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Belleza quindiana

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El cielo la creó hermosa. En sus ojos le puso estrellas, y una llama en el corazón. Los cafetos en flor se estremecieron cuando María Cristina les dio el primero beso. Despuntó como una mañana briosa y para siempre se quedó contagiada de paisaje quindiano. Por sus venas corren exuberancias incógnitas y en sus carnes se alborotan misteriosas aleaciones que esculpen la mujer perfecta.

Cien mil personas salieron a las calles Armenia a aclamar a su reina. Las brisas marinas la habían transportado por los horizontes ilímites donde se engarzan sueños de colores y se conocen emociones inéditas. El Quindío todo, en una sola entonación, le cantó a la mujer de su raza, bella entre las bellas, que parece amasada con el barro insurgente de cafetales que aprendieron a ser altivos para conservar su lozanía.

María Cristina, coronada virreina nacional, no podrá ser sino la reina indiscutible para este pueblo que no admite rivalidades. Pueblo que la lleva en el corazón, y esto es suficiente. Una pluma ilustre ha dicho que es virreina por jurado y reina por consenso. Fue Colombia toda, con sus escrutadores del alma nacional, la que dio el fallo. Más allá de juicios indescifrables estará siempre la belleza.

El señorío, el porte real, la distinción de la raza fulgurante y fecunda, dones espontáneos como los ríos de leche que bañan las praderas del Quindío esplendoroso, concurren en la elegida de los dioses para plasmar la fórmula mágica.

Las calles de Armenia fueron insuficientes para recibir el entusiasmo del pueblo que deseaba testimoniar su admiración a la preciosa soberana. Ya se quisieran los políticos estas manifestaciones. Ojalá aprendan a llegar al sentimiento del pueblo. Nunca la ciudad había conocido un fervor tan entrañable ni una alegría tan auténtica. Son motivos de sano esparcimiento que regocijan el espíritu y rompen la aridez del pesado vivir. Y no se piense que los reinados de belleza son únicamente frivolidad.

María Cristina es un fruto de la tierra. Brotó de ella con la savia de las fértiles cosechas. Vaporosa como un atardecer quindiano y leve como los vientos campe­sinos, cautiva y deslumbra al instante. La naturaleza la dotó de alma sencilla y romántica y le exigió que fuera reina. Ella se deja mecer por los aires de sus montañas y se siente flor y éter. Le corresponde a su pueblo con los atractivos y las virtudes de la mujer quindiana, como símbolo que es de la raza señorial. Es la mujer extraída de páginas fantásticas y convertida en estímulo  para engrandecer la vida.

El Espectador, Bogotá, 23-XI-1979.
El Quindiano, Armenia, 24-XI-1979.
El Bolivariano, Los Ángeles (Estados Unidos), diciembre/1979.

 

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