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Las llaves falsas

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

José Vélez Sáenz, maduro columnista del periódico La Patria, es escritor claro y rigoroso. Habla su verdad, lo que él siente y defiende, sin esguinces y con convicción. Uno de los vicios frecuen­tes del escritor colombiano es el de expre­sar las cosas a medias, tapo­nando los vacíos del pensa­miento con frases rebuscadas y poses doctorales. Es fácil an­dar por las ramas, con retruécanos y giros ampulosos, cuando se carece de lucidez y certeza pa­ra expresar bien las ideas.

Las llaves falsas es libro franco y valiente. Tal la principal impresión que me queda al darle vuelta a la última página. Acometer el tema de las drogas alucinan­tes no es tarea fácil, y menos lo es tomar como personaje de una aparente aficción a la mari­huana, el pernicioso hábito so­cial que se condena en públi­co y se practica en secreto. Puesta la narración en boca de un consumado practicante, que se muestra real por la propie­dad con que aborda la materia, surge el submundo de la droga en diálogo constante con la conciencia y en reto a los cánones morales que prohíben su uso pero no lo­gran liberarse de su influen­cia.

En la vida alborotada de las ciudades se desliza en silen­cio, en el parque o en la esqui­na, y también en el colegio y en el campo de trabajo, la «yer­ba maldita» que inflama las pasiones y cautiva consumido­res subordinados a este vicio de difícil erradicación. Los jíba­ros, o expendedores, se mul­tiplican según aumenta la demanda, y ya se sabe que el co­mercio gana nuevos adeptos, a pesar de las cárce­les y las reprobaciones.

La chicharra, o la mota, como se le conoce en el argot propio, anda por los bajos fondos de la socie­dad y no se detiene ahí: pene­tra en las clases altas y lo­gra atrapar a jóvenes desorien­tados que por curiosidad o afi­ción terminan engrosando las legiones anónimas pero ciertas que componen los reductos hu­manos del hábito envilece­dor.

La marihuana forma adictos. Definida comovicio solita­rio, avanza en la sombra, an­te la mirada atónita de las fa­milias y el poder ineficaz de las autoridades que no logran con­trarrestar sus funestas conse­cuencias. Si este libro de Vé­lez Sáenz (el mismo autor de Vidas de Caín, otra obra importante) no pretende sos­tener tesis ni a favor ni en con­tra de un producto que es me­nos nocivo que l alcohol, según se sostiene, el propósito es alertar sobre los peligros que acarrea sobre la personalidad.

El autor, que pisa terreno conocido, y que por otra parte es experto en el manejo del idioma y en la claridad de las ideas, a las que les revuelve  filosofías salidas de su propia experiencia, condena este escapismo que «aniqui­la la voluntad, destruye la me­moria, esclaviza y embota la imaginación, paraliza la activi­dad del individuo». Él, co­mo hombre pensante, sabe también que «sus efectos, co­mo estimulante cerebral, son casi siempre perdidos para la creación».

Las cárceles y las salas de curación están llenas de con­sumidores caídos en las garras del vicio. Con todo, la mari­huana se incrementa como artículo de consumo, y acaso su progreso se deba a la pro­hibición, porque lo misterioso estimula el apetito. Su existencia en nuestro tiempo no nueva. La humanidad la co­noce hace más de tres mil años. Se nos volvió un fenóme­no cuando a ella le atribuimos  las taras sociales y contra ella estrellamos nuestras quejas, sin fijarnos que el mal es de mayor anchura. A la ma­rihuana, como al alcohol o a los tóxicos, se acude por frus­tración, por desacomodo en el mundo y sobre todo en el ho­gar. En varios sitios de los Es­tados Unidos se ha legalizado su comercio y ha disminuido el consumo.

El problema no está en la yerba sino en la mente. Los muchachos de hoy son errátiles y desarraigados si sus ho­gares son inestables. Pero cre­cerán con equilibrio emocional e inmunes a los halagos y las evasiones de la época si hallan ambientes propicios. De nuestros propios errores no culpemos a la marihuana, ni al licor, ni a los barbitúricos, ni a la prostitución.

Vale la pena leer la confesión de un adicto a la «yerba maldita» que intenta regenerarse y que en duros coloquios con su ego, matizados de toques místicos y con fondo romántico que le da encanto a la obra, busca la presencia de Dios, el encuentro con la felicidad. Luego de hondas reflexiones filosóficas queda flotando en la mente esta frase: «no pretendáis entrar al cielo con llaves falsas”.

La Patria, Manizales, 2-III-1980.
El Espectador, Bogotá, 29-I-2016.
Eje 21, Mannizales, 1-II-2016.

Comentarios

Podríamos decir que estamos rodeados también de puertas falsas, que no conducen a ningún lugar diferente al vacío existencial. Cuando miro a mis pequeñas nietas pienso en el difícil camino que las aguarda. Los jóvenes son maravillosos, en la actualidad, pero el mundo en el cual se mueven y deben competir para triunfar o subsistir está lleno, como bien lo dices, de «llaves falsas». Magnífica tu página, concreta y con una conclusión cierta. Esperanza Jaramillo, Armenia, febrero 1/2016.

Leí con deleite tu artículo sobre Las llaves falsas. José Vélez Sáenz fue de alguna manera amigo mío pues era amiguísimo de mi gran compañero Alberto Londoño Álvarez. José era un místico, había escrito el gran libro Vidas de Caín del que alguien se apoderó cuando me saquearon la biblioteca y se llevaron libros que apreciaba mucho. Alberto Gómez Aristizábal, revista La Píldora, Cali, febrero de 2016.

 

 

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