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La cara fea de Armenia

sábado, 15 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Sin darnos cabal cuenta, Armenia se deteriora todos los días. Cuidar la parte estética de la ciudad debería ser uno de los principales empeños de toda administra­ción. Los parques, los jardines, las avenidas florecidas entran al espíritu y producen regocijo. En esto somos cuidadosos. El turista admira el esmero con que se mantienen varios de nuestros sitios de exhibición. Pero se desencanta cuando advierte el desaseo de las calles y el abandono de las fachadas.

Unas manos femeninas, casi invisibles, cuidan la vi­da de las flores y le regalan a la ciudad la sonrisa que el turista encuentra con sólo iniciar el recorrido por nuestros predios. En cambio, otras manos dañinas destruyen fa­rolas y escriben consignas afrentosas en las paredes. Son enemigos públicos que avanzan en la penumbra, sin obstáculos ni castigo.

Armenia se desgasta, y así la de­jamos. Está, en primer lugar, el problema de sus casas vie­jas en pleno centro, que no se echan al suelo porque sus propietarios todavía no han calentado del todo la gallina de los huevos de oro. Son los famosos lotes de engorde que acumulan crecientes utilidades. No hay afán por edificar en ellos porque se espera, al amparo de la generosidad municipal, una valorización superior.

Así pasan los años, sin ninguna presión de la Alcaldía. La remodelación de Armenia debe ser programa vigoroso y armónico que rechace los lotes vacíos y las casas en ruinas. Y que imponga patro­nes serios de construcción.

Llenar lotes con construcciones provisionales es otro atropello que facilitan las autoridades. Quien no quiera o no pueda construir a la altura de las exigencias, debe ser obligado a vender. La ciudad exige moldes preci­sos. Hay que llegar a la ciudad llena. Y a la ciudad mo­derna.

No es lo mismo poseer una casa antigua, bien conservada, que una casa en ruinas. Muchas de las viejas construcciones en bahareque se están cayendo fatigadas por los años. Por ahí las vemos inclinadas, como tristes ancianas mendicantes, obstruyendo el paso de los transeúntes y atentando contra sus vidas.

Son los andenes otro de nuestros grandes problemas. Parece que en la zona comercial cogieron ventaja. Hoy no se puede recorrer con tranquilidad el centro de la ciudad. Estamos expuestos a los raponazos y a fracturarnos una pierna en cualquier hueco que se abre en todas partes. Los andenes están averiados, incompletos, perforados. Se necesita una cruzada para recuperarlos.

Y además para que se enluzcan las fachadas de los edificios y las residencias. Hay que lavarle la cara a la ciudad. Una niña bonita, pero mugrienta, se ve fea. Los andenes no sólo presentan grandes desperfectos, sino que sobre ellos, lo mismo que ocurre con la vía pública, se depositan materiales de construcción por días interminables.

Nos acostumbramos a convivir con esta clase de estorbos y adefesios y por eso no protestamos. También nos acostumbramos a la mugre y a los afiches que invaden la ciudad, a los huecos en las calles, a las casas en ruinas y al abandono, en fin, del buen gusto. No seamos apáticos con la urbe moderna que reclama mantenimiento.

Son lunares que hay que borrar. Esto hace de Armenia una ciudad fea. Las flores nos inyectan vida por otros ángulos, pero su aroma se evapora entre malos olores.

Mientras delicadas manos femeninas consienten los parques y las avenidas, manos destructoras atentan contra el urbanismo. No es posible que por simple indiferencia aceptemos el abuso diario contra la estética y la buena conducta ciudadana.

La Patria, Manizales, 14-XII-1980.

 

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