del actual Gobierno los desaparecidos suman 316 hasta el 6 de agosto de 1985, y en los tres primeros meses de 1986 ya se han registrado más de 32 casos.

El grito mudo de estos artistas, que no sale de la garganta porque ésta se halla ahogada, repite las escenas de teatro por las calles de Alemania en viejas épocas de convulsión social. El mismo teatro callejero, que es la voz del pueblo, se trasladó a otros luga­res de Europa. Y ahora, en Bogotá, es escena cotidiana que se vive en muchos sitios concurridos y reper­cute en el alma de los transeúntes.

Antonio Camacho Rugeles —cuenta el Magazín— desapareció hace un año cuando preparaba una exposición de pintura, y nadie lo volvió a ver. Es un caso más de los varios que se recuerdan. Y como además de pintor era escritor, dejó este relato:

«Lo que ellos nunca su­pieron fue que vendándome los ojos por tanto tiempo terminaría por fin aprendiendo a ver. Tampoco se enteraron de que por entre las heridas de las cadenas retoñaron las ansias de libertad como malezas florecidas».

El Espectador, Bogotá, 12-VI-1986.

 

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