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Lo conocí entre guaquerías

domingo, 2 de octubre de 2011

Palabras pronunciadas con motivo del lanzamiento de tres libros de Jesús Arango Cano

Por: Gustavo Páez Escobar

Quiero decir, como prólogo a mis palabras, que a Jesús Arango Cano lo conocí entre guaquerías. Un día –de esto hace ya más de siete años–llegué al Quindío y a poco tiempo de mi estada en esta maravillosa tierra recibí el encargo de visitar a Jesús Arango Cano en consecución del libro Recuer­dos de la guaquería en el Quindío, de que es autor su ilus­tre padre, y que se proponía reeditar el Banco Popular,

No era casual, por cierto, encontrarme con este hombre en su elemento natural: el barro. Ánforas, alcarrazas, urnas fu­nerarias, tinajones y gran variedad de artículos prehis­tóricos le ponían marco de solemnidad a su oficina, y entre ese mundo silencioso hallé a Arango Cano que, pertrechado en­tre las sombras del misterioso pasado, parecía haber reci­bido de los dioses la misión de no dejar extinguir la heren­cia fabulosa.

Jesús Arango Cano ha sido, en efecto, uno de los mayores defensores del patrimonio cultural del país. Con la tenacidad que lo caracteriza, un día se propone consagrarse al estudio de las culturas aborígenes y, sin darle reposo a su afán in­vestigador, se adentra desde muy joven por las páginas de la historia y a tiempo que va desenterrando con las luces de su inteligencia las marañas que escribieron nuestros aborígenes en el fondo de la tierra, de su pluma brotan li­bros y más libros que enaltecen tan decidido empeño. No se detiene ni ante los obstáculos ni ante la desidia con que tro­pieza quien se propone hacer cultura en el país.

La cultura es uno de los caminos más ar­duos y menos ambicionados por los hombres. Hoy en día, sobre todo, cuando las sutilezas y las extravagancias del mundo ligero llevan a la humanidad en busca de conquistas fáciles, apenas unos pocos se interesan por cultivar la mente. Se pre­fiere lo vano a lo sólido. Se busca lo lisonjero, lo que abanique, pero no se sacrifica ningún esfuerzo para encontrar la verdadera liberación del hombre.  Se le rinde pleitesía a lo externo, porque al mundo se le está olvidando que el hombre, ante todo, es espíritu. Y la verdadera liberación, no lo ol­videmos nunca, consiste en no esclavizarse a lo superficial, para engrandecer el espíritu,

Arango Cano lleva escritos y publicados 18 libros, Esto, de por sí, le da categoría a cualquiera. En su caso se plasma una vocación perseverante, el oficio de todos los días que sacrifica el goce de triviales placeres para estructurar el mensaje que quiere dejar a las nuevas y a las futuras generaciones. Vida dedicada al estudio y recia personalidad que no se ha conformado con lo mediocre.

Me cabe el gratísimo honor de llevar la palabra esta noche en que se lanzan tres de sus libros:  Revaluación de las antiguas culturas aborígenes de Colombia, Mitos, leyendas y dioses chibchas y Cerámica quimbaya y Calima. Los dos pri­meros reciben nuevas ediciones, y el último, todavía inédito, llegará al público en breves días. Y haciéndoles fondo, como escenario que no puede ser más auténtico, el Instituto Co­lombiano de Cultura pone a consideración del pueblo quindiano una muestra de cerámica precolombina de varios lugares del profuso mapa colombiano.

Mi misión quedaría bien cumplida con esta sola anotación: Jesús Arango Cano, que ha vivido entre guaquerías, quiere que el pueblo estudie la prehistoria de Colombia. Ha sido él una inquieta inteligencia que entiende cuánto vale el patri­monio aborigen de la patria y por eso no se cansa de recordarle al país que las joyas que hoy tenemos como fondo de esta reu­nión son mucho más que  simples piezas ornamentales. Sabemos, por ventura, que la obra de este escritor no ha sido perdida, y más lo sabrán, acaso, las nuevas genera­ciones que encontrarán en sus libros fuentes de estudio e investigación.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 10-X-1976.

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