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Cierres por especulación

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

La ciudad necesita un efectivo control de precios. Los artículos de primera necesidad suben todos los días, activados por la presión permanente del rumor o la erró­nea interpretación de los hechos nacionales. Bailamos en la cuerda floja y nos acostumbramos a la inestabilidad económica. En la ciudad, que sepamos, no hay listas oficiales de precios. Si las hay, son teóricas, porque no se cumplen.

Un artículo cambia de precio conforme se recorren al­macenes. Hay diferencias sensibles de una puerta a otra. Las amas de casa, enfrentadas a estas cambiantes realidades, regresan cariacontecidas a los hogares, cada vez con menos mercado a pesar de ha­ber salido con más pesos, y maldiciendo, con razón, del Ministro de Hacienda, del Alcalde y del inspector de precios. La plata no puede alcanzar, ni por muy rendidor que sea el marido, cuando cada cual, de punto en punto, le pone nuevas dimensiones a la ca­nasta familiar.

Al soltarse las tarifas de la gasolina y sus derivados, todos se sintieron con facultades para encarecer sus pro­ductos.

Por aproximación y arbitrariamente se impusieron nuevos precios, hasta que a alguien se le ocurra comen­tar que escuchó en la radio o leyó en el periódico que está próximo otro conflicto en el Medio Oriente. Ha­blar hoy del Medio Oriente es hurgar en las calderas de la especulación, porque ese hecho se asocia de inmediato con un nuevo remezón económico.

Los especuladores, sueltos como Pedro por su casa, hacen de las suyas al amparo de la impunidad. No he­mos visto todavía el primer negocio cerrado por especu­lación. Las multas no surten el condigno efecto moralizador porque se vuelven letra muerta en las páginas de los periódicos o en las noticias radiales. El negocio sellado es un vergüenza pública.

Los inspectores de precios suelen llegar de visita más o menos social a los negocios y después de comprobar la contravención de las disposicio­nes sobre la materia, anuncian una drástica medida y se retiran convencidos de que, a pesar de ella, nada corregirán.

Mientras la sanción no duela, su efecto será inocuo. Hoy se paga multa por esta alza, y mañana habrá desquite con aquella mercancía. El afectado, cubierta la sanción, cuando no le da por discutirla, volverá a la carga con mayores bríos.

Las multas terminan trasladadas al bolsillo del consu­midor. Esto quiere decir que las multas a los infractores contribuyen a encarecer la vida.

Si la ley fuera en realidad enérgica, el especulador debería ir a la cárcel. Dicen que la especulación será algún día delito. En el momento es una bur­la. Hoy los comerciantes inescrupulosos son los mayo­res dictadores y se ufanan de ser hábiles para no dejar­se ganar por las amenazas oficiales.

Ojalá las autoridades tomen nota de que la ciudada­nía está viviendo una de las olas alcistas más críticas de los últimos años. Cambiar las multas indulgentes, que a nadie atemorizan, por el cierre del negocio, que todos temen, sería la manera efectiva de ejercer autoridad.

La Patria, Manizales, 4-XI-1980.

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