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Engaño taurino

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Armenia venía ganando buen terreno en el ambiente taurino. Las dos temporadas anteriores habían puesto el nombre de la ciudad como una opción  que se asomaba a este espectáculo de multitudes y que podía competir con otras ciudades ya consagradas. El espíritu de las gentes del Quindío y las especiales condiciones geográficas son, además, factores de primer orden para dicho empeño.

El coliseo no sólo fue mejorado, sino que lo fue con buen gusto y con miras hacia futuras expansiones. El nombre de Armenia se oía mencionar en el país como un nuevo descubrimiento para la tauromaquia, y de diferentes sitios llegaban corrientes de turistas atraídas por las excelencias de una tierra hospitalaria. En Colombia se impuso la fiesta brava.

Cuenta ya con un público entusiasta y numeroso que tiene, entre otras cosas, la particularidad del desplazamiento sin complicaciones, sin importarle demasiado las distancias, sino ante to­do la ocasión de disfrutar de buen toreo.

Óptimas, en definitiva, las con­diciones para haber continuado haciendo de Armenia un sitio ideal para atraer turismo. Todo parecía, y parece, propicio para brindar a los visitantes las maravillas de nuestros paisajes y la amabilidad de las gentes, situaciones ambas conocidas en el país y que despiertan un merecido interés. A las facilidades de locomoción por aire y tierra se une la circunstancia de poseer la ciudad buenos hoteles, capaces de responder a las exigencias de un turismo ya conocido y experimentado en el medio.

Bajo tales prospectos caminaba anunciada la temporada de diciembre.

Y lógico que ciertos lugares, como Risaralda, Caldas, Antioquia, Valle y Tolima, vecinos y afines, estarían más representados. Parte de la boletería se venía colocando desde comienzos del año y no pocas familias y personas tenían  reservados puestos para toda la temporada.

De un momento a otro se comunicó que la fiesta se aplazaba para días después, pero que de todas maneras se realizaría a finales de diciembre. Fue el primer campanazo sobre algo que andaba mal. El traslado de calendario era desacertado, pues se refundía con las temporadas de Manizales y Cali. Era lo mismo que entregar un público ya conquistado. Si bien la afición taurina recorre dis­tancias y hasta se somete a in­comodidades en busca de emociones, los presupuestos y las ocupaciones no son tan elásticos como para vivir de corrida en corrida, de ciudad en ciudad

El primer aplazamiento no fue cumplido. Se supo que se corría la programación hacia el 16 de enero. Y finalmente, cuando ya por las calles se especulaba sobre dificultades finan­cieras de la empresa, y el ánimo había decaído, se informó la suspensión de­finitiva.

Lamentable que esto ocurra en una ciudad con tan estupendas perspectivas taurinas. Las jornadas anteriores que­daron truncas por obra de la im­previsión. No es razonable que una empresa, que por principio debe ser sólida financiera y moralmente, no esté en capacidad de sacar adelante un compromiso que ha debido calcularse detenidamente para evitar los tras­tornos que sobrevinieron.

¿Dónde están la seriedad, y las pólizas de cum­plimiento, y la vigilancia de las autori­dades? ¿Quien paga los perjuicios? El público, aparte de no haber podido asistir a una diversión que muchos compraron desde meses atrás, tiene derecho a desconfiar de futuros programas. Ojalá se devuelva religiosa y prontamente el valor de la boletería vendida. Es una manera de res­ponderle al público, aunque de todas formas la ciudad ha recibido un duro golpe, que también debe indemnizarse.

Satanás, Armenia, 29-I-1977.

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