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Escribir de carrera

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Quien sepa lo que significa devanarse los sesos para hacer brotar ideas, comprenderá el calvario que tiene que recorrer el pobre columnista enfrentado al comen­tario continuo en el periódico. Es tarea agobiante, porque el solo hecho de crear supone considera­ble esfuerzo de la mente. Y crear es, desde luego, distinto a llenar de cualquier forma una columna, sólo por cumplir con el compromiso del espacio. Pronto se descubre el sistema del relleno, también llamado de la hojarasca, consistente en enfilar palabras sin decir nada.

No es lo mismo, por supuesto, escribir de carrera que escribir con descuido. Hay quienes agrupan en el artículo toda una retahíla de idioteces o cursilerías que, lejos de atraer interés, fatigan al lector y terminan des­terrándolo de sus predios. Oímos con frecuencia que un autor goza de preferencias entre los lectores por el estilo con que maneja los temas, y que otro, por lo fati­goso o rebuscado, no cuenta con audiencia. Unos pre­sentan sus puntos de vista con objetividad y amena ex­presión, y otros se van por las ramas, muchas veces con tono doctoral y aislante, sin lograr conquistar ningún interés.

Comunicarse con el público es uno de los compromisos más difíciles del escritor. El periodista debe ser escritor, pero no siempre se preocupa por serlo. Muchos son apenas garrapateadores de periódicos, por­que no obligan la mente a pensar y se quedan, sin pena ni gloria, esclavos de la nota efímera.

Aun dentro del proceso de fabricar artícu­los en serie podría salvarse aunque fuera una frase que no termine pulverizada por el viento. La mente disciplinada se acostumbra a pensar con pro­fundidad incluso dentro de la velocidad del diarismo. Proteger un renglón, una idea, un sustan­tivo bien adjetivado ya sería bastante, pero ni siquiera eso logra salvarse muchas veces del naufragio general.  ¡Pobres los periodistas que mueren con la lectura del periódico diario!

El articulista debe atemperar sus emociones para no sacrificar al público. Es diferente escribir con emoción, con nervio, con sensibilidad, que con exaltación.  Los lectores no gustan de las cátedras rebuscadas. Prefieren las exposiciones sencillas, sin afectación, las que con un simple esbozo ponen la mente a trabajar. Los tonos encumbrados y las poses solemnes están llamados a recoger. El periodismo, antes que todo, debe ser tribuna didáctica donde se ventilan ideas, y jamás potro de tormento.

Si escribiéramos la columna del periódico pensando en dejar por lo menos un esquema, no sería perdida la lucha contra el reloj. El artículo debiera ser un pequeño ensayo. Por supuesto, no es fácil huir siempre al comentario fugaz, pero es imperdonable incurrir de continuo en lo insubstancial. Al articulista veloz no se le pueden exigir reflexiones de mucha pro­fundidad, pero sí que no se enrede en cuestiones prosai­cas y que sea respetuoso de su lector. Si no es justificable el atropello de las reglas básicas de la buena escritura, tampoco es concebible abusar de la pa­ciencia del público.

La Patria, Manizales, 28-X-1980.

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