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Altibajos de la cultura

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

El Instituto Colombiano de la Cultura, bajo la controvertida gestión del poeta Jorge Rojas, venía cumpliendo ponderable programa en la formación de lectores mediante la entrega semanal de pequeños libros al módico precio de $ 5.00 Era el único país del mundo que vendía cultura tan barata.

Completó la biblioteca 154 obras en tres años, hasta que la nueva administración de Colcultura resolvió interrumpir la serie con el anuncio de una reestruc­turación. La promesa se encuentra en mora de hacerse realidad y solo se sabe que han salido, bajo otros moldes, al­gunas publicaciones de circulaciónrestringida. La sencilla biblioteca que se ha descontinuado fue orientada hacia el conocimiento de los autores colom­bianos y entreveró obras extranjeras con la intención de desper­tar el interés del pueblo hacia la lectura. No hay duda de que dicho propósito que­dó perfilado en buena forma. La gente extraña hoy los bolsilibros que tuvieron amplia penetración entre el grueso público. Se discute, sí, la política de selección, que se acusa como pri­vilegiada para determinadas personas.

La cultura necesita estímulos, como el país necesita cultura. Publicar un libro se ha convertido en paso de titanes. Esta aspiración está fuera del alcance de la mayoría. Las editoriales solo publican por cuenta y riesgo del autor, y este tiene que someterse al viacrucis de vender su obra, de mano en mano, ofrecer algunos ejemplares en consignación, con al­tísimas comisiones, a las librerías, que ni los promocionan ni menos los venden, y regalar la mayoría a sus amigos en vista del nulo ambiente que encuentra para su mercancía, ante la ausencia de mecanismos adecuados, existentes en otros países, donde el escritor sí es valorado.

La ley 34 de 1973, que dispone la compra por Colcultura de una cuota de todo libro que se edite en el país, es letra muerta porque no hay recursos presupuestales. ¿Entonces para qué la ley? Los rubros para la cultura se han mermado.

La Gobernación de Caldas continúa con su biblioteca de autores caldenses y no está dispuesta a interrumpir una tra­dición que tanta gloria le ha dado al país. Empeños como la Biblioteca Banco Popular, tan bien cimentados, prosiguen en su interés por rescatar li­bros nacionales agotados en el mercado, y ojalá extienda su radio de acción a las nuevas expresiones. Las intrépidas damas que dirigen en Cali la revista Vivencias continúan sosteniendo el concurso bienal de novela, que representa positivo estimulo para el escritor. El Instituto de Cultura y Bellas Artes de Norte de Santander promueve en el momento concursos de cuento y poesía. En el Quindío el Comité de Cafe­teros cumple excelente labor al apoyar a los escritores de la región.

La empresa privada no es ajena a estos menesteres. Muchos mecenas particulares, que gustan actuar con dis­creción y comprenden las angustias de este campo, hacen posible la cir­culación del libro, con ejemplo para las librerías y las editoriales.

Se ignora qué finalidad tienen muchas, o la mayoría de las oficinas de extensión cultural. El escritor vive tocando en las puertas de estas entidades, de las secre­tarias de educación, de las loterías, de las alcaldías, de las gobernaciones, y se encuentra, por lo general, con fun­cionarios apáticos a estas inquietudes.

El libro, el teatro, la música, la pin­tura, las bellas artes son el alma de los pueblos. No es posible el progreso sin fomentar el acervo cultural. La cultura necesita, reclama apoyo. Mutilar la cultura será tanto como cercenar el corazón de la patria.

El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 24-VIII-1975.

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