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La gran expectativa

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los amigos de subvertir el orden jurídico del país ven frustrados sus propósitos cuando el Gobierno y la Nación entera se enfrentan con decisión y con patriotismo a las amenazas que se han tornado agresivas en los últimos días y que buscan, por distintos caminos y con pretextos varia­dos, imponer la anarquía. Hay pruebas elocuentes de la manera como vienen trabajan­do las fuerzas de una oposición sistemática —que por eso mismo nada constructivo pue­de aportar— por sembrar primero la confusión, para luego buscar el derrumbe de las instituciones.

En el río revuelto de las reclamaciones laborales que se han manifestado en los diez meses del actual Gobierno, y solo con contadas excepciones, ha sobresalido el común denominador de la intransigen­cia, del reto a la autoridad, del lenguaje procaz, de la pro­vocación callejera, para no ha­blar de las consignas en pan­cartas, hojas volantes o murales, concebidas con idénticos moldes subversivos. Los estribillos, los sistemas y hasta los autores resultan siendo los mismos, lo que no es difícil deducir por la identidad de los movimientos y de las estrategias.

En el país dejó hace mucho tiempo de utilizarse el tono mesurado. Ahora las cosas quieren conseguirse a la fuerza. Se prefiere el grito al diálogo; el irrespeto a la cordura; la intimidación al raciocinio; la grosería a la urbanidad; la piedra, en fin, al ejercicio de la inteligencia. Estamos bajo la amenaza del paro permanente, sin interesar a los autores si lo que se sus­pende es una fábrica de gaseosas o una vida que no pue­de salvarse por falta de médicos.

Y lo mismo se clama, acudiendo por lo general a las vías de hecho, por el pliego de peticiones que todavía no ha sido presentado, que por el acueducto que no puede re­ponerse de la noche a la ma­ñana. La destitución de un alcalde se pide con guijarros y con destrozos públicos, si acaso no es con heridos y  muertos; y el nombramiento del nuevo funcionario, que de pronto no gustó a todo el con­glomerado, también se im­preca con iguales sistemas.

Los sindicatos de las fábricas de cemento han paralizado, con perjuicios para ellos mismos, pero sobre todo para el país, una de nuestras industrias básicas, generadora de empleo y prosperidad social. Se han agrupado en un solo pliego las aspiraciones de esta actividad, a sabiendas de que no es lícito someter al mismo tratamiento a todas las factorías, por la diferencia de capitales, de niveles y de otras circunstan­cias de cada patrono.

Pero aun así persisten estos trabaja­dores en su propósito destruc­tor, desatendiendo las me­diaciones que desde distintos ángulos se vienen ejerciendo y sin preocuparles que las pérdidas superen los mil millones de pesos, ni que estén atentando contra la tran­quilidad pública y contra la seguridad del Estado.

Bajo el ímpetu universitario se organizan motines, se incen­dian vehículos, se causan daños a bienes y personas y se pone en peligro la vida de los demás. Una alta figura de la jurisprudencia se encara a las decisiones del Gobierno y se convierte en líder de una muchacha deseosa de aventuras, ante la mirada atónita de un país que pretende, inútilmente, encarrilar esta juventud que merece mejor suerte, como todos la merecemos y la necesitamos.

El país contempla con desconcierto este panorama sombrío, pero confía que las luces del gobierno despejen el camino de tanta zozobra, de tanta acechanza. Colombia, tierra pródiga para la democracia, no permitirá un cambio en sus costumbres. Si de algo podemos estar or­gullosos es de poseer gobernan­tes probos, unas fuerzas militares que son ejemplo para el mundo entero, un clero consciente de su misión es­piritual y un pueblo que repudia la insensatez y ama la paz.

Vivimos un momento de gran expectativa. Pero existe confianza en la sabia conduc­ción del Estado. Han sido acertadas las últimas ac­tuaciones del Gobierno, que descubrieron a los ojos del país, con certeza y decisión, peligrosas maniobras urdidas en aguas revueltas. El presidente López manifiesta en tono sereno pero firme: «El Estado no funciona a golpes de paros, así sean laudables los objetivos que se persiguen (…) Nuestra organización republicana no es débil sino tolerante». Lo que es un diagnóstico del momento, se convierte, además, en una advertencia para actuar. El país queda a la espera de mejores días.

El Espectador, Bogotá, 14-VI-1975.

 

 

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