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Crisis en servicios públicos

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los principales servicios públicos de Armenia se encuentran en crisis. Es lo mismo que decir que Armenia está en crisis. Uno de los precios del crecimiento de las ciudades es la insuficiencia de sus servicios de abastecimiento. Lo cual no ha de ser pretexto para echarle a esa circunstancia toda la culpa de lo que acontece en la ciudad capital.

Desde hace unos ocho años se viene hablando de un plan maestro de acueducto y alcantarillado. Un experto elaboró un estudio muy completo sobre el particular, y con el co­rrer de los años, por una u otra razón se ha venido postergando su ejecución. Los trabajos avanzan no solo a un ritmo demasiado lento, sino que su culminación no ha sido siquiera fijada a plazo determinado.

Mientras tanto, bien conocidas son las incomodidades que ofrecen las calles, las que no solo obstruyen el tránsito de vehículos y peatones sino que han revuelto en tal forma la estructura urbana, que dejan la sensación de una ciudad en ruinas.

Calles que se abren, se cierran y se vuelven a abrir, con promontorios de tierra aquí y allá, y con la inevitable propensión al desorden y el desaseo, ha­cen pensar que los trabajos no obedecen a un programa trazado con planeación. Esta clase de obras requiere miras precisas para su eje­cución dentro de plazos bien calculados, y contando desde luego con presupuestos reales para que a cualquier momento no se presenten estancamientos perjudiciales.

Una obra que se adelanta con interrupciones, y de pronto con pre­supuestos escasos, resulta costando el doble o el triple. Los impre­vistos, comunes a cualquier empresa, deben ser tan bien meditados que no hagan frenar en mitad del camino el ritmo necesario para llegar hasta el final sin recibir ni causar traumatismos que darían al tras­te con los mejores propósitos.

La energía eléctrica, que tantas fallas viene registrando en los últimos días, es el mayor problema urbano. Los continuos apagones en toda la ciudad, los racionamientos, la falta del voltaje necesario dejan al descubierto una crisis de grandes proporciones. Se sabe que el consumo es muy superior a la capacidad generadora de fluido y esto es obvio en una ciudad que crece a ritmo acelerado y tiene todavía las mismas dimensiones de capacidad eléctrica de hace ocho años.

El consumo normal para una población en permanente crecimiento demanda mayor capacidad. A esto de­be agregarse el deterioro de los elementos y el recargo por las zonas industriales y comerciales, cada vez más dinámicas, que hacen desmedir las previsiones que no se han tenido.

«Armenia necesita luz”, debería ser la primera campaña para 1977. Si no hay energía eléctrica suficiente, no habrá atractivos para vin­cular nuevas empresas, pero ni siquiera para sostener las existentes. Sin luz no puede haber progreso.

Las Empresas Públicas se proponen acometer el programa de expan­sión de los teléfonos. El número de aparatos no solo es insuficiente, sino que la planta y sus redes no pueden siquiera con los actuales. Se habla de una cifra cercana a los $ 160 millones, indispensable para dotar a la ciudad del deseable servicio telefónico, y esto da idea de la magnitud del problema.

Antes que lamentaciones y estériles juicios de responsabilidades por lo que ha dejado de hacerse, debería existir, y así lo espera y lo exige la ciudadanía, un propósito altruista y decidido de las autoridades municipales y su Concejo para poner en mar­cha un plan gigante que solucione las tres dolencias más apremiantes: luz, acueducto y teléfonos. Es el gran reto que se presenta para el futuro inmediato que de ninguna manera puede diferirse.

Es preciso que los representantes del pueblo ante el Concejo y los órganos administrativos se apersonen de estos objetivos primarios e inaplaza­bles, para que su misión se justifique. Se debe trabajar en un frente común, y de carrera, pero sin precipitaciones, para que el tiempo no termine cobrando la inactividad, la desidia o el enfrascamiento en afanes politiqueros.

Armenia no puede, no debe quedar a la zaga de otras ciudades. Manizales, por ejemplo, presentó en los días navideños un hermoso es­pectáculo de colorido con sus calles iluminadas y su magnífica presentación urbana. Dejó la sensación de una ciudad calculadora de su porvenir, que no se ha dejado ganar por las dificultades, sino que se ha adelantado a ellas. Armenia –lamentable es admitirlo– aparte de no adornar en esta Navidad sus calles y parques, tampoco pudo con sus viejos bombillos.

Satanás, Armenia, 15-I-1977.

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