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Un hospital sin déficit

martes, 4 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Los hospitales del país están enfermos. Algunos, moribundos. Hemos visto en los últimos días al Ministro de Salud Pública movilizándose en todas las direcciones y recibiendo en cada inspección el inventario del cuantioso déficit nacional que se ha tornado crónico en los centros hospitalarios. Ya el país se acostumbró a la noticia de que los presupuestos para la salud son inadecuados, si son tantas las penurias que por doquier se denuncian.

Se sabe de centros tradicionales, sobre todo en la capital del país, que amenazan cerrarse por falta de recursos. También en la provincia la salud pública, uno de los soportes que más beneficia o lesiona al pueblo, anda de capa caída porque los presupuestos no alcanzan. El argumento es invariable:  hay déficit presupuestal, señor Ministro.

Cuando faltan camas y drogas, y hasta camisas blancas que de pronto se declaran en huelga, el problema adquiere dimensiones de enorme impacto sobre la salud de la comunidad. Los recorridos del Ministro están mostrando a la opinión pública que los hospitales viven enfermos, acaso más que los propios pacientes.

Es como una vara mágica que en lugar de descubrir los tesoros de la abundancia, hace resaltar el impresionante panorama de deterioro lo mismo en los mobiliarios o en las paredes, que en el instrumental médico, y también en los recursos humanos.

Hay mucha queja sobre la falta de presupuestos y a marchas aceleradas trata de conjurarse la situación, tan propicia en las vísperas electorales, inyectando los filtros de tesorería. Pero el mal reside en otra parte.

Detengámonos primero en el despilfarro que es característico en los hospitales. Las entidades gubernamentales, por regla general, son monstruos que al paso de los días van saliéndose de las manos de sus administradores ante la incapacidad de controlar los derroches y ocios de una burocracia voraz que todo lo carcome y lo aniquila, hasta el más vigoroso de los presupuestos.

Y cuando la crisis toca fondo, como se dice en el argot de las lamentaciones, se encuentra el cristo propicio, o sea. el maltratado presupuesto que todo lo resiste. ¿Los dispensadores de los auxilios oficiales sabrán cuánto valen los cementerios de artículos valiosos que se dejan morir en los hospitales? En estos no solo expiran las personas, sino también costosos instrumentales y objetos de todo orden, desde la aguja hipodérmica que se tira a la basura, hasta la ambulancia que se desintegra, y desde la droga que se desperdicia o el mercado que no se controla, hasta la enramada que se construyó de afán y sin planeación, todo por desgreño administrativo.

Pero no todos los hospitales viven en crisis. Hay crisis de crisis y bien está que se diferencien. Los hospitales que no registran déficit carecen de prensa. Aquí, en Armenia, el Hospital de Zona hace mucho tiempo que se rebeló contra el pesimismo nacional. Sus orientadores actuales, doctor Primitivo Correal Barrios, jefe de la seccional de Salud pública, doctor Jairo Jaramillo Botero, director del hospital, y don Alirio Gallego Valencia, director administrativo del mismo, asesorados por una junta de lujo que dirige el doctor Ancízar López López, le pusieron freno al despilfarro.

El hospital de Armenia pasó a ser una empresa dinámica que se maneja con criterio industrial. Don Alirio sabe, y lo practica, que la empresa oficial necesita verdaderos ejecutivos. Operarios calificados reparan los vehículos en talleres propios, con gran economía de costos, y otros técnicos se encargan del mantenimiento de equipos de oficina, calderas, frigoríficos, implementos de cocina y esa gama secreta de artículos menudos que tanto exprime cuando no se sabe administrar.

El hospital de Armenia, contra la regla general, no está enfermo. Hay austeridad en el gasto y rendimiento en el servicio. El Ministerio de Salud Pública sabe que es un caso excepcional en el país. También es importante que lo conozca la opinión pública, para que se entere de que el servicio público logra a veces manejarse con pulcritud y eficiencia. Hospital sin déficit es un milagro. El reto queda hecho, para que hablen otros hospitales.

El Espectador, Bogotá, 15-X-1977.

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