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Una plaza con esfuerzo

sábado, 8 de octubre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Hace dos años y medio un alcalde de Armenia desmontó a Bolí­var de la plaza principal y lo llevó a la entrada de la ciudad, donde aún permanece con cierta expec­tativa de si lo dejarán allí o si lo pondrán de nuevo a recorrer ca­lles, ahora deterioradas por los trabajos de ampliación telefónica, programa de nunca terminar que mantiene incómodos a los armenios, más que la propia falta de teléfonos. Pero menos que la escasez del agua, que amenazó la vida municipal en meses anterio­res al producirse continuos desli­zamientos de tierra en los canales de conducción.

Los servicios públicos en Co­lombia son los menos planificados. Cuando las necesidades hacen crisis, todos se lavan las manos, ya se ve que a medias, como aquí ocurre, pues si esta no alcan­za para la higiene corporal, me­nos servirá para el lavado de las imprevisiones. Las clases dirigen­tes no siempre se preparan para los urbanismos precoces, pero ni siquiera para los normales.

Por eso, Armenia, ciudad dinámi­ca y más veloz de lo que podía cal­cularse diez años atrás, cuando ya de todas maneras había despega­do con paso desafiante, se quedó corta de servicios públicos. Es el caso típico colombiano. Menos mal que la raza paisa no se deja apabullar por las dificultades, y aliñada como está por glóbulos de progreso, hallará en Armenia fórmulas para acelerar los pro­gramas tardíos.

Bolívar, vigilante silencioso de esta ciudad que crece con ritmo acelerado, contempla desde su pe­destal de la entrada la asombrosa transformación urbanística que él mismo ignoraba cuando lo tenían encerrado entre cuatro esquinas.

Por aquella época, época del alcalde progresista que quiso construir un estadio en una cañada y no lo dejaron, le había llegado el turno de remodelación a la plaza. Por los cuatro costados irrumpió la arremetida constructora. Antiguas casonas fueron sustituidas por líneas modernas. Se levantó el viejo asfalto y en su reemplazo se colocaron baldosas muy bien perfiladas. A Bolívar se le pidió permiso para remozar su sede. Trasladado al borde de una avenida, hoy no sabe si seguirá allí o regresará a la quieta soberanía de su nombre.

En esos dos años y medio la plaza ha tenido metamorfosis total. Bolívar mismo, tan acostumbrado a todos los terrenos, va a sentirse extraño cuando regrese, mientras se acostumbra a la evo­lución. En sus predios fue cla­vado un esfuerzo monumental. Es el Monumento al Esfuerzo de Rodrigo Arenas Betancourt, que no tuvo inconve­niente en desnudarlo en Pereira acaso para hacerlo más polémico. Gastó año y medio en la realiza­ción de la obra. Hoy está el maes­tro tan contento como todo el pueblo quindiano. Es su homena­je a la raza quindiana, y por extensión, a toda la sangre paisa, que es la propia del escultor. La obra es sangre de su san­gre.

Es, al propio tiempo, y hasta re­sulta redundante la adición, un tributo a la vida. Saliendo de la cepa de un árbol está el hombre, hecho raíz y café, que se lanza al espacio en actitud de vuelo y con ansia de cosmos, de libertad. La savia del café le hincha las venas y le insufla ímpetus varoniles para posesionarse de su hembra e impulsarla hacia la atmósfera car­gada de aromas campesinos y esperanzas de vida.

El hombre, tie­rra y viento, semilla y cosecha, profundidad y altura, irrumpe como un desafío en el aire, con telúrico esfuerzo, para empujar a su compañera en busca del infini­to, luego de haberla fecundado. La pareja así pegada al limo se vuelve aérea como un canto al trabajo arriero que ha sufrido la dureza del hacha y los rigores de la montaña.

En esta oración del bronce las generaciones admirarán la proeza de una estirpe fecunda y valiente, sufrida y creadora, esforzada y libre. Es esa la vida del propio artista, este Arenas Betan­court viajero por densos caminos y proyectado hacia horizontes de supremas concepciones estéti­cas. Su alma está inspirada por irreversibles idearios espirituales.

Dice él en su libro que «el hom­bre que se va haciendo árbol, crea raíces, desafía los males, constru­ye la fe en su propio destino y en el destino de la humanidad». En esta plaza de Armenia está su al­ma de artista que crea en so­plo cósmico la imagen romántica de la pareja campesina que se entrelaza para volverse amor y fruto.

Bolívar, héroe de todos los esfuerzos y romántico como el que más, querrá volver por entre calles remendadas, en plena transformación de redes y bocatomas, a encontrarse con el milagro de la ciudad probada en la lucha y forjada a golpes de grandeza. Ya para siempre seguirá clavado el milagro de la vida y erigida la raza quindiana en el tronco de bronce.

La Patria, Manizales, 11-IV-1980.

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