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Lunares de Bogotá

lunes, 31 de octubre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Hay que aplaudir la eficiente labor ­que viene cumpliendo el alcalde mayor, doctor Julio César Sánchez García, para recuperar el centro de Bogotá con motivo de los 450 años que cumple la ciudad en 1988. Esta, que debiera ser la cara más atractiva de la capital, se ha convertido en lugar deteriorado, inseguro y antiestético y reclama una mano de rehabilitación,

Existen otros frentes, dentro del gigantismo arrollador, que reclaman mayor acometida de las autoridades para que Bogotá sea la urbe progresista y humanizada que todos deseamos. Es preciso borrar o por lo menos limar ciertos lunares que afean a Bogotá y crean sufridas incomodidades, como los siguientes:

*Ruido infernal.  Es difícil encontrar una ciudad más bulliciosa y perturbadora. Las bocinas de los carros, utilizadas no como instrumento racional e inteligente sino como desfogue de ira y despotismo, hacen en ocasiones insoportable la vida capitalina. Bogotá es hoy una ciudad de sordos y neurasténicos, estado al que se llega poco a poco en medio del estrépito de esta caldera de ruidos y desenfrenos que mantienen envenenado el ambiente.

*La anarquía del tránsito. Buses atestados de pasajeros, que paran en cualquier parte y frenan el desenvolvimiento de la circulación; semáforos mal programados; lugares estratégicos que carecen de semáforo; vías insuficientes para evacuar la presión de este conglomerado explo­sivo; policías de circulación inope­rantes; arbitrariedad de los con­ductores e indisciplina de la ciuda­danía… He ahí el enredo fenomenal que nadie ha podido resolver. ¿Nos tendrá reservada alguna sorpresa el doctor Sánchez García?

*Huecos y alcantarillas. Bogotá parece un campo perforado por in­finidad de huecos y trampas morta­les. El pavimento, que debiera re­novarse a medida que el uso origina desgastes naturales, se ha convertido en artículo de lujo. Es toda una proeza el tránsito de vehículos por ciertos sectores sumidos en ver­gonzoso abandono. El robo de las tapas de las alcantarillas, acción criminal que prolifera en toda la capital, representa un grado ex­tremo de raterismo y de inseguridad para los peatones y los vehículos.

*Policías acostados. Se necesitan más policías en movimiento que acostados. Ciertos barrios exageran la instalación de estos sistemas ideados para frenar el abuso de la velocidad; construidos sin método y en cantidades exageradas, ocasionan perjuicios a la ciudadanía y a los propios sectores. La autoridad debe intervenir en estos abusos y rescatar el libre acceso a la vía pública.

*Peaje en los semáforos. Pasar por los semáforos, en algunos lugares estratégicos, es un verdadero su­plicio. Gamines y limosneros, algunos exhibiendo lacras que no tienen por qué mostrarse a la sociedad como medio de explotación, asaltan a los automovilistas en esta ola de caridad mal entendida que crea una de las imágenes más bochornosas que mostramos a los turistas extranjeros.

*Descortesía y neurosis. ¡Cuánto diéramos porque Bogotá fuera hoy la vieja Santafé, la de los modales cultos y la vida reposada! La des­cortesía, el despotismo, la crueldad, los malos tratos se han apoderado de nuestras costumbres hasta tomar el gobierno absoluto de esta urbe gi­gantesca que ya perdió sus resortes civilizados. Es necesario, señor Al­calde, tocar las fibras más hondas de la sensibilidad ciudadana para re­conquistar la dignidad y la alegría de vivir.

*

Tiene, pues, el doctor Sánchez García, nuestro dinámico burgo­maestre, todo un catálogo de do­lencias cívicas para mitigar. El suyo será un programa de recuperación de vías, de costumbres y sistemas. Hay que salvar a Bogotá física y moralmente.

El Espectador, Bogotá, 16-IV-1987.

 

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