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Sinfonía de ruidos

domingo, 2 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Es el ruido uno de los grandes problemas  de  la  época y está desbaratando el sistema nervioso de la humanidad. Una de las causas de la neurosis radica en la angustia. Y esta, aunque no siempre sea fácil distinguirla, proviene de la vida azarosa, de la falta de reposo, del andar agitado. El ruido ensordecedor, demonio desencadenado de la vida, taladra en el subconsciente y desequilibra las fuerzas interiores. Un ruido persistente, por leve que sea, y más cuando es desapacible, contagia el organismo de asperezas, crea irritación y, en síntesis, altera la personalidad.

Lo que conocemos como mal genio muchas veces no es más que la causa de un ambiente cargado de estrépitos. Por eso el hombre, para meditar, debe aislarse. En el bullicio nunca se han producido obras maestras. Los arrebatos de ira, las decisiones precipitadas, la neurosis son productos casi invariables de la tensión nerviosa.

Si en la vecindad tenemos toda la noche un tanque desbordándose, o una gotera que no cesa de replicar con su sonido monótono, o un grillo impenitente, lo más seguro es que no se logre conciliar el sueño. Pasaremos una noche de perros, y al día siguiente descargaremos la descompensación del organismo en cuanto se exponga a nuestra irritación.

La ciudad se nos está convirtiendo, con sus parlantes y sus ruidos atronadores, en un patio de locos. Por las calles céntricas, sobre todo, el desfile de los vehículos no deja un  minuto de tranquilidad. La gente quiere caminar a trancazos. El carro de atrás no se conforma con una pausa, sino que le parece lo más indicado lanzar, si pudiera, el pitazo o el bramido que emiten los camiones y buses, cuando el de adelante no arranca al instante, no importa que el pare de la esquina no lo permita, o que para hacerlo tengamos que llevarnos por delante a tres peatones.

Todos quieren andar de prisa. Es una manera de torturar la vida, de forzar salidas que no son lógicas, cuando no hay nada mejor que reflexionar sobre cada paso que se da en el mundo. ¡Pobre humanidad esta que no quiere permitirse una tregua de reposo y pretende llegar más lejos atropellando y vociferando!

Los pitos, las chirimías, los parlantes están destemplando los nervios de la ciudad. Poco o nada, sin embargo, se hace por disminuir esta tensión pública. No se entiende cómo se permite que un vehículo dure horas enteras anunciando una mercancía insípida. No se entiende por qué el policía se hace el de la vista gorda ante el demente o el bohemio trasnochado que atentan contra la decencia pública pregonando a pleno pulmón sus sandeces y groserías.

No se entiende la razón para que los buses intermunicipales, y también los propios, aturdan con sus estornudos. No se entiende el tránsito de motocicletas a to­do motor, sin que nadie las detenga por atentar contra la tranquilidad ciuda­dana.

Esto, y mucho más, ni se entiende ni se justifica dentro de la sinfonía de ruidos que está acabando con la paz de la comunidad. El grado de cultura de una ciudad se mide en sus calles. El ruido nunca será ci­vilizado.

Satanás, Armenia, 5-II-1977.

 

 

 

 

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