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Saludo al billete de $ 1.000

martes, 11 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hoy has salido al mercado nacional. Como eres ágil y poderoso, mañana estarás en el mercado de los víveres. El país entero te rinde honores. En mi hogar todos desfilaron ante ti y ento­naron alegres salutaciones. Por más severo que te ves, te pillé una cierta sonrisa, como la de Francoise Sagan. Te dejaste conocer el cobre, por más que proclames tu respaldo en oro. En tu expresión noto alguna melancolía, y no me lo vas a negar. Alguien te ha dicho, sin duda, que te espera un negro porvenir. Has sido nombrado caballero, pero mañana te falsificarán como vil plebeyo. Ahora sí comprendo por qué estás rodeado de sombras negras.

También sé por qué te pusieron a cargar el retrato de José Antonio Galán. Me lo contó en secreto el gerente del Banco de la República, y yo a nadie revelaré tales intimidades. Sólo debes recordar que Galán fue gran patriota, rebelde y libertador, como tú, y terminó en la horca.

No te aflijas. Los otros billetes son bien cosa ante ti. Tú eres el soberano. El de $ 500, considerado amo y señor, acaba de ser destronado con tu aparición. Pasa a sargento, y ni siquiera de reserva, porque ya queda valiendo muy poca cosa. Él sabe que ya nunca será general. Te mira con algún rencor, pero en el fondo te tiene lástima. Mañana harán lo mismo contigo.

Pero no hablemos de tristezas, que es día de fiesta. Los periódicos del país te lanzaron páginas enteras anunciando tu pedigrí. Tienes sangre noble. Y hasta eres patriota. La gente te ve alto, inalcanzable, y está asustada. No sabe cómo te podrá consentir, si eres tan seriote. Los otros billetes quedaron reducidos a poca cosa. Mis hijos, alegres escolares, dicen que ahora sí portarán en sus bolsillos bastantes billetes de $ 500. Cuando me lo anunciaron sin muchas pretensio­nes, creí que algo se estaba moviendo bajo mis pies. Me puse la mano en la cabeza y vi que, efectiva­mente, el piso económico del país perdía fuerzas.

Mientras los hijos juegan en co­rrillo a quién tendrá más billetes de $ 500, porque ya no se conforman con los de $ 200, yo sudo pensando cómo voy a conseguirlos. En estas cavilaciones fui sorprendido por un mendigo, a quien le vi cara risueña, y sin ningún comentario me regresó el billetico de $ 10 que acababa de pasarle. Me mostró tu efigie en la hoja del periódico, y no tuve otro remedio que avergonzarme por ser tan mise­rable. Ní tú, ni él, sino yo, que aún  pretendía calmar el hambre con una mísera denominación.

Alguien que sabe de monedas me comenta que ahora sí entraremos a competir mundialmente. Pero no en moneda sana, como lo quiere el doctor Lleras Restrepo, sino en billetes abundantes, como lo piden mis hijos que todavía no son economistas, a Dios gracias. La lira y el peso argentino miran ahora hacia Colombia, o noso­tros miramos hacia ellos. Reconozco, sin em­bargo, que mis hijos, sin ser econo­mistas, son económicos porque se resisten una semana entera con $… (no digo cuánto porque me da pena).

A eso nos obliga el Ministro de Hacienda. Llegando a este frío terreno de la banca, recuerdo que García Márquez manifestó reciente­mente que los bancos no tienen corazón.

En fin, quería saludarte. Bienvenido seas al sufrido suelo co­lombiano, tierra de héroes y sacri­ficios, que hoy te recibe como prócer y mañana te enjuiciará como reo. Procura plantarte firme, para que nadie más te adelante. Con tu llegada van a cambiar muchas cosas. Como eres grande, todavía no puedo darte un abrazo estrecho. Pero el día llegará, pobre billete de $ 1.000, en que te volverás chiquito, chiquitín, como la piel de zapa, y entonces no sólo te abrazaré en mi billetera, sino que también te enviaré al colegio para que compres golosinas.

El Espectador, Bogotá, 28-X-1980.

 

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