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¡Guerra a los especuladores!

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Digna del mayor encomio resulta la campaña adelantada por el doctor Ernesto González Caicedo, alcalde de Cali, para contra­rrestar los efectos de la actual onda de especulación que se cier­ne sobre los artículos de consumo popular. Los comienzos de año son propicios para la guerra de precios, quizá por la costumbre muy generalizada en las esferas oficiales de autorizar alzas en el mes de enero.

A comienzos del año pasado fueron decretados aumentos en ren­glones populares, lo que desencadenó una avalancha de reajustes en diferentes artículos de la canasta familiar, entre ellos el de los textiles, que no por justo era menos inconve­niente para el momento, toda vez que su incidencia era lógica so­bre otros elementos indispensables para la iniciación del calenda­rio escolar.

El alza de textiles, hace un año, determinó que no solo se vieran afectados los uniformes, sino los demás enseres que nada tenían que ver con textiles, como textos, cuadernos, zapatos, maletines, y esto por el natural contagio que un artículo cercano ejerce sobre sus vecinos.

Tal parece que en los actuales momentos el reajuste en el pre­cio de la gasolina está provocando otro malestar general en el costo de la vida. No se discute la necesidad de reajustar el pre­cio de la gasolina, máxime cuando las reservas del país se han agotado y es indispensable importar el producto a alto costo. La época, con todo, no es la más adecuada.

La iniciación de es­tudios es explotada al máximo por los vividores, frente al factor sicológico que representa el aumento del renglón más sensi­ble para la economía del país. Como todo camina sobre ruedas, se­gún la general apreciación de la que se pegan los tenderos y los placeros como argumento para despellejar los presupues­tos domésticos, han comenzado los comerciantes grandes y pequeños a hacer fiestas a costa de la salud del pueblo.

El termómetro de la economía hogareña marca altas temperaturas. Los precios cambian todos los días, hacia arriba, pues no se conocen precios reversibles. Desmontar el interés bancario, como lo intenta el nuevo ministro de Hacienda, será una acción estimulante, de poderosos efectos contra la vida cara.

El azúcar se esconde mañosamente y se agota en el mercado, con la noticia, que nadie cree, de una recesión agrícola provocada por el agudo verano. A los explotadores no les faltan nunca pretextos, mientras a los consumidores les sobran angustias.

De inmediato el chocolate, la panela, las gaseosas y los demás productos que se alimentan de azúcar –¡y quién es el que no lleva azúcar en la san­gre!– se escasean en los mercados abiertos y solo se consiguen en los trasfondos de la especulación, a los precios que se impongan.

El Gobierno Nacional ha fijado precios a la leche, ante la anar­quía existente. El valor de la botella ha bajado, en realidad, pero con la curiosa circunstancia de que la diferencia se llena con agua.

La gente maldice, pero calla. Es preferible, según el consenso general, castigar el estómago de toda la familia antes que pelear con el especulador, el que, por déspota que sea, tiene el poder en las manos y tarde o temprano termina desquitándose del mal ra­to que le produjo la multa municipal.

La invitación de esta nota no es a callar y resig­narse. Es todo lo contrario. ¡Que mueran los especuladores, si no de muerte natural, porque hay males que duran cien años, sí de muer­te civil! Si se comentan estos subterfugios de la naturaleza humana es para que las autoridades comprendan los tropiezos que existen para detener la especulación.

La gente calla no por falta de valor sino porque no cree en las amenazas de las autoridades. El consumidor sabe que una queja o una denuncia no tienen el eco necesario y terminan, de pronto, creándole mal­querencias que es mejor evitar.

La solución la da el alcalde de Cali. También vimos al alcalde de Bogotá comparando pesas y medidas. Ojalá todos se apunten a la cruzada. La guerra abierta que adelanta el de Cali contra los especuladores y los acaparadores –hermanos carnales– no es a base de vana palabrería. En visi­ta a la ciudad de Cali me encontré en días pasados con la grata nueva de ver sellados y resellados no pocos establecimientos por especulación.

Esto de «cerrado por especulación», en sitios visibles y sobre comercios vistosos, me infundió sensación de ali­vio. Y con ella, la certeza de que en Cali había autoridad. Esa autoridad se mantiene firme mediante el perentorio anuncio del burgomaestre de no permitirle tregua a esta lu­cha contra los enemigos del pueblo.

Más que palabras, y exhortos, y consejos, y tanta manifestación vacía, se requieren hechos. La autoridad no debe ejercerse solo en el escritorio. Es  necesario que se desplace y llegue al lugar del problema, donde la gente calla por miedo y sufre por física impotencia para hacerse sentir.

La Patria, Manizales, 14-II-1977.

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